No había podido pegar un ojo durante la noche, pensar en su nuevo trabajito hacía subir la adrenalina al punto del escalofrío, pero su cuerpo estaba bañado en sudor.
El dato se lo debía a un viejo colega del ramo.
Sin más titubeos presionó el botón del reloj despertador para que no sonara y abandonó la cama.
Se dirigió al cuarto de baño y se quedó delante del espejo, contemplándose por unos instantes. Decidió afeitarse, abrió la ducha y dejó caer profusamente el agua caliente para impregnar de vapor el ambiente. Luego de bañarse, eligió la ropa que usaría para la ocasión.
Ya vestido fue a preparase algo de beber. Un vaso de leche fría consideró que era lo más apropiado. Apoyó con cuidado un attache sobre la mesa y revisó, meticuloso, que todo estuviese allí, “los fierros”, como gustaba decir.
Observó el reloj en la pared y chequeó la hora con su reloj de bolsillo, defecto profesional.
Salió en busca de la camioneta y partió rumbo a su nuevo trabajo.
Al llegar, observó que había mucha mas gente de la acostumbrada, a medida que se acercaba al lugar vio un patrullero estacionado y unos policías iban y venían mientras extendían una cinta delimitando la zona. –Señor, circule, no puede detenerse aquí, le dijo la voz de un agente sin él haber percibido de dónde había salido. Desorientado, se atrevió a preguntarle: ¿Agente, qué pasa? –Se afanaron la caja fuerte de “la Escasany”.
Ese día no podría comenzar a trabajar como relojero y ¿quién sabe cuándo?, después de lo sucedido.
Juan Zapato©
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