“Tatatatatagoooool”, por Sebastián Jorgi

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Veníamos de San Juan y el calor nos agobiaba. Nené prendió la radio. Sentí la voz de un relator de fútbol —para mí desconocido hasta ese momento— que transmitía la final Boca-Palmeiras desde la hermana República Oriental del Uruguay.

—¿En dónde estamos?

—Estamos entrando en la Provincia de Buenos Aires —le aclaré a mi cuñado— ¿cómo va Boca?

—No sé, no me interesa.

Entonces me dio la radio. Claro, éramos de River.

—¿Tomamos unos mates, Nene ?

—Bueno, unos matungos no vendrán mal.

—Ta ta ta solo frente al arquero, lo va a fusilar, ta ta ta… —la voz del relator. Lo miré a Nené.

—La gozás porque Boca no va ganando, eh.

—Sí.

—No tenés que ser así —le dije—, con Boca los de River somos primos hermanos.

—Seguro —dijo, con sorna—. Por eso nos llevamos como la mona.

—Cómo transmite ese muchacho, qué original, qué estilo, el partido lo vive y te lo hace vivir.

—Si transmitiera a River, todavía.

Reímos. De pronto, el micro se desvió a un costado del camino.

—¿Qué pasa? —preguntó una señora.

—Hay milicos en la ruta —explicó uno que leía el diario.

—Requisa —dijo el chofer—. Nos harán bajar a todos.

—Hay que joderse —dijo alguien atrás—. Encima que vamos con atraso…

—¿Qué buscarán?

La pregunta la había hecho una mujer que iba con un bebé.

—Subversivos —dijo al chofer.

Nos hicieron bajar a todos. Las mujeres en una pared del micro. Los hombres en la otra pared, con las manos en alto. Pidieron documentos. Miraban con ahínco los mismos. Las fotos, primero. La cara de la gente, después.

—No somos ladrones —se atrevió a decir la mujer que viajaba con el bebé.

—Cállese, señora. Recibimos órdenes.

—Dígame su número de documento —me instó un soldado.

Titubeé. El miedo se apoderó de mí. No me acordaba. Diablos. Seis millones, seis millones…

—Seis millones…espere,

—Sí. Seis millones y ¿cuánto?

—Seis millones —recordé— trescientos mil…

—¿No sabe su número de cédula? ¿Y el de la libreta de enrolamiento?

Me quedé mudo. Nené me miró y dijo:

—Decíles la verdad: que nunca los memorizaste.

—Ciento uno…

—¿Está bromeando? ¿Quiere decirme que su documento tiene tres números?

Temblé.

—No…quiero decirle que termina en ciento uno… Se había acercado un oficial.

—¿Qué pasa, soldado?

—No sabe bien los números de su documento, mi sargento.

—¿Dónde trabaja?

—En la Italo —respondí.

—¿Y eso qué es?

Me miró fijo.

—La Italo Argentina —intenté explicar; de golpe me vino a la memoria el número completo—. Seis millones trescientos ocho mil ciento uno.

—¿Cédula o libreta? —inquirió el sargento.

—Cédula —respondí seguro.

—Ese lugar… la Italo Argentina…

—Es la farmacia Italo Argentina, mi sargento —se adelantó el soldado. Yo le quería explicar que no, que se trataba en verdad de la Compañía de Electricidad.

—Está bien —dijo el sargento.

Todavía me miró unos segundos.

—Allá hay otra señora que tampoco se acuerda del número de su libreta cívica.

—Déjenla —ordenó—. Que suban las mujeres y los niños.

Ahora interrogaba con insistencia a un gordo. Había alzado su voz en son de protesta.

—Soy un laburante. Vendedor.

—¿Cómo se llama la señorita que viaja con usted?

—Lidia, es una amistad…

—No se haga el idiota que del otro micro se quedaron varios —amenazó el sargento.

Un oficial que estaba en el otro extremo, gritó:

—Todos arriba

Sentí que se me aflojaban las piernas. Un mareo invadió mi cuerpo. La palidez de todos los rostros se reflejaría también en mi propia cara. Nené me comentó:

—Dicen que detuvieron a tres tipos en el micro que iba adelante.

No dije nada. Respiré hondo. Seis millones trescientos ocho mil ciento uno. Ahora intenté leer el número de la libreta de enrolamiento en la otra cara de la cédula. Pero no quise hacer ningún movimiento. No vaya a ser que…

Seguimos el viaje. Al rato, escuchamos como disparos. Ta ta ta.

—¿Qué es eso? —se preguntaron todos.

—Metralleta —dijo Nené.

—Es cerca del río —dijo la mujer que llevaba el bebé.

Ta ta ta ta se escudó otra vez. ¿O era una ilusión que nos traía el viento?

—¿Tomamos mate o no? —dijo Nené.

—Sí.

Prendí la radio. ¿Cómo iría Boca?

—Los que nada tenemos que temer u ocultar, que nada tenemos que ver con la subversión, viajamos tranquilos, ¿no? —dijo alguien—. Ellos saben bien a quiénes buscan.

—Es que una se pone nerviosa —dijo la mujer del bebé.

—Menos mal que los soldados son considerados —dijo otra.

—Todavía quedan subversivos —dijo el vendedor que viajaba furtivamente con una mujer.

Tenían razón. No sé por qué sentí tanto miedo al no acordarme del número de documento. No sé. Tonto de mí. Si yo no sabía lo que era un arma. No sé por qué se asustaron todos. Ni por qué sigo temblando.

—A ver cómo va el partido —me dije como para distraerme. Nené me dio un mate.

—Fijáte si está bien de azúcar…

—Sí, está bien. Parece que Gatti es el hombre de la cancha. Qué arquero le dimos a Boca. Después de Amadeo, el más grande…

—¿Amadeo? —me preguntó mi cuñado.

—Sí: Amadeo Carrizo. Vos no lo viste jugar, Nené.

—Pierde Boca, ¿no?

—Empata. Vos que hiciste la colimba… ¿eran tiros de metralleta, no?

—Liviana.

—Están pateando penales para desempatar, Nené. Si ataja el loco Gatti el penal que viene, gana Boca.

—No lo quiero escuchar.

—Ta ta ta cara o ceca ta ta ta ta…: Gatti Gatti Gatti Boca Boca Boca Boca: Boca campeón.

—Tenés razón, Toni, como transmite el uruguayo —admitió Nené.

—Acordáte lo que te digo ahora, julio de 1977: este relator va a triunfar porque tiene un estilo bárbaro, che.

—Si vos lo decís, que fuiste cronista deportivo, será así.

Un tremendo escalofrío me asaltó al recordar el otro “ta ta ta” que se había grabado en mis oídos. Y que recorriéndome, crecía. Crecía. Crecía.

Sebastián Jorgi©

Acerca de Juan Zapato

Desde temprana edad mi incursión por las palabras escritas fue delineando mi perfil intelectual hacia la literatura. Ángela, mi abuela, con su cálida voz y esa facilidad para transmitir oralmente las historias que solían acompañarme por las noches –preparación para el sueño– despertó en mí la pasión por los libros. Luego vino el amor, junto con las primeras palabras que dibujaran versos adolescentes, impulsos quebrados en forzosas rimas, la intención que conlleva la pureza de plasmar sobre una hoja un universo de fantasías reales y de realidades fantásticas, trampas que el inconsciente juega a nuestros sentidos. Trasnochadas de cafés compartidas con poetas, salvadores del mundo, sabihondos y suicidas. Horas sumergidas en librerías buscando los tesoros de la literatura olvidados en algún estante. Cartas que nunca partieron hacia ningún lugar. Conversaciones perdidas con la gente que ya no está”. Ver todas las entradas de Juan Zapato

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