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EL AZAFRÁN EN ESOS LUGARES DE LA MANCHA…
La rosa del azafrán
triste visita nos hace,
cuando nace el sol saldrá
a morirse con la tarde.
El azafrán en esos lugares de la Mancha, de cuyos recuerdos guardo en mi alma y nunca voy a olvidarme. No era cultivo de poderosos y ricos terratenientes, dado la gran cantidad de mano de obra que necesita y el especial cuidado que su cultivo requiere. Ellos, no todos, solo algunos arrendaban tierras que, se dividían en parcelas de un celemín (cuatrocientos sesenta y siete metros cuadrados), cobrando un alto precio por el arriendo a obreros, pobres enfermos o con alguna minusvalía física. Estos no podían trabajar siempre por cuenta ajena, por la dureza salvaje de algunos trabajos del campo, como por ejemplo: el destajo de la siega o hacer hoyos para viñedos y olivos, por eso cultivaban el azafrán, porque nadie les imponía ningún ritmo ni exceso siendo dueños de sus propias tareas. Aunque las ganancias no eran muy rentables, teniendo en cuenta la cantidad de horas dedicadas en su cultivo y recolección. En la monda colaboraba toda la familia de la casa, incluidos niños y los más mayores también, ajenos que se les pagaba en azafrán con la cuarta parte de lo que mondaban.
De los años sesenta a los noventa, su cultivo se generalizó más entre obreros del campo y pequeños agricultores y también albañiles y peones de la construcción que, al no tener trabajo en esta zona de la Mancha, debido a su precario desarrollo (intencionado) que, en años atrás no consintieron los poderosos terratenientes ricos, para tener mano de obra barata y disponible siempre al alcance de sus manos. Unos tuvieron que emigrar, otros si querían trabajar tenían que desplazarse todos los días a Madrid y a otras lejanas ciudades, saliendo a las cuatro y media de la madrugada y regresando a sus casas a altas horas de la noche. Con los consiguientes gastos y riesgos que esto les originaba que, podrían calcularse en un treinta y cinco por ciento de merma en su salario y mucho más con la moda que llego a generalizarse, de los intermediarios del trabajo, llamados «pistoleros», con los perjuicios que de estos se derivan (hoy parecen ser especie protegida), aparte de las penurias y el no poder gozar ni disfrutar de sus hijos. Cultivando el azafrán en sábados y domingos les ayudaba a sacar su familia adelante.
Hasta el año 2011 han trascurrido dos décadas, de casi su total desaparición, debido a innumerables causas de crisis y burocráticas. Parece ser que en estos tiempos, la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha, está poniendo los mecanismos y ayudas para su nuevo renacimiento en la región.
El azafrán en las familias obreras pobres, era necesario para poder sobrevivir, criar y casar a los hijos, comprar un solar para después hacer la casa, reformarla o comprar algún mueble. Era parte de nuestra necesaria economía y también nuestra cultura. El azafrán no es un producto agrícola más, sino que también este forma parte de nuestro patrimonio histórico y cultural de la región y debe de ser conservado y además protegido.
¡MADRE, VENDE EL AZAFRÁN…!
¡Madre, vende el azafrán!
que anoche mondando rosa
mi novio encima la mesa
me dijo que soy preciosa.
¡Madre, vende el azafrán!
que con sus besos de miel
entre suspiros me dijo
que me casara con él.
¡Madre, vende el azafrán!
que casarme yo requiero
que en el trabajo del campo
se muere pobre el obrero.
¡Madre, vende el azafrán!
prepara pronto mi boda
que mi novio tiene casa
y los muebles a la moda.
¡Madre, vende el azafrán!
que mi novio tiene mulas
también viñas y olivares
y dos galeras muy chulas.
¡Madre, vende el azafrán!
cómprame el ajuar que espero
que en el banco mi Manolo
tiene guardado dinero.
¡Madre, vende el azafrán!
que la miseria es martirio,
siendo obrera paso hambre,
con mi novio es un delirio.
¡Madre, vende el azafrán!
que en lo que digo no miento
que me parece que tengo
en el vientre alumbramiento.
¡Madre, vende el azafrán!
es tanto lo que le quiero
que con el quiero vivir
y por tenerle me muero.
Gregorio García García©
El poema expone una realidad del pasado aún latente en los que todavía la recordamos. Pudiera ser que algunos conceptos las nuevas generaciones no lo entiendan del todo. De los cuatro personajes del poema el principal no sale a escena. Aunque la hija para el padre fuera la niña de sus ojos… algunas cosas que ella cuenta a su madre en aquellos tiempos no se solían contar a un padre. Aparentemente en un principio, parece ser que a nuestra joven protagonista, por ser su novio de una clase social más alta solo le moviera el interés. Aunque para ella era un buen logro el salir de la miseria que la envolvía. Pero lo que de verdad pretende, porque esta locamente enamorada, es convencer a su madre, como era tradición, una vez conseguido esto, entre las dos convencer al padre sería pan comido.
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Hermano, si ésta te escribo
confiando que la recibas,
es porque mucho me digo
que es algo más que misiva.
A en ella mi voz amarga
desde tanta soledad:
otra vez la adversidad
me ha caído con su peso,
de nuevo me encuentro preso
víctima de la sociedad.
Condenado porque pienso.
Éste es mi crimen, hermano,
y sometido al suspenso
de un juez de ciega mano
̶ nada bueno, espero en vano ̶
caerá el golpe sordo
de la sentencia que luego
en un número señalado
del mundo me habrá alejado
y del cual siempre reniego.
Mis ideales conocés
y de eso estoy acusado
por hombres que desconocen
los derechos que he cantado,
y todo lo que he luchado
para ellos es delito,
mas no ha de callar mi grito
ni cesar mi rebelión:
no me importa la prisión,
yo sueño un bien infinito.
Porque si ser idealista
es vivir en el pecado,
bien claro salta a la vista
por qué vivo desclasado;
otra vez me han apresado
y me van a condenar,
mas no habrán de sofocar
mi actitud de rebeldía
por lo que debo luchar.
Puesto que conocés ya
los motivos de esta carta
escrita en la soledad,
donde el hambre se descarta,
no pienses nunca que harta
el alma por la maldad
de la infame sociedad,
se habrá de entregar vencida.
Yo busco el sol de una vida
que a todos dé libertad
.
ENCHABONADA
Yo, que te embagayé con mi ternura,
que en vos me hice chanta
y que por vos con esta chifladura
vivo la más posta metedura
con un cuore gorrión que te la canta.
Yo, que te hice a mí cuando ya nada
a la vida, creelo, le pedía,
entro a junarte y hoy enchabonada
sé que te tengo porque estás ganada
entera como sos, sin fulería.
Hoy te quiero encara. Voy a batirla
con esta lealtad con que chamuyo.
Me era igual empezarla que finirla,
llegaste vos, oí… voy a decirla:
pa’ mí sos todo, mi beguén, mi orgullo.
Te quiero, lo sabés, y sos mi vida,
chalao me entrego a tu ternura mansa.
No pido más y en la contrapartida
de la suerte, entendé, soy una herida
que me cerraste a besos y esperanza.
Me ganaste cuando ya de recalada
iba a estararme estando para el quedo.
Mi vida era baraja rejugada,
andaba propiamente pa’ la nada,
¡yo, que siempre supe cuando puedo!
Me hice de vos y en vos engayolado
encontré la precisa salvadora.
En tus manos el cuore va entregado
y es mi deber saber que estoy jugado.
Yo nunca fui feliz… ¡lo soy ahora!
Pero entiendo, y te hablo francamente,
que si me salvo yo a vos te hundo.
mi deber es hablarte claramente,
quiero que entiendas que yo voy al frente.
¡De que me querés vivo otro mundo!
Y me declaro entero. Me desnudo.
Te bato mi verdá, vos entendela.
Tengo que abrirte y es un golpe rudo.
Salvate… estás a tiempo. Esto es muy crudo.
No queda otro camino. Comprendela.

Alguna vez he vuelto ̶ quien lo duda ̶
a lo ya inexistente que me da el pasado.
He regresado como un convidado
que le pidió al recuerdo dulce ayuda.
Volví a los muros de la derruida
casona que me dio patios y flores,
la primera aventura y sus temores
pero antes el misterio de la vida.
Y regresé a las voces sucedidas,
a imágenes que fueron tan queridas
en los años distantes de mi infancia.
Lo no visto lo vi sin ser viajero
en un minuto ̶ ¿un siglo? ̶
que me devuelve a mí con su fragancia.
Julián Centeya©
…Julián era un hombre triste que sonreía.
…su tristeza es la tristeza de un hombre que se encuentra ante el dilema de ser sincero en un mundo de hipócritas, valiente en un mundo de cobardes, bueno en un mundo de malvados.
César Tiempo (prólogo del libro “Piel de palabra, La musa maleva y otros poemas inéditos”).
Vocabulario
batir: decir.
beguén:capricho amoroso.
embagayar: enredar.
enchabonado: en amor, estar entregado del todo.
cuore: corazón.
chamuyo: hablar envolviendo con la conversación a alguien.
chanta: pobre, olvidado. En otro sentido, tipo molesto.
finir: del italiano: terminar.
fulería: cosa, actitud, conducta inmerecida. Ser víctima de una fulería.
junar: conocer.
metedura: se dice del individuo ganado por una pasión.
posta: que tiene calidad: trabajo “posta”; mujer atractiva.
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A la intemperie el perfume a brea se bifurca a través del vaivén de las barcas amarradas y el canto de las gaviotas se adueña de una nueva mañana.
Un nuevo recorrido me ha de revelar los secretos a la vista de esta ciudad y el olfato de rata de biblioteca me transporta por la calle del Sol, hacia su librería. A sendos costados de la puerta de entrada, libros leídos aguardan a un ávido lector que se atreva a adoptarlos y en la vidriera derecha, ejemplares acuñados de clásicos hispanos y allende los mares. Ahora el perfume se ha impregnado del ambiente, huele a hojas de árboles voluminosos, de encuadernación delicada. Árboles de vida, que contienen aprendizajes, mundos donde encontrar las respuestas a los interrogantes, que aún no nos hemos formulado.
El recinto acoge con una tenue luz y el silencio encierra el rumor de tantas letras hilvanadas en historias de la Historia, aventuras noveladas, relatos cortos de largas travesías, versos ahogados libertarios o susurros pasionales.
Dejo atrás este lugar mágico de colores sepia y al traspasar la puerta, un vecindario poblado de cafés y bares trasnochados -que al adormecerse el día han de adquirir sesgos intelectuales, rescatados por soñadores sesentistas de cabellos agrisados-, me invita.
El fresco amaina el paso y por delante un bullicio se aproxima por la plaza del Mercado La Esperanza de Haití, pero los aromas y el colorido nos esperan dentro del recinto, en cada puesto de pescados y frutos de mar.
Ya es hora… de adquirir unas flores en el kiosco que he visto al ingresar, sé que le han de agradar.
Juan Zapato©
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Si Ernesto se enteró de que ella había vuelto (cómo había vuelto), nunca lo supe, pero el caso es que poco después se fue a vivir a El Tala, y, en todo aquel verano, sólo volvimos a verlo una o dos veces. Costaba trabajo mirarlo de frente. Era como si la idea que Julio nos había metido en la cabeza –porque la idea fue de él, de Julio, y era una idea extraña, turbadora: sucia– nos hiciera sentir culpables. No es que uno fuera puritano, no. A esa edad, y en un sitio como aquél, nadie es puritano. Pero justamente por eso, porque no lo éramos, porque no teníamos nada de puros o piadosos y al fin de cuentas nos parecíamos bastante a casi todo el mundo, es que la idea tenía algo que turbaba. Cierta cosa inconfesable, cruel. Atractiva. Sobre todo, atractiva.
Fue hace mucho. Todavía estaba el Alabama, aquella estación de servicio que habían construido a la salida de la ciudad, sobre la ruta. El Alabama era una especie de restorán inofensivo, inofensivo de día, al menos, pero que alrededor de medianoche se transformaba en algo así como un rudimentario club nocturno. Dejó de ser rudimentario cuando al turco se le ocurrió agregar unos cuartos en el primer piso y traer mujeres. Una mujer trajo.
–¡No!
–Sí. Una mujer.
–¿De dónde la trajo?
Julio asumió esa actitud misteriosa, que tan bien conocíamos –porque él tenía un particular virtuosismo de gestos, palabras, inflexiones que lo hacían raramente notorio, y envidiable, como a un módico Brummel de provincias–, y luego, en voz baja, preguntó:
–¿Por dónde anda Ernesto?
En el campo, dije yo. En los veranos Ernesto iba a pasar unas semanas a El Tala, y esto venía sucediendo desde que el padre, a causa de aquello que pasó con la mujer, ya no quiso regresar al pueblo. Yo dije en el campo, y después pregunté:
–¿Qué tiene que ver Ernesto? Julio sacó un cigarrillo. Sonreía.
–¿Saben quién es la mujer que trajo el turco?
Aníbal y yo nos miramos. Yo me acordaba ahora de la madre de Ernesto. Nadie habló. Se había ido hacía cuatro años, con una de esas compañías teatrales que recorren los pueblos: descocada, dijo esa vez mi abuela. Era una mujer linda. Morena y amplia: yo me acordaba. Y no debía de ser muy mayor, quién sabe si tendría cuarenta años.
–Atorranta, ¿no?
Hubo un silencio y fue entonces cuando Julio nos clavó aquella idea entre los ojos. O, a lo mejor, ya la teníamos.
–Si no fuera la madre… No dijo más que eso.
Quién sabe. Tal vez Ernesto se enteró, pues durante aquel verano sólo lo vimos una o dos veces (más tarde, según dicen, el padre vendió todo y nadie volvió a hablar de ellos), y, las pocas veces que lo vimos, costaba trabajo mirarlo de frente.
–Culpables de qué, che. Al fin de cuentas es una mujer de la vida, y hace tres meses que está en el Alabama. Y si esperamos que el turco traiga otra, nos vamos a morir de viejos.
Después, él, Julio, agregaba que sólo era necesario conseguir un auto, ir, pagar y después me cuentan, y que si no nos animábamos a acompañarlo se buscaba alguno que no fuera tan braguetón, y Aníbal y yo no íbamos a dejar que nos dijera eso.
–Pero es la madre.
–La madre. ¿A qué llamas madre vos?: una chancha también pare chanchitos.
–Y se los come.
–Claro que se los come. ¿Y entonces?
–Y eso qué tiene que ver. Ernesto se crió con nosotros.
Yo dije algo acerca de las veces que habíamos jugado juntos; después me quedé pensando, y alguien, en voz alta, formuló exactamente lo que yo estaba pensando. Tal vez fui yo:
–Se acuerdan cómo era.
Claro que nos acordábamos, hacía tres meses que nos veníamos acordando. Era morena y amplia; no tenía nada de maternal.
–Y además ya fue medio pueblo. Los únicos somos nosotros.
Nosotros: los únicos. El argumento tenía la fuerza de una provocación, y también era una provocación que ella hubiese vuelto. Y entonces, puercamente, todo parecía más fácil. Hoy creo –quién sabe– que, de haberse tratado de una mujer cualquiera, acaso ni habríamos pensado seriamente en ir. Quién sabe. Daba un poco de miedo decirlo, pero, en secreto, ayudábamos a Julio para que nos convenciera; porque lo equívoco, lo inconfesable, lo monstruosamente atractivo de todo eso, era, tal vez, que se trataba de la madre de uno de nosotros.
–No digas porquerías, querés –me dijo Aníbal.
Una semana más tarde, Julio aseguró que esa misma noche conseguiría el automóvil. Aníbal y yo lo esperábamos en el bulevar.
–No se lo deben de haber prestado.
–A lo mejor se echó atrás.
Lo dije como con desprecio, me acuerdo perfectamente. Sin embargo fue una especie de plegaria: a lo mejor se echó atrás. Aníbal tenía la voz extraña, voz de indiferencia:
–No lo voy a esperar toda la noche; si dentro de diez minutos no viene, yo me voy.
–¿Cómo será ahora?
–Quién… ¿la tipa?
Estuvo a punto de decir: la madre. Se lo noté en la cara. Dijo la tipa. Diez minutos son largos, y entonces cuesta trabajo olvidarse de cuando íbamos a jugar con Ernesto, y ella, la mujer morena y amplia, nos preguntaba si queríamos quedarnos a tomar la leche. La mujer morena. Amplia.
–Esto es una asquerosidad, che.
–Tenes miedo –dije yo.
–Miedo no; otra cosa. Me encogí de hombros:
–Por lo general, todas éstas tienen hijos. Madre de alguno iba a ser.
–No es lo mismo. A Ernesto lo conocemos.
Dije que eso no era lo peor. Diez minutos. Lo peor era que ella nos conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido de una cosa: cuando ella nos mirase iba a pasar algo.
Aníbal tenía cara de asustado ahora, y diez minutos son largos. Preguntó:
–¿Y si nos echa?
Iba a contestarle cuando se me hizo un nudo en el estómago: por la calle principal venía el estruendo de un coche con el escape libre.
–Es Julio –dijimos a dúo.
El auto tomó una curva prepotente. Todo en él era prepotente: el buscahuellas, el escape. Infundía ánimos. La botella que trajo también infundía ánimos.
–Se la robé a mi viejo.
Le brillaban los ojos. A Aníbal y a mí, después de los primeros tragos, también nos brillaban los ojos. Tomamos por la Calle de los Paraísos, en dirección al paso a nivel. A ella también le brillaban los ojos cuando éramos chicos, o, quizá, ahora me parecía que se los había visto brillar. Y se pintaba, se pintaba mucho. La boca, sobre todo.
–Fumaba, ¿te acordás?
Todos estábamos pensando lo mismo, pues esto último no lo había dicho yo, sino Aníbal; lo que yo dije fue que sí, que me acordaba, y agregué que por algo se empieza.
–¿Cuánto falta?
–Diez minutos.
Y los diez minutos volvieron a ser largos; pero ahora eran largos exactamente al revés. No sé. Acaso era porque yo me acordaba, todos nos acordábamos, de aquella tarde cuando ella estaba limpiando el piso, y era verano, y el escote al agacharse se le separó del cuerpo, y nosotros nos habíamos codeado.
Julio apretó el acelerador.
–Al fin de cuentas, es un castigo –tu voz, Aníbal, no era convincente–: una venganza en nombre de Ernesto, para que no sea atorranta.
–¡Qué castigo ni castigo!
Alguien, creo que fui yo, dijo una obscenidad bestial. Claro que fui yo. Los tres nos reímos a carcajadas y Julio aceleró más.
–¿Y si nos hace echar?
–¡Estás mal de la cabeza vos! ¡En cuanto se haga la estrecha lo hablo al turco, o armo un escándalo que les cierran el boliche por desconsideración con la clientela!
A esa hora no había mucha gente en el bar: algún viajante y dos o tres camioneros. Del pueblo, nadie. Y, vaya a saber por qué, esto último me hizo sentir audaz. Impune. Le guiñé el ojo a la rubiecita que estaba detrás del mostrador; Julio, mientras tanto, hablaba con el turco. El turco nos miró como si nos estudiara, y por la cara desafiante que puso Aníbal me di cuenta de que él también se sentía audaz. El turco le dijo a la rubiecita:
–Llévalos arriba.
La rubiecita subiendo los escalones: me acuerdo de sus piernas. Y de cómo movía las caderas al subir. También me acuerdo de que le dije una indecencia, y que la chica me contestó con otra, cosa que (tal vez por el coñac que tomamos en el coche, o por la ginebra del mostrador) nos causó mucha gracia. Después estábamos en una sala pulcra, impersonal, casi recogida, en la que había una mesa pequeña: la salita de espera de un dentista. Pensé a ver si nos sacan una muela. Se lo dije a los otros:
–A ver si nos sacan una muela.
Era imposible aguantar la risa, pero tratábamos de no hacer ruido. Las cosas se decían en voz muy baja.
–Como en misa –dijo Julio, y a todos volvió a parecernos notablemente divertido; sin embargo, nada fue tan gracioso como cuando Aníbal, tapándose la boca y con una especie de resoplido, agregó:
–¡Mira si en una de ésas sale el cura de adentro!
Me dolía el estómago y tenía la garganta seca. De la risa, creo. Pero de pronto nos quedamos serios. El que estaba adentro salió. Era un hombre bajo, rechoncho; tenía aspecto de cerdito. Un cerdito satisfecho. Señalando con la cabeza hacia la habitación, hizo un gesto: se mordió el labio y puso los ojos en blanco.
Después, mientras se oían los pasos del hombre que bajaba, Julio preguntó:
–¿Quién pasa?
Nos miramos. Hasta ese momento no se me había ocurrido, o no había dejado que se me ocurriese, que íbamos a estar solos, separados –eso: separados– delante de ella. Me encogí de hombros.
–Qué sé yo. Cualquiera.
Por la puerta a medio abrir se oía el ruido del agua saliendo de una canilla. Lavatorio. Después, un silencio y una luz que nos dio en la cara; la puerta acababa de abrirse del todo. Ahí estaba ella. Nos quedamos mirándola, fascinados. El deshabillé entreabierto y la tarde de aquel verano, antes, cuando todavía era la madre de Ernesto y el vestido se le separó del cuerpo y nos decía si queríamos quedarnos a tomar la leche. Sólo que la mujer era rubia ahora. Rubia y amplia. Sonreía con una sonrisa profesional; una sonrisa vagamente infame.
–¿Bueno?
Su voz, inesperada, me sobresaltó: era la misma. Algo, sin embargo, había cambiado en ella, en la voz. La mujer volvió a sonreír y repitió “bueno”, y era como una orden; una orden pegajosa y caliente. Tal vez fue por eso que, los tres juntos, nos pusimos de pie. Su deshabillé, me acuerdo, era oscuro, casi traslúcido.
–Voy yo –murmuró Julio, y se adelantó, resuelto.
Alcanzó a dar dos pasos: nada más que dos. Porque ella entonces nos miró de lleno, y él, de golpe, se detuvo. Se detuvo quién sabe por qué: de miedo, o de vergüenza tal vez, o de asco. Y ahí se terminó todo. Porque ella nos miraba y yo sabía que, cuando nos mirase, iba a pasar algo. Los tres nos habíamos quedado inmóviles, clavados en el piso; y al vernos así, titubeantes, vaya a saber con qué caras, el rostro de ella se fue transfigurando lenta, gradualmente, hasta adquirir una expresión extraña y terrible. Sí. Porque al principio, durante unos segundos, fue perplejidad o incomprensión. Después no. Después pareció haber entendido oscuramente algo, y nos miró con miedo, desgarrada, interrogante. Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto.
Cerrándose el deshabillé lo dijo.
Abelardo Castillo©
1 comentario | Etiquetas: Abelardo Castillo en el Blog de Juan Zapato, Escritores argentinos, Juan Zapato el último habitante en La Torre de Babel, Libros | Publicado en Abelardo Castillo, Adrián Paenza, Baldomero Fernández Moreno, Café Literario, Cuento, Eliahu Toker, Enrique Anderson Imbert, Escritores, Escritores latinoamericanos contemporáneos, Horacio Ferrer, Idioma Español, Invitación a la lectura, Jorge Luis Borges, José Pedroni, Julián Centeya, Julio Cortázar, Libros, Literatura Latinoamericana, Literature, Luis Luchi, Marco Denevi, Oficio de escritor, Raúl González Tuñón, Roberto Arlt, SADE
Kol Nidréi, Aníi maamin, Nigún y Shofar, Procesión nocturna, danza, oración.

Distancia y murmullos entre el proscenio y mi espera.
Dos canastos rebosantes de flores y ramas viva adornando el escenario.
Los músicos van entrando, ellos de elegante smoking, ellas de negro soirée.
El violino concertante cual clave de sol andante da ejemplo con su sonido y
/todos ajustan el “la”.
El aplauso adelantando al talentoso maestro y opresto la batuta diestra
/que sugiere a los violines.
En un adagio muy lento dar bienvenida a los vientos.
Ébano y níquel, níveas manos, rojos labios, con su largo clarinete una elegante
/solista
va triturando promesas en la antigua melodía del esperado Kol Nidrei.
Fui frelajando ansiedades y con la imaginación alerta las raíces de la sasngre
palpitaron en mis ojos, y un vendaval de recuerdos casi afiebrado despierta.
La figura del abuelo e su sufrido silencio, el taled, las filacterias, el pan
/trenzado, las velas
y un laberinto de ensueños con Chagall y su paleta.
El Purim con su suave rojo, o el violinita verde o el rabino de limón.
Aní maamín “yo creo” pregonan con su color.
Rojo, verde, azul, turquesa y en mi follaje de otoño el amarillo tristeza.
La cadencia del shofar, cuerno de macho cabrío, sonando bronco y terrible
recuerda al pueblo elegido que Adoshem es uno y solo
y la plebe con unción se prosterna arrepentida rogándole su perdón.
En la procesión no, qué ensación tan extraña: la alegría de un jasid todo
/vestido de negro
con su gorra y las polainas y un charco rojo en el pecho de alguna daga pagana
que paraliza su danza.
Las violas y los oboes, los cellos y los violines recitan una oración.
Es dulzura y es torrente, es esperanza escondida, es lejanía, es presente.
Adolfo (Fito) Chammah©
Nació en Tucumán, Argentina. Desde joven se sintió atraído por las expresiones artísticas. Estudió en el Conservatorio Nacional de arte escénico. En Argentina fue miembro del elenco estable del teatro S.H.A., perteneció a la comisión directiva del club C.A.S.A., dirigente de FESELA. (Federación Sefaradí Latinoamericana) y de la D.A.I.A. Publicó artículos en diarios y revistas de la comunidad judía. Creador y director de “Encuentro con la canción Sefaradí (música y poesía). escribe cuentos y poesías e intervino en dos antologías y en numerosas veladas literario-musicales.
En Israel se integró a las peñas “Escritores del Alba” y “Brasego”. En la actualidad es miembro activo de la peña “Literarte”, es socio de la Asociación Israelí de escritores ene Lengua Castellana.
Deja un comentario | Etiquetas: Adolfo (Fito) Chammah en el Blog de Juan Zapato, AIELC, Asociación Israeleí de Escritores en eLengua Castellana, Juan Zapato el último habitante en La Torre de Babel, Juglarías un poeta en Israel, Poetry | Publicado en Abraham de Maalot, Acre, Adolfo Chammah, Aida Rebeca Neuah, AIELC, Amigas y Amigos Escritores, Asociación Israelí de Escritores en Lengua castellana, Avinu Malkeinu, Café Literario, Catalina Zetner, Claudia Miller, Daniel Najnsztejn, Escritores, Escritores israelíes contemporáneos, Estado de Israel, Festival Internacional del Libro de Jerusalén, Historia, Iael Pribluda Vered, Iafo - Yafo, Idioma Español, Inmigrantes, Invitación a la lectura, Jacobo Kaufmann, Jai, Jérusalem, Jerusalén, Jerusalem, Jerusalem International Book Fair, José Tenenbaum, Josef Carel, Juan Alejo Sánchez Streger, Juan Zapato, Judaísmo, Juglarías, un Poeta en Israel, Kfar Saba, Kibutz Sa'ar, Ladino, Literature, Maia Blank, Medio Oriente, MinaWeil, Moshé Goldin, Nahariya, Nelly Tarragano, Oficio de escritor, Pesaj (Lito) Skudizki, Poes1a, Poetry, Roberta Gold, Roberto Sánchez, más que un punto de vista..., Sergio Gerszenzon, Tel Aviv, Tito Miller, Yetty Blum, Yiddish, Yvette Schryer
El derecho a la tristeza. Invitación al café filosófico
A plena luz, camino por la sombra
Pablo Neruda
Ningún estado de ánimo convoca tanta oposición como la tristeza. Apenas borramos la sonrisa y la gente se siente con derecho a intervenir en nuestras vidas: “¿Qué te pasa?”. A nadie le gusta presenciar la tristeza porque es contagiosa, porque hace pensar en los miles de motivos que existen para estar triste y porque ver el dolor, duele. Sin embargo, la tristeza alguna vez estuvo de moda, de la mano de la melancolía; recordemos el taeduim vitae de los griegos y el romanticismo que valoraba la tristeza por provenir de lo más profundo del ser humano. En cambio la alegría parecía superficial, tonta, popular: cualquier hijo de vecino podía estar alegre y reír todo el día. Era vulgar.
Hoy las cosas son diferentes. El signo de nuestra época es la alegría, el entusiasmo, las ganas de vivir. Las sonrisas acechan desde los maniquíes, los anuncios espectaculares, los comerciales. Están en boca de todos los edecanes, los vendedores, las recepcionistas. Todos queremos que nos atiendan con una sonrisa en la boca, negando los problemas, fingiendo que les alcanza el sueldo, que la vida les resulta fácil.
Y sin embargo… existen motivos de tristeza, de melancolía o de añoranza, y no siempre queremos disfrazarlos: a veces insistimos en vivirlos hasta el fondo, agotarlos. Ahora lo llaman depresión. De acuerdo: queremos deprimirnos porque tenemos buenos motivos para ello, estamos decididos a sufrir porque nuestra pena lo amerita aunque los demás no quieran verlo, aunque hagan todo lo posible por alegrarnos. No nos queremos animar porque estamos viviendo una pérdida o una decepción, o simplemente caímos en un bache y necesitamos tiempo y energía para salir de ahí.
¿Quién dijo que los seres humanos tenemos vocación de castañuelas? “Sonríe y el mundo estará contigo” nos dicen los fans de Dale Carnegie que llevan décadas promocionando la sonrisa como sinónimo de fe y de esperanza, una sonrisa idiota que se utiliza como contraseña para ser aceptados entre los vivos.
Pero hay días en que el mundo no está con nosotros, por lo menos no como quisiéramos. Días en que el dolor duele tanto que no podemos ubicarlo en ningún lado para extirparlo de raíz. En que dormimos sólo para ver si la pena se desvanece o se confunde con los sueños. O lloramos, para que el dolor se vaya diluyendo, para erosionar el sufrimiento con nuestras lágrimas, para sacarlo todo. Otras veces hablamos y hablamos sin parar, torturando a quien nos escucha con la misma historia mil veces contada, con todos los matices y todos los detalles. Y si no podemos dormir, ni llorar, ni hablar, entonces nos endurecemos y nos callamos. Y la tristeza sale a través de gritos, de agresiones pasivas, de desconfianza, de mezquindades. Sale como un huracán o como una llovizna, arrasándolo todo o desgastándolo… y poco a poco va cediendo frente a la alegría que prometen nuevos proyectos.
Esther Charabati Nehmad
Todos los lunes, a las 20:30 hrs, nos reunimos en la Cafebrería El Péndulo de Polanco,Alejandro Dumas 81, Ciudad de México. No se trata de un curso ni de conferencias, sino de un debate coordinado y moderado por Esther Charabati*. Cada uno elige libremente cuándo quiere asistir y siempre encuentra un ambiente cálido y cordial, con gente interesante de diversas edades y profesiones. El próximo lunes 12 de noviembre trataremos de responder la pregunta “¿tenemos derecho a estar tristes?”
*Licenciada en Filosofía y Dra. en Pedagogía por la UNAM. Autora, entre otros, de Rasgando el tiempo. Los judíos, extraños en la casa, El oficio de la duda, No soporto el paraíso y Contra la autoridad. De aulas y silencios.
Más información en: www.filosofiacotidiana.com

Sábado 10,20:30 hs.
Sala Daniel Boggio


Domingo 11, 14.30 hs
Sala Juan Carlos García Reig



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Yo no sé de qué color llegarás tarde
a las citas. Supongo que llegar tarde
es gris, verde llegar temprano.
De algún color se pusieron tus ojos
y ninguno de ellos era. Color como una
mesa de al fondo posiblemente fuera.
⁞⁞⁞⁞
Violeta,
como la semana Santa de mi país.
⁞⁞⁞⁞
Se me antoja
que nunca fuiste un niño
pequeño del todo,
un niño recién estrenado.
⁞⁞⁞⁞
Para el compositor, acariciar
las teclas del piano
es, como es para el poeta, acariciar
el cuerpo misterioso de la vida.
Tocar, ¡oh, sí!, el marfil inanimado.
Tantear el pecho de la desconocida.
⁞⁞⁞⁞
“Una ola de antisemitismo cruza el país”
Quemaron todos los escritos.
Sigmund Freud debería hacer lo mismo,
hincado de hinojos por la ola, con su obra.
Con todo lo que no había traspapelado
tras sus anteojos. Porque la ola había regresado.
Recuperada del sopor de centurias
en que la había encerrado el Renacimiento,
se desbordaba de nuevo sobre el arte y la ciencia.
Sigmund Freud había muerto hace años.
Y se encontraba solo frente a ella.
A punto de ser devorado.
Emilio Porta© de su libro “Tomo secreto” ISBN:978-84-95140-27-2
http://emilioporta.blogspot.com
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Dormir,
relajarse, entregarse, abandonarse
y dejar que así nos vean.
Dormir
es muy íntimo, muy de uno
porque no se comparte.
Porque nos ven y no vemos
porque nos ven como somos
no como nos mostramos.
Las facciones se suavizan,
el cuerpo abstracto, sin rigidez
suave como el sueño de un niño.
El yo que se muestra
es el yo que ocultamos
mientras dormimos.
Ver a alguien durmiendo
es como verlo desnudo
de ropas y mentiras.
Por eso no suelo
mirarte así, durmiendo
porque me da miedo usurparte.
Sin que puedas negarte
o defenderte
que así te vea.
En la desnudez de tus sueños
que no me pertenecen
que no te pertenecen, que no elegís.
Y elijo no mirarte así, dormido
con los labios entreabiertos
y los brazos extendidos a lo largo del cuerpo.
Pero sí te miro
y tu cuerpo dormido
absorbe mis caricias y mi dar.
Iael Pribluda Vered© de su libro “Hitos, huella” ISBN: 987-02-1244-1
Secretaria de la Asociación Israelí de Escritores en Lengua Castellana, sus escritos han sido publicados en las revistas literarias israelíes “Rodes” y “EntreLíneas”, dirige desde el 2005 un taller de escritura en español en la Biblioteca Nacional de Bat Iam.
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“Impresiones”
Una blanca gaviota detenida sobre las toscas marinas contempla al oleaje llegar.
A lo lejos un pescador solitario se ha introducido campo adentro de las aguas y espera.
Rosh HaNikrá¹ se esconde tras una bruma tenue hasta convertirse en una silueta recostada invisible.
La música acompasada de mar y de viento salado se introduce por mis orificios nasales.
Sentado sobre el suelo de este terraplén, con mis piernas estiradas prosigo la lectura de “Lorca – Dalí, el amor que no pudo ser”, de Ian Gibson.
Un ruido de aletas se aproxima. Dos puntos en el Occidente van figurándose a medida que avanzan hacia mí. Los helicópteros verdeoliva cruzan a baja altura y continúan con su misión rumbo a Oriente.
Cruzo el señalador en la página abierta, cierro el libro, me incorporo y camino destino a Shavei Tzión².
Aún me queda tiempo por delante.
Juan Zapato©
¹ Cuevas de Rosh HaNikrá, punto extremo norte limítrofe entre Israel y El Líbano.
² Moshav Shavei Tzión, granja de propiedad privada, con viviendas particulares y de dimensiones más pequeñas que las de un kibutz. Kibutz: Granja colectiva en Israel.
Mañana Viernes 13 de Julio, estaré presente en la “Feria del Libro en Español” a realizarse en la ciudad de Raanana, bajo la organización de la Filial local de la OLEI (Organización Latinoamericana, España y Portugal en Israel).
Disertará el escritor Gustavo Perednik, asistirán escritores latinoamericanos-israelíes quienes venderán y firmaran sus obras. Actuarán el maestro Mario Solan acompañado del guitarrista David Solan y el coro “Lejaim”, bajo la dirección de Najman Stofblat y se contará con la presencia de los diplomáticos de Argentina y Colombia.
Viernes 13 de Julio en el horario de 10 a 14 horas en la explanada de la OLEI Raanana, sita en Ahuza 68, Mercaz Eliav, Semáforo 2. Tel. 09-7442915/7461946.
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No sé cómo se llama
esa niña pequeña,
ni qué nombre tendrá.
Mantantirulirulá.
Cómo se llamará
esa niña pequeña,
y qué nombre le pondremos.
Mantantirulirulá.
Va descalza
sobre el asfalto.
Va, helada,
de un auto a otro,
en el cruce de semáforos.
Mantantirulirulá.
¿Le pondremos
dolor, amargura,
sufrimiento, rencor?
¿Le pondremos injusticia,
impotencia, resignación?
Ese nombre no me agrada.
Mantantirulirulá.
¿Y qué nombre le pondremos,
mantantirulirulá…
a la niña pequeña,
a la niña descalza,
a la niña solitaria,
hambrienta y cansada,
que de un auto a otro va,
en el cruce de semáforos,
mantantirulirulá?
Yetty Blum©
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Raquel Cornago entrevista a Juan Zapato en el programa “El Marcapáginas” de Radio Sefarad.
Cliquéa en la imagen para escucharla.
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XIII
mientras avanza la mañana
sobre tu verde recién amanecido,
esa imagen de hombre metamorfoseado
canta su primer bostezo,
dejándolo caer sobre tu largo pasillo
empedrado de poemas y flores,
que desemboca en las mejillas del “Viejo Tortoni”.
entro en tu baño único de caballeros,
y aparece el sol acompañado de muchos chicos
y te cubren de alegría;
invadiéndote por todos tus costados.
los niños corren por tu cuerpo,
y dentro de su cuerpo se esconden
y sueñas junto a ellos.
los rostros que te habitan
saludan al nuevo día
con una lágrima de perfil,
o
desde una nube color ceniza;
en tanto, un millón de viejos viejos
se sientan en tus dedos
para hacerte conocer sus recuerdos e ilusiones,
sus diálogos apacibles y sus llantos con sonrisas,
por inventar y destruir proyectos.
jóvenes estudiantes juegan en tu arco de hamacas;
el mediodía de tus dientes almuerza con los empleados de visita;
un barquito de papel conversa con el viento.
llegan palomas por miles,
mi tía Friné se da cita para darles migajas.
llega la primavera,
levanta un escenario de voces;
se escuchan los versos de una canción popular,
de tus faroles se asoman las estrellas,
y toda la gente aplaude.
Juan Zapato©
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Desde el barco cae una lluvia de serpentinas, de adioses y pañuelos que se agitan.
Él no oye los gritos de la gente. Apoyado en una vieja grúa permanece callado, casi ausente. Dos lágrimas se asoman incrédulas a sus ojos.
El barco parte, enciende un cigarrillo, aspira el humo y lo deja mezclarse con el aire. Termina de fumar tira el pucho en el agua aceitosa y camina hacia la salida. Entre los adoquines se asoma el verdor de la gramínea, está por arribar la primavera.
Se imagina acompañándola en este viaje sin retorno. Cuantas ilusiones truncadas en un abrir y cerrar de ojos. En su memoria resuenan aquellos momentos que pasó con ella… su gran amor.
A lo lejos una sirena lastima la tarde del sábado.
Al Bernard©
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El próximo viernes, día 25 de noviembre, presentaremos en sociedad nuestro precioso libro, el primero de la larga saga que la editorial Atlantis dedica al sello Netwriters.
Os esperamos para festejarlo en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, en la calle Leganitos, 10 de Madrid. A las 8 de la tarde.
No te pierdas este histórico acontecimiento.
Los autores que componen la antología “El tintero”:
Cristina Ares Chicote, Alfredo Piquer, Óscar Gómez, Raquel Riesco, José Pedro Gil Román, José Carlos Rabanal, Andrés Antonio Estresado , Raquel González, África Nubla, Mª Carmen Fabre González, José Ríos Pérez, Mercedes García, Ricardo Manzanero, Laura Luengo, Esther Requena, Lydia Cotallo, Ángeles Martínez Rica, Javier Reiriz Villar, Carlos Lara, Carlos Carricondo Morales, Juan Zapato, , Ana Campo, Vicente E. Ramón Gómez, Pablo Moreno, Núria Casalprim, Luisa Grajalva, Rosaura Mestizo Mayorga, Javier Puente, Charo Orrio, Mª Soledad Soler Pelegrín, Dolores Espinosa Márquez, Juan Manuel Agudo, Ana Mª García Márquez de Prado, Aurora Maldonado Pinto, Emilio Porta, Vicente Donoso Donoso, Francisco González Marín, Rocío de Juan, José Mª Gómez de la Torre, Antonio Mas Torres, Fefa Martí Maldonado.
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A Soledad Serrano
que creyó en este poema antes que yo.
Algunos gestos son arrojadizos, están llenos de furia, listos para que el aire se ilumine y sepa la distancia, la infinita distancia miserable que separa a los hombres de la vida.
Otros son aún más rápidos, una ráfaga, un brillo, un chasquido de luz. Son para confianza de la piel, para que no se nos olvide la caricia más tenue.
Muchos parecen sin sentido pero tienen misterios en la manga, secretos incurables, decididas nostalgias, horror a la distancia que los niegue o devore.
La mayoría de los gestos no son más que sustancia de abandono, impecable blancura, milagro inusitado, carne sola, manera de existir.
Tened a mano siempre vuestro gesto, que lleve nombre o contraseña. No lo perdáis de vista por si os es necesario para pensar, amar, decir quién sois; para reconoceros, entregaros, ocupar vuestro puesto en la escena del mundo.
Así reposa el índice en los labios, artesa de los besos y el silencio, así damos la espalda no entregada, la espalda en que nos vamos, dócil gesto de adiós o sígueme.
Así se tiran dados por la mesa, con un leve desorden de las uñas, tras haberlos mimado entre los dedos: “¡Allí, allí !” cantan luego los dados. Y el gesto se hace ajeno aunque fue nuestro.
Así se arroja el guante o la toalla, soberbio desafío o rendición, campo de hierba y sangre, cuadrilátero hermético de cuerdas, de pasión y de gritos, lugar de amor o espacio de locura.
Así nos despedimos frotando la distancia con la mano, desafiamos al espejo con los dientes o entornamos los ojos para ver más hondo.
Encogerse de hombros es todo un recital de ergonomía.
Así son tantos gestos que hacen alta la vida.
Llevar la mano al pelo y retirarlo para que no sofoque la tristeza ni
oculte los deseos, mirar sin ver la hora del reloj, que puede ser la nuestra algunas veces, acurrucar los dedos sudorosos ocultos en el alma del bolsillo, mirar al fondo de metal o vidrio, cuando en el ascensor gime el silencio.
Unos gestos ayudan, otros duelen, aquéllos dejan ácida la boca, éstos
los ojos tristes, la memoria tensa.
Los hay que alegran y los hay terribles. A veces todo al mismo tiempo, como un beso tirado en el vacío, o un dedo que se agita reclamando, riñendo, dueño de aviso siempre, amenazante o protector.
Tender la mano a un niño, “ten cuidado”, para que logre cruzar la vida
o la calzada con nuestra palma en vilo y nuestro miedo.
Humedecer los labios, ¡oh, esa alquimia que siempre alimentó el deseo! Girar el cuello a la sartén que nos reclama mientras se bate un huevo
en la cocina.
Ir pasando las páginas de un libro, sin leer, sin saber cómo; suspirar levemente cuando empieza la turbia carretera su canción, madrugado sopor, tedio, noticias.
Puño o mano tendida, caricia o bofetada, movimiento o quietud, insinuación u olvido.
Los gestos son lo que sujeta el mundo.
Toser antes de hablar, quitarse un hilo de la ropa y hacer con él planetas, frotar donde las gafas estuvieron, teclear con los dedos el volante, la mesa, la rodilla impaciente.
Comprobar el botón agonizante, devolver la mirada de reojo con oficio aprendido en antiguas películas.
Todo mientras se afloja la corbata o devolvemos al lugar perfecto la hombrera de un vestido.
Los gestos son sin duda lo que sujeta el mundo.
Enrique Gracia Trinidad©
De “Todo es papel” 2002
Accésit del Premio Ciudad de Torrevieja, 2002
Realización video: Santiago Solano.
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Te invito a visitar el trabajo de mis Amigos Escritores de Kfar Saba (El pueblo del abuelo), poetas y narradores israelíes en español.
Cliquea en la imagen, espero lo disfrutes, Juan Zapato.
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Eran cuatro hermanos. Sofía, la mayor que vivía en un kibutz del Neguev había quedado inválida y viuda, en un accidente ocurrido cinco años atrás. Raquel la menor, tuvo la idea de prepararle una sorpresa de cumpleaños y pensó reunir en su casa a los cuatro; a José que vivía en Londres y a Rubén que residía en Roma.
***
Sofía estaba leyendo el periódico, cuando la interrumpió el timbre del teléfono.
–Haló ¿quién habla?
–Buen día Sofía, soy Raquel. ¿Cómo estás?
–Muy bien, hermanita, que alegría escucharte. ¿Ya se mudaron? ¿Es cómoda la nueva vivienda?
–Sí, ya estamos instalados en Natania. El departamento es precioso y tiene vista al mar. Te llamaba para invitarte a conocerlo. ¿Por qué no venís el domingo próximo? Podríamos celebrar juntas tu cumpleaños en algún restaurante de la peatonal.
–Excelente idea y acepto encantada. Tengo que consultar quién viaja ese día para que me lleve. Pero será por la tarde.
–De acuerdo, cenaremos juntas, te quedarás a dormir con nosotros y al día siguiente te llevaremos de regreso al kibutz ¿te parece bien?
–Perfecto, ya lo estoy disfrutando –respondió riendo.
–Te mando un beso, chau
Luego de esta conversación, Raquel llamó a Londres y le confirmó a su hermano José la visita. Le propuso que todos se reunirían todos en su nueva casa. Muy pocas veces los cuatro habían estado juntos para el cumpleaños de Sofía. Para ella sería una alegría inolvidable y el mejor regalo que le podrían hacer. Ya había hablado con Rubén y él estaba de acuerdo en viajar. Llegaría el domingo a las 10.30 hs. y José podría tomar el avión que llegaba a Tel Aviv a las 11.30 hs.
Los esperarían en el aeropuerto. Su hermano aceptó entusiasmado la proposición.
***
Raquel y su esposo Jorge viajaban hacia el aeropuerto para recibir a los viajeros. En ese mismo instante, a bordo del avión su hermano miró el reloj y quedó satisfecho, llegaría puntual. Se arrellanó en la butaca y abrió el periódico.
El aparato de Alitalia aterrizó en el aeropuerto Ben Gurión. Luego de retirar el equipaje, Rubén se encontró con su hermana y su cuñado. Se abrazaron emocionados y fueron a la cafetería para conversar tranquilos mientras esperaban el vuelo de Londres.
–¿Preparada la sorpresa? –preguntó el recién llegado.
–Sí, todo en orden –respondió Raquel– Sofía no sabe nada de este encuentro, será una alegría inesperada para ella.
–¿Cómo sigue?
–Bien, en el kibutz la quieren mucho porque es activa, trabaja y además… el llamado del teléfono celular interrumpió la plática.
–Haló, ¿quién es?
–Te habla José. Hubo una demora, pero ya estamos en vuelo. Llegaré dentro de dos horas.
–No importa, te esperaremos, estamos aquí con Rubén. Tenemos muchas novedades que contarnos.
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El viento cual titiritero dispone mis movimientos,
mis pies caen con fuerza sobre la playa
y resistiendo a la presión de la arena
dan un nuevo paso hacia adelante.
El mar emite una voz, la voz me llama,
pero no soy ave marina y prosigo la marcha.
El h o r i z o n t e se anuncia próximo,
la piedra blanca recuesta su brazo y la frontera
se sumerge en tus aguas Mar de las Historias,
la piedra blanca da cobijo en sus cavidades
a las tortugas mediterráneorientales que vienen a desovar.
No hay ecos en tus grutas,
sí senderos resbalosos salpicados de humedad,
peces en cardúmenes que recorren laberintos interiores.
La roca blanca se va transformando por la acción de
acariciarla noche y día amante Mar.
La luna asoma temprana en otoñal asombro,
para elevar la visión sobre un cielo pastel celeste
y el Sol te mira e intenta atraerte hacia las olas,
pero no es día de eclipse y no podrá poseerte.
El túnel por el que te atravesara un día el Oriente Express,
es una cripta que encierra chirridos de vías,
temores de obscuridad, la ausencia de fantasmas pasajeros
y el olvido del verbo de alguna ficción no escrita.
Todo concluye,
los damanes roqueros1 descienden por tus laderas
ya es hora de volver a casa, abandonar la realidad,
para introducirnos en la fantasía y plasmar este poema.
Juan Zapato©
1 Damán roquero o Rock Hyrax (Procavia capensis), simpáticos animalitos parecidos a marmotas que habitan entre las rocas.
Sitio oficial de Rosh HaNikrá: http://www.rosh-hanikra.com/default.asp?lan=eng
Imagen: Rosh Hanikra –sunstar.jpg de Yeoshua Halevi© http://israelthebeautiful.blogspot.com/
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La vuelta
Ve a un hombre que pasa, se acerca a él y le saluda cortésmente, y atrevidamente su nombre le pregunta.
—Me llamo ¡Aldón Pirulero1!, ¿nunca escuchó cantar de mí?
—Sí, pero, hace ya mucho…- responde sorprendido.
-No es el único, créame. Yo ando cabalgando día tras día, montado con ancha hidalguía, disculpe mi jactancia, en este caballo brincador. -Y señala a un caballito que sube y baja sin cesar, dentro de una pequeña calesita. Descubre esa inquietud infantil, agonizando dormida en cada hombre. Lo interrumpe:
— ¿Dígame Aldón, si por ser “grande”, ya no puedo cantar y bailar y tener la aventura de enamorar a “La hija del Chocolatero”?
Necesitaría una rayuela de color verde, para poder vivir, y ahí levantar una casa amarilla y roja, con techo de estrellas y luna blanca.
Necesitaría una sonrisa auténtica, para recordar mi niñez y compartirla.
Eso sí, ahora que me encuentro desarmado, quisiera ser sordo un instante, sería suficiente, para no escuchar la voz de Mambrú, llamándome, – llevándome – a la guerra, guerra de la que nunca volveré.
No puedo ir con él, quiero jugar con cubos de madera, de tamaños diversos llenos de letras por todos sus costados, y sentarme sereno, a armar palabras que en realidad no conozco.
— ¿Dígame Aldón, qué hago?, sentado solo en una plaza desierta de gritos; sin oler el pasto, sin apreciar sus silvestres flores, quietecitas, inmóviles, aguardando el cuidado natural de una lluvia fresca. ¿Dónde están mis compañeros de juego? ¿No los has visto? ¿Y ese amor que nació aquí, hace ya muchos años?
Llévame a formar una gran ronda que recorra todos los barrios de la ciudad.
Acompáñame, Aldón Pirulero, a subir toboganes, para que una vez que estemos allá arriba, demos un salto grande, con los brazos abiertos, queriendo atrapar contra nuestros pechos, ese inmenso globo rojo que sube y desaparece tras la nubes formadas por el humo que lanza una vieja chimenea.
¡Con cuidado Aldón! Estamos llegando al suelo, ¡mira!, ha salido la luna blanca.
¿Sabes, me parece ver a muchas mujeres embarazadas, cantándole a los hijos que pronto han de nacer. ¡Escucha!, sí, y por qué no, el llanto de un niño se introduzca en nuestros oídos, para despertarnos, cuando sea necesario saltar de la realidad.
Vamos juntos Aldón, a embarrarnos en los charcos que dejó la lluvia pasada.
Bajemos las barrancas que inventamos, que el que llega primero, tendrá más tiempo para descansar, cuando nuestros corazones rompan violentamente contra nuestros agitados huesos.
Ahora sí, ahora estoy comenzando a sentirme mejor. Retomemos el juego:
“Aldón, Aldón, ¡Aldón Pirulero!;
compañé, compañé, compañero de juego;
nunca más, nunca más, nos separaremos;
porque hoy, porque hoy, nacimos de nuevo;
cara al sol, cara al sol;
sin llanto y sin miedo;
y el dolor se fugó;
porque nació el amor;
porque Usted, porque Yo;
Nosotros y Todos…
Larala, larala, larala lalála…”
—Disculpe señor, aquí termina el recorrido, ¿se quedó dormido?
— ¡Ah!, sí, gracias. Sí, ya bajo.
Baja del colectivo2 y se dirige a una plaza.
Juan Zapato©
1 Referencia al juego infantil de Al don Pirulero, también llamado Antón Pirulero. Juego en el que cada participante hace la mímica de tocar un instrumento musical.
2 Colectivo: autobús.
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Como el color del Sol
cuando abrasa al hombre pobre de pobreza,
en la intemperie plomiza de la urbe,
en su soledad de púrpuras,
en el abandono gris de la esperanza,
las canas tiñen de cenizas su cabeza,
sus zapatos cubiertos del ocre que lo embarra.
El neón emblanquece el pavimento,
y su sombra musgo se funde en la vereda.
Juan Zapato©
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