Me desperté de repente, miré el reloj de la mesa de noche, eran las tres de la madrugada. Quise volverme a dormir, pero me fue imposible. ¿Otra noche de insomnio? ¿Hasta cuándo? Era como una tortura.
Qué podía hacer, tenía que acostumbrarme, no eran ya niños, pero tampoco adultos. Y si lo fueran, ¿cambiarían las cosas?
Levantarme, ir a mirar si el llavero correspondiente estaba en la puerta de calle. Abrir suavemente la puerta de su cuarto para ver si estaban en sus camas y si no estaban sentarme en el salón, hacer un solitario con las cartas y estar atenta al sonido del ascensor. Y luego si paraba en nuestro piso y se abría la puerta, correr a la cama para que no se dieran cuenta que los había estado esperando. A veces cuando no aguantaba más, sonaba el teléfono y me avisaban que regresarían muy tarde o por la mañana .
Cuando son pequeños no descansas por sus llantos nocturnos, cuando son grandes no duermes por tus llantos de angustias.
Y hoy que están tan distanciados de mí, cuando más desespero, me gustaría escuchar el teléfono y que me dijeran, mamá en un rato estamos en casa.
Betty Gold©
31/07/11 at 6:09 pm
QUÉ RAZÓN MÁS EXACTA ESPECTO DEL SENTIMIENTO DE LAS QUE SOMOS MADRES. UN ESTUDIO DE LA REACCÓN QUE DICTAN LOS SENTIMIENTOS HACIA LOS HIJOS. DE PEQUEÑOS, CUANDO GRANDES Y CUANDO MÁS GRANDES, HASTA QUE DESAPARECE LA MADRE.
ELLA NO HA CORTADO EL CORDÓN UMBILICAL DEL AMOR CON SUS HIJOS. LO LLEVA UNIDA A ELLA HASGTA SU MJUERTE.
FELICITACIONES A BETTY GOLD POR SU RELATO.-
Me gustaMe gusta
31/07/11 at 11:50 pm
Una bien lograda reflexión. Siempre hay angustia por el donde están y cómo están. mas grave aún cuando se van o la guerra los arrastra y jamás se sabe de ellos.
Gracias Betty. Adelante con el taller, en esta tierra hacemos lo mismo.
Me gustaMe gusta