La rosa del azafrán
triste visita nos hace,
cuando nace el sol saldrá
a morirse con la tarde.
El azafrán en esos lugares de la Mancha, de cuyos recuerdos guardo en mi alma y nunca voy a olvidarme. No era cultivo de poderosos y ricos terratenientes, dado la gran cantidad de mano de obra que necesita y el especial cuidado que su cultivo requiere. Ellos, no todos, solo algunos arrendaban tierras que, se dividían en parcelas de un celemín (cuatrocientos sesenta y siete metros cuadrados), cobrando un alto precio por el arriendo a obreros, pobres enfermos o con alguna minusvalía física. Estos no podían trabajar siempre por cuenta ajena, por la dureza salvaje de algunos trabajos del campo, como por ejemplo: el destajo de la siega o hacer hoyos para viñedos y olivos, por eso cultivaban el azafrán, porque nadie les imponía ningún ritmo ni exceso siendo dueños de sus propias tareas. Aunque las ganancias no eran muy rentables, teniendo en cuenta la cantidad de horas dedicadas en su cultivo y recolección. En la monda colaboraba toda la familia de la casa, incluidos niños y los más mayores también, ajenos que se les pagaba en azafrán con la cuarta parte de lo que mondaban.
De los años sesenta a los noventa, su cultivo se generalizó más entre obreros del campo y pequeños agricultores y también albañiles y peones de la construcción que, al no tener trabajo en esta zona de la Mancha, debido a su precario desarrollo (intencionado) que, en años atrás no consintieron los poderosos terratenientes ricos, para tener mano de obra barata y disponible siempre al alcance de sus manos. Unos tuvieron que emigrar, otros si querían trabajar tenían que desplazarse todos los días a Madrid y a otras lejanas ciudades, saliendo a las cuatro y media de la madrugada y regresando a sus casas a altas horas de la noche. Con los consiguientes gastos y riesgos que esto les originaba que, podrían calcularse en un treinta y cinco por ciento de merma en su salario y mucho más con la moda que llego a generalizarse, de los intermediarios del trabajo, llamados «pistoleros», con los perjuicios que de estos se derivan (hoy parecen ser especie protegida), aparte de las penurias y el no poder gozar ni disfrutar de sus hijos. Cultivando el azafrán en sábados y domingos les ayudaba a sacar su familia adelante.
Hasta el año 2011 han trascurrido dos décadas, de casi su total desaparición, debido a innumerables causas de crisis y burocráticas. Parece ser que en estos tiempos, la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha, está poniendo los mecanismos y ayudas para su nuevo renacimiento en la región.
El azafrán en las familias obreras pobres, era necesario para poder sobrevivir, criar y casar a los hijos, comprar un solar para después hacer la casa, reformarla o comprar algún mueble. Era parte de nuestra necesaria economía y también nuestra cultura. El azafrán no es un producto agrícola más, sino que también este forma parte de nuestro patrimonio histórico y cultural de la región y debe de ser conservado y además protegido.
¡MADRE, VENDE EL AZAFRÁN…!
¡Madre, vende el azafrán!
que anoche mondando rosa
mi novio encima la mesa
me dijo que soy preciosa.
¡Madre, vende el azafrán!
que con sus besos de miel
entre suspiros me dijo
que me casara con él.
¡Madre, vende el azafrán!
que casarme yo requiero
que en el trabajo del campo
se muere pobre el obrero.
¡Madre, vende el azafrán!
prepara pronto mi boda
que mi novio tiene casa
y los muebles a la moda.
¡Madre, vende el azafrán!
que mi novio tiene mulas
también viñas y olivares
y dos galeras muy chulas.
¡Madre, vende el azafrán!
cómprame el ajuar que espero
que en el banco mi Manolo
tiene guardado dinero.
¡Madre, vende el azafrán!
que la miseria es martirio,
siendo obrera paso hambre,
con mi novio es un delirio.
¡Madre, vende el azafrán!
que en lo que digo no miento
que me parece que tengo
en el vientre alumbramiento.
¡Madre, vende el azafrán!
es tanto lo que le quiero
que con el quiero vivir
y por tenerle me muero.
El poema expone una realidad del pasado aún latente en los que todavía la recordamos. Pudiera ser que algunos conceptos las nuevas generaciones no lo entiendan del todo. De los cuatro personajes del poema el principal no sale a escena. Aunque la hija para el padre fuera la niña de sus ojos… algunas cosas que ella cuenta a su madre en aquellos tiempos no se solían contar a un padre. Aparentemente en un principio, parece ser que a nuestra joven protagonista, por ser su novio de una clase social más alta solo le moviera el interés. Aunque para ella era un buen logro el salir de la miseria que la envolvía. Pero lo que de verdad pretende, porque esta locamente enamorada, es convencer a su madre, como era tradición, una vez conseguido esto, entre las dos convencer al padre sería pan comido.
Judit Klein, nos deleitará con su voz en Budapest en el acto de presentación de “La Torá de Komlós”, obra maestra del escritor húngaro István Gábor Bedek
O vindeiro mércores 23 de abril ás 20:00 horas terá lugar no Hotel México en Vigo (Vía do Norte 10) a Charla-coloquio e presentación do libro “Juglarias: un poeta en Israel” do escritor israelí Juan Zapato.
O acto ademais da presentación do devandito libro, será un repaso ao estado actual da literatura israelí nos nosos días. Moi en especial a editada en español xa que Juan Zapato.
Relato brevemente el momento emotivo que ocurrió el miércoles 16 de Octubre en “La Barraca”. Yo salí a recitar un poema de D. José del Río Sáinz, al que tengo especial cariño por ser el primero que aprendí cuando era una niña de cuatro o cinco años.
Al terminar, un chico, llamado Chisco, se acercó y me dió dos besos, estaba emocionado pues el viejo capitán era su bisabuelo y una de las tres hijas ,su abuela . Para quien crea en las casualidades, fue puro azar, yo prefiero pensar que fue el Destino quien me llevó esa noche a “La Barraca” y me animó a recitar ese soneto en particular, para regalarnos ese instante brillante de emoción que hacen de la vida algo precioso y que guardaré en el recuerdo, ya que me llevó a escribir mi este soneto.
Era el primer poema que ella recordara, del que ella tuviera infantil memoria, nunca imaginó que en él encontrara para su alma un gozo que sutil escondía.
El viejo capitán, así se llamaba y en sus versos su alma halló cobijo mas nunca pensó que en ellos hallara para su corazón un gran regocijo.
La vida, el Destino quiso premiarla y allí en La Barraca, donde acudía, del viejo capitán el bisnieto estaba
y que al oir lo que se recitaba a su mente acudió el recuerdo fijo de las hijas por las que Del Río suspirara…
Nació en Miajadas (Cáceres, España) en 1957. Estudió periodismo y cinematografía en Madrid. Es guionista de cine y televisión. Premios de Poesía:Cráter, Colección Provincia, 1984, Diario de una enfermera, Premio Ricardo Molina, 1996, La Pasión, Finalista Premio Mundial De Poesía Mística Fernando Rielo, 1999, Amor Tirano, Premio Hermanos Argensola 2002. Otras publicaciones: Lianas, 1988, Crímenes, 1993, Feroces, 1999. Incluida en Las Antologías De Poesía: Las Diosas Blancas y Ellas Tiene La Palabra. Lecturas significativas y eventos literarios: Palacio Real, Madrid, 2000, Fundación Monasterio de Yuste, 2004, Festival Poetry Internacional de Rotterdam, junto a Seamus Heaney, 2005, Cumbre Iberoamericana, representando a Cáceres: Patrimonio de la Humanidad, Salamanca 2008.
Si Ernesto se enteró de que ella había vuelto (cómo había vuelto), nunca lo supe, pero el caso es que poco después se fue a vivir a El Tala, y, en todo aquel verano, sólo volvimos a verlo una o dos veces. Costaba trabajo mirarlo de frente. Era como si la idea que Julio nos había metido en la cabeza –porque la idea fue de él, de Julio, y era una idea extraña, turbadora: sucia– nos hiciera sentir culpables. No es que uno fuera puritano, no. A esa edad, y en un sitio como aquél, nadie es puritano. Pero justamente por eso, porque no lo éramos, porque no teníamos nada de puros o piadosos y al fin de cuentas nos parecíamos bastante a casi todo el mundo, es que la idea tenía algo que turbaba. Cierta cosa inconfesable, cruel. Atractiva. Sobre todo, atractiva. Fue hace mucho. Todavía estaba el Alabama, aquella estación de servicio que habían construido a la salida de la ciudad, sobre la ruta. El Alabama era una especie de restorán inofensivo, inofensivo de día, al menos, pero que alrededor de medianoche se transformaba en algo así como un rudimentario club nocturno. Dejó de ser rudimentario cuando al turco se le ocurrió agregar unos cuartos en el primer piso y traer mujeres. Una mujer trajo. –¡No! –Sí. Una mujer. –¿De dónde la trajo? Julio asumió esa actitud misteriosa, que tan bien conocíamos –porque él tenía un particular virtuosismo de gestos, palabras, inflexiones que lo hacían raramente notorio, y envidiable, como a un módico Brummel de provincias–, y luego, en voz baja, preguntó: –¿Por dónde anda Ernesto? En el campo, dije yo. En los veranos Ernesto iba a pasar unas semanas a El Tala, y esto venía sucediendo desde que el padre, a causa de aquello que pasó con la mujer, ya no quiso regresar al pueblo. Yo dije en el campo, y después pregunté: –¿Qué tiene que ver Ernesto? Julio sacó un cigarrillo. Sonreía. –¿Saben quién es la mujer que trajo el turco? Aníbal y yo nos miramos. Yo me acordaba ahora de la madre de Ernesto. Nadie habló. Se había ido hacía cuatro años, con una de esas compañías teatrales que recorren los pueblos: descocada, dijo esa vez mi abuela. Era una mujer linda. Morena y amplia: yo me acordaba. Y no debía de ser muy mayor, quién sabe si tendría cuarenta años. –Atorranta, ¿no? Hubo un silencio y fue entonces cuando Julio nos clavó aquella idea entre los ojos. O, a lo mejor, ya la teníamos. –Si no fuera la madre… No dijo más que eso.
Quién sabe. Tal vez Ernesto se enteró, pues durante aquel verano sólo lo vimos una o dos veces (más tarde, según dicen, el padre vendió todo y nadie volvió a hablar de ellos), y, las pocas veces que lo vimos, costaba trabajo mirarlo de frente. –Culpables de qué, che. Al fin de cuentas es una mujer de la vida, y hace tres meses que está en el Alabama. Y si esperamos que el turco traiga otra, nos vamos a morir de viejos. Después, él, Julio, agregaba que sólo era necesario conseguir un auto, ir, pagar y después me cuentan, y que si no nos animábamos a acompañarlo se buscaba alguno que no fuera tan braguetón, y Aníbal y yo no íbamos a dejar que nos dijera eso. –Pero es la madre. –La madre. ¿A qué llamas madre vos?: una chancha también pare chanchitos. –Y se los come. –Claro que se los come. ¿Y entonces? –Y eso qué tiene que ver. Ernesto se crió con nosotros. Yo dije algo acerca de las veces que habíamos jugado juntos; después me quedé pensando, y alguien, en voz alta, formuló exactamente lo que yo estaba pensando. Tal vez fui yo: –Se acuerdan cómo era. Claro que nos acordábamos, hacía tres meses que nos veníamos acordando. Era morena y amplia; no tenía nada de maternal. –Y además ya fue medio pueblo. Los únicos somos nosotros. Nosotros: los únicos. El argumento tenía la fuerza de una provocación, y también era una provocación que ella hubiese vuelto. Y entonces, puercamente, todo parecía más fácil. Hoy creo –quién sabe– que, de haberse tratado de una mujer cualquiera, acaso ni habríamos pensado seriamente en ir. Quién sabe. Daba un poco de miedo decirlo, pero, en secreto, ayudábamos a Julio para que nos convenciera; porque lo equívoco, lo inconfesable, lo monstruosamente atractivo de todo eso, era, tal vez, que se trataba de la madre de uno de nosotros. –No digas porquerías, querés –me dijo Aníbal. Una semana más tarde, Julio aseguró que esa misma noche conseguiría el automóvil. Aníbal y yo lo esperábamos en el bulevar. –No se lo deben de haber prestado. –A lo mejor se echó atrás. Lo dije como con desprecio, me acuerdo perfectamente. Sin embargo fue una especie de plegaria: a lo mejor se echó atrás. Aníbal tenía la voz extraña, voz de indiferencia: –No lo voy a esperar toda la noche; si dentro de diez minutos no viene, yo me voy. –¿Cómo será ahora? –Quién… ¿la tipa? Estuvo a punto de decir: la madre. Se lo noté en la cara. Dijo la tipa. Diez minutos son largos, y entonces cuesta trabajo olvidarse de cuando íbamos a jugar con Ernesto, y ella, la mujer morena y amplia, nos preguntaba si queríamos quedarnos a tomar la leche. La mujer morena. Amplia. –Esto es una asquerosidad, che. –Tenes miedo –dije yo. –Miedo no; otra cosa. Me encogí de hombros: –Por lo general, todas éstas tienen hijos. Madre de alguno iba a ser. –No es lo mismo. A Ernesto lo conocemos. Dije que eso no era lo peor. Diez minutos. Lo peor era que ella nos conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido de una cosa: cuando ella nos mirase iba a pasar algo. Aníbal tenía cara de asustado ahora, y diez minutos son largos. Preguntó: –¿Y si nos echa? Iba a contestarle cuando se me hizo un nudo en el estómago: por la calle principal venía el estruendo de un coche con el escape libre. –Es Julio –dijimos a dúo. El auto tomó una curva prepotente. Todo en él era prepotente: el buscahuellas, el escape. Infundía ánimos. La botella que trajo también infundía ánimos. –Se la robé a mi viejo. Le brillaban los ojos. A Aníbal y a mí, después de los primeros tragos, también nos brillaban los ojos. Tomamos por la Calle de los Paraísos, en dirección al paso a nivel. A ella también le brillaban los ojos cuando éramos chicos, o, quizá, ahora me parecía que se los había visto brillar. Y se pintaba, se pintaba mucho. La boca, sobre todo. –Fumaba, ¿te acordás? Todos estábamos pensando lo mismo, pues esto último no lo había dicho yo, sino Aníbal; lo que yo dije fue que sí, que me acordaba, y agregué que por algo se empieza. –¿Cuánto falta? –Diez minutos. Y los diez minutos volvieron a ser largos; pero ahora eran largos exactamente al revés. No sé. Acaso era porque yo me acordaba, todos nos acordábamos, de aquella tarde cuando ella estaba limpiando el piso, y era verano, y el escote al agacharse se le separó del cuerpo, y nosotros nos habíamos codeado. Julio apretó el acelerador. –Al fin de cuentas, es un castigo –tu voz, Aníbal, no era convincente–: una venganza en nombre de Ernesto, para que no sea atorranta. –¡Qué castigo ni castigo! Alguien, creo que fui yo, dijo una obscenidad bestial. Claro que fui yo. Los tres nos reímos a carcajadas y Julio aceleró más. –¿Y si nos hace echar? –¡Estás mal de la cabeza vos! ¡En cuanto se haga la estrecha lo hablo al turco, o armo un escándalo que les cierran el boliche por desconsideración con la clientela!
A esa hora no había mucha gente en el bar: algún viajante y dos o tres camioneros. Del pueblo, nadie. Y, vaya a saber por qué, esto último me hizo sentir audaz. Impune. Le guiñé el ojo a la rubiecita que estaba detrás del mostrador; Julio, mientras tanto, hablaba con el turco. El turco nos miró como si nos estudiara, y por la cara desafiante que puso Aníbal me di cuenta de que él también se sentía audaz. El turco le dijo a la rubiecita: –Llévalos arriba. La rubiecita subiendo los escalones: me acuerdo de sus piernas. Y de cómo movía las caderas al subir. También me acuerdo de que le dije una indecencia, y que la chica me contestó con otra, cosa que (tal vez por el coñac que tomamos en el coche, o por la ginebra del mostrador) nos causó mucha gracia. Después estábamos en una sala pulcra, impersonal, casi recogida, en la que había una mesa pequeña: la salita de espera de un dentista. Pensé a ver si nos sacan una muela. Se lo dije a los otros: –A ver si nos sacan una muela. Era imposible aguantar la risa, pero tratábamos de no hacer ruido. Las cosas se decían en voz muy baja. –Como en misa –dijo Julio, y a todos volvió a parecernos notablemente divertido; sin embargo, nada fue tan gracioso como cuando Aníbal, tapándose la boca y con una especie de resoplido, agregó: –¡Mira si en una de ésas sale el cura de adentro! Me dolía el estómago y tenía la garganta seca. De la risa, creo. Pero de pronto nos quedamos serios. El que estaba adentro salió. Era un hombre bajo, rechoncho; tenía aspecto de cerdito. Un cerdito satisfecho. Señalando con la cabeza hacia la habitación, hizo un gesto: se mordió el labio y puso los ojos en blanco. Después, mientras se oían los pasos del hombre que bajaba, Julio preguntó: –¿Quién pasa? Nos miramos. Hasta ese momento no se me había ocurrido, o no había dejado que se me ocurriese, que íbamos a estar solos, separados –eso: separados– delante de ella. Me encogí de hombros. –Qué sé yo. Cualquiera. Por la puerta a medio abrir se oía el ruido del agua saliendo de una canilla. Lavatorio. Después, un silencio y una luz que nos dio en la cara; la puerta acababa de abrirse del todo. Ahí estaba ella. Nos quedamos mirándola, fascinados. El deshabillé entreabierto y la tarde de aquel verano, antes, cuando todavía era la madre de Ernesto y el vestido se le separó del cuerpo y nos decía si queríamos quedarnos a tomar la leche. Sólo que la mujer era rubia ahora. Rubia y amplia. Sonreía con una sonrisa profesional; una sonrisa vagamente infame. –¿Bueno? Su voz, inesperada, me sobresaltó: era la misma. Algo, sin embargo, había cambiado en ella, en la voz. La mujer volvió a sonreír y repitió “bueno”, y era como una orden; una orden pegajosa y caliente. Tal vez fue por eso que, los tres juntos, nos pusimos de pie. Su deshabillé, me acuerdo, era oscuro, casi traslúcido. –Voy yo –murmuró Julio, y se adelantó, resuelto. Alcanzó a dar dos pasos: nada más que dos. Porque ella entonces nos miró de lleno, y él, de golpe, se detuvo. Se detuvo quién sabe por qué: de miedo, o de vergüenza tal vez, o de asco. Y ahí se terminó todo. Porque ella nos miraba y yo sabía que, cuando nos mirase, iba a pasar algo. Los tres nos habíamos quedado inmóviles, clavados en el piso; y al vernos así, titubeantes, vaya a saber con qué caras, el rostro de ella se fue transfigurando lenta, gradualmente, hasta adquirir una expresión extraña y terrible. Sí. Porque al principio, durante unos segundos, fue perplejidad o incomprensión. Después no. Después pareció haber entendido oscuramente algo, y nos miró con miedo, desgarrada, interrogante. Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto. Cerrándose el deshabillé lo dijo.
Puede que él no sepa de mujeres fenicias ni de galeones españoles ni de sefarditas con su ladino de siempre en África o Nueva York.
Pero ella, más torrencial parpadea y habla según sus cálculos de mares de mediodía con sus fragatas inglesas con algo del Caribe filtrado ventarrones por añadidura, y por análogas razones de atmósferas con peces de colores y señoritas con su cuerpo a la vista.
Entonces él reconoce su ignorancia de esos desusados hombres, accede a que ella desafíe sus saberes, no de Ovidio ni los dioses griegos, menos sus conocimientos de geografía, sino aquellos que resumen miserias morales y dudosas legalidades.
Siendo así las cosas, ella muestra su espinazo entrado en eternidades para danzar en el corredor con un silencio que no se mueve más allá de sus fronteras en la palma del sueño.
Kol Nidréi, Aníi maamin, Nigún y Shofar, Procesión nocturna, danza, oración.
Distancia y murmullos entre el proscenio y mi espera. Dos canastos rebosantes de flores y ramas viva adornando el escenario. Los músicos van entrando, ellos de elegante smoking, ellas de negro soirée. El violino concertante cual clave de sol andante da ejemplo con su sonido y /todos ajustan el “la”. El aplauso adelantando al talentoso maestro y opresto la batuta diestra /que sugiere a los violines. En un adagio muy lento dar bienvenida a los vientos.
Ébano y níquel, níveas manos, rojos labios, con su largo clarinete una elegante /solista va triturando promesas en la antigua melodía del esperado Kol Nidrei. Fui frelajando ansiedades y con la imaginación alerta las raíces de la sasngre palpitaron en mis ojos, y un vendaval de recuerdos casi afiebrado despierta. La figura del abuelo e su sufrido silencio, el taled, las filacterias, el pan /trenzado, las velas y un laberinto de ensueños con Chagall y su paleta.
El Purim con su suave rojo, o el violinita verde o el rabino de limón. Aní maamín “yo creo” pregonan con su color. Rojo, verde, azul, turquesa y en mi follaje de otoño el amarillo tristeza. La cadencia del shofar, cuerno de macho cabrío, sonando bronco y terrible recuerda al pueblo elegido que Adoshem es uno y solo y la plebe con unción se prosterna arrepentida rogándole su perdón.
En la procesión no, qué ensación tan extraña: la alegría de un jasid todo /vestido de negro con su gorra y las polainas y un charco rojo en el pecho de alguna daga pagana que paraliza su danza.
Las violas y los oboes, los cellos y los violines recitan una oración. Es dulzura y es torrente, es esperanza escondida, es lejanía, es presente.
Nació en Tucumán, Argentina. Desde joven se sintió atraído por las expresiones artísticas. Estudió en el Conservatorio Nacional de arte escénico. En Argentina fue miembro del elenco estable del teatro S.H.A., perteneció a la comisión directiva del club C.A.S.A., dirigente de FESELA. (Federación Sefaradí Latinoamericana) y de la D.A.I.A. Publicó artículos en diarios y revistas de la comunidad judía. Creador y director de “Encuentro con la canción Sefaradí (música y poesía). escribe cuentos y poesías e intervino en dos antologías y en numerosas veladas literario-musicales. En Israel se integró a las peñas “Escritores del Alba” y “Brasego”. En la actualidad es miembro activo de la peña “Literarte”, es socio de la Asociación Israelí de escritores ene Lengua Castellana.
Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: Que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos… y sé todos los cuentos.
Debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato. Debajo de las divisiones hay una gota de sangre de marinero. Debajo de las sumas, un río de sangre tierna; un río que viene cantando por los dormitorios de los arrabales, y es plata, cemento o brisa en el alba mentida de New York. Existen las montañas, lo sé. Y los anteojos para la sabiduría, lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo. He venido para ver la turbia sangre, la sangre que lleva las máquinas a las cataratas y el espíritu a la lengua de la cobra. Todos los días se matan en New York cuatro millones de patos, cinco millones de cerdos, dos mil palomas para el gusto de los agonizantes, un millón de vacas, un millón de corderos y dos millones de gallos que dejan los cielos hechos añicos. Más vale sollozar afilando la navaja o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías que resistir en la madrugada los interminables trenes de leche, los interminables trenes de sangre, y los trenes de rosas maniatadas por los comerciantes de perfumes. Los patos y las palomas y los cerdos y los corderos ponen sus gotas de sangre debajo de las multiplicaciones; y los terribles alaridos de las vacas estrujadas llenan de dolor el valle donde el Hudson se emborracha con aceite. Yo denuncio a toda la gente que ignora la otra mitad, la mitad irredimible que levanta sus montes de cemento donde laten los corazones de los animalitos que se olvidan y donde caeremos todos en la última fiesta de los taladros. Os escupo en la cara. La otra mitad me escucha devorando, cantando, volando en su pureza como los niños en las porterías que llevan frágiles palitos a los huecos donde se oxidan las antenas de los insectos. No es el infierno, es la calle. No es la muerte, es la tienda de frutas. Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles en la patita de ese gato quebrada por el automóvil, y yo oigo el canto de la lombriz en el corazón de muchas niñas. óxido, fermento, tierra estremecida. Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina. ¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes? ¿Ordenar los amores que luego son fotografías, que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre? No, no; yo denuncio, yo denuncio la conjura de estas desiertas oficinas que no radian las agonías, que borran los programas de la selva, y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas cuando sus gritos llenan el valle donde el Hudson se emborracha con aceite.
Federico García Lorca. Oficina y denuncia de Poeta en Nueva York.
De manera lógica, el empleo de refranes como oralidad es de creerse anteceden a su registro o empleo escrito y en muchas culturas, en la mayor parte de África por ejemplo, son un elemento importante y frecuente en la conversación normal.
Es muy frecuente que proverbios, para nosotros refranes, pertenecientes a las diferentes culturas y lenguas del mundo expresen la misma enseñanza.
Uno de los rasgos más interesantes es que muchos de ellos pueden dividirse en dos partes contrapuestas que a menudo presentan paralelismos en la sintaxis y en el ritmo10 y vínculos de rima y aliteración. Estas características estructurales son marcas de oralidad, y son socorridas por la nemotecnia en la mayoría de las lenguas naturales, debido a que como dice Alonso: el metro, la rima, la aliteración y el paralelismo en los refranes no son únicamente elementos artísticos sino también mnemotécnicos. El pueblo atiende más a la rima o cadencia final que al número exacto de sílabas, aunque por el desuso o la transformación pierden muchos su forma poética.
Por ejemplo, en España como en México, actualmente se dice: “Más vale maña que fuerza”, pero en el siglo XVI este refrán era más amplio y se completaba “… Y más a quien Dios esfuerza” (Alonso, 1978: 336).
También estructuralmente los proverbios (refranes de hoy en adelante en la idea hispanoamericana) presentan semejanzas interlingüísticas, por la utilización de imágenes vivas, alusiones domésticas y juegos de palabras. Unos ejemplos pueden ser para el caso hispanohablante: “A perro que no se conoce, no se le tienta el rabo”, “Al pobre y al feo todo se le va en deseo”. Estos refranes se dicen tanto en España, como en México y en Perú (Martínez Klaiser, 1978, Acuña, 1997).
Los refranes están arraigados en un sentido amplio en la cultura popular y se transmiten por vía oral. Así lo he observado en lugares rurales que no tienen acceso a la escritura, en los centros urbanos, en los medios masivos de comunicación está generalizado, los locutores de radio o los conductores de programas televisivos los emplean constantemente, forman parte del diálogo de las telenovelas y de las películas que tienen un amplio público ya de la televisión, las de VHA y DVD, y cine. Los refranes también son socorridos en los sketchs del teatro y por supuesto todos los días los escuchamos en cualquier actividad cotidiana.
La ascendencia de los refranes es oral y funcionan de la misma manera, porque son divulgados de boca en boca, se mantienen en la lengua cotidiana, y se reproducen en relación al contexto pues funcionan semióticamente a partir de él. Se desconoce a los autores individuales de la mayor parte de los refranes, por ello se dice son anónimos. Pérez Martínez insiste en que son los residuos de un mecanismo que servía tanto para estructurar como para conservar textos en las culturas orales, y al igual que Martínez Kleiser asiente que sólo cuando un refrán es asumido por una comunidad empieza a ser refrán.
Yo no sé de qué color llegarás tarde
a las citas. Supongo que llegar tarde
es gris, verde llegar temprano.
De algún color se pusieron tus ojos
y ninguno de ellos era. Color como una
mesa de al fondo posiblemente fuera.
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Violeta,
como la semana Santa de mi país.
⁞⁞⁞⁞
Se me antoja
que nunca fuiste un niño
pequeño del todo,
un niño recién estrenado.
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Para el compositor, acariciar
las teclas del piano
es, como es para el poeta, acariciar
el cuerpo misterioso de la vida.
Tocar, ¡oh, sí!, el marfil inanimado.
Tantear el pecho de la desconocida.
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“Una ola de antisemitismo cruza el país”
Quemaron todos los escritos.
Sigmund Freud debería hacer lo mismo,
hincado de hinojos por la ola, con su obra.
Con todo lo que no había traspapelado
tras sus anteojos. Porque la ola había regresado.
Recuperada del sopor de centurias
en que la había encerrado el Renacimiento,
se desbordaba de nuevo sobre el arte y la ciencia.
Sigmund Freud había muerto hace años.
Y se encontraba solo frente a ella.
A punto de ser devorado.
Secretaria de la Asociación Israelí de Escritores en Lengua Castellana, sus escritos han sido publicados en las revistas literarias israelíes “Rodes” y “EntreLíneas”, dirige desde el 2005 un taller de escritura en español en la Biblioteca Nacional de Bat Iam.
Una blanca gaviota detenida sobre las toscas marinas contempla al oleaje llegar.
A lo lejos un pescador solitario se ha introducido campo adentro de las aguas y espera.
Rosh HaNikrá¹ se esconde tras una bruma tenue hasta convertirse en una silueta recostada invisible.
La música acompasada de mar y de viento salado se introduce por mis orificios nasales.
Sentado sobre el suelo de este terraplén, con mis piernas estiradas prosigo la lectura de “Lorca – Dalí, el amor que no pudo ser”, de Ian Gibson.
Un ruido de aletas se aproxima. Dos puntos en el Occidente van figurándose a medida que avanzan hacia mí. Los helicópteros verdeoliva cruzan a baja altura y continúan con su misión rumbo a Oriente.
Cruzo el señalador en la página abierta, cierro el libro, me incorporo y camino destino a Shavei Tzión².
¹ Cuevas de Rosh HaNikrá, punto extremo norte limítrofe entre Israel y El Líbano.
² Moshav Shavei Tzión, granja de propiedad privada, con viviendas particulares y de dimensiones más pequeñas que las de un kibutz. Kibutz: Granja colectiva en Israel.
Mañana Viernes 13 de Julio, estaré presente en la “Feria del Libro en Español” a realizarse en la ciudad de Raanana, bajo la organización de la Filial local de la OLEI (Organización Latinoamericana, España y Portugal en Israel).
Disertará el escritor Gustavo Perednik, asistirán escritores latinoamericanos-israelíes quienes venderán y firmaran sus obras. Actuarán el maestro Mario Solan acompañado del guitarrista David Solan y el coro “Lejaim”, bajo la dirección de Najman Stofblat y se contará con la presencia de los diplomáticos de Argentina y Colombia.
Viernes 13 de Julio en el horario de 10 a 14 horas en la explanada de la OLEI Raanana, sita en Ahuza 68, Mercaz Eliav, Semáforo 2. Tel. 09-7442915/7461946.
No es el amor, lo sé, pero es de noche y yo estoy sola, frente al mar que espera con las uñas viscosas de sus algas y el sello de la sal sobre sus piedras: sin cesar, desde el agua y las espumas mil ramajes de brazos me recuerdan que aguardan todavía tendiéndome su ausencia. Las mismas olas que devoran barcos, que van hundiendo mástiles y velas, tiran siempre de mí salvajemente ceñidas, enroscadas, como cuerdas.
No es el amor, lo sé, pero qué importa: tiene su mismo rostro hecho de niebla y su temblor febril y su acechanza, tiene sus manos blandas que se aferran con dura precisión. Tiene su misma insólita presencia con el prestigio de un fulgor pasado y la futura soledad que empieza. Tiene sin duda del amor la insidia y el desgajado abandonar reservas hasta quedar desnudo como un árbol reseco. Tiene el rondar la sangre como un fantasma hambriento sobre la inaccesible piel del mundo, lamiendo inútilmente su corteza, desesperado, ávido, con la exacta impaciencia del querer, del después, del otoño y la espera. Y aquel recomenzar desde la bruma que es su signo quizá. Y su señal más cierta.
No sé cuándo ha llegado: es como un viejo amigo que regresa con el rostro cambiado por los viajes, las fiebres, el alcohol, las peripecias. Reconozco sus rasgos, su voz que ha enronquecido, pero es ésta, su antigua voz que dice otras palabras semejantes a aquéllas. No es el amor, lo sé, y sin embargo es su paso otra vez, y las caricias recobran los caminos sin urgencia. No hay palabras, y puedo estar callada: todo es tan simple así, tan sin sorpresa y es tan fácil estar, tan necesario. No es el amor, tal vez. ¿Y si lo fuera?
Nació en Ucrania y se radicó en Argentina a muy temprana edad, adoptándola como su propia patria, como ha sabido demostrarlo a lo largo de su extensa obra poética. Es una de las más caracterizadas representantes de la generación poética argentina del ’40. Fundó la revista cultural “Vértice” y en 1941 recibió el Premio Municipal de Poesía por su libro “Intervalo”. En su obra predomina —casi en exclusividad—, el tema del amor, plasmado por los más profundos sentimientos y en imágenes de sutil belleza y originalidad, desde su poemario inicial hasta el último de sus libros. Su bibliografía en verso data de los siguientes títulos: “Viajes sin partida”(1939), “Intervalo” (1940), “Sonetos” (1942), “Comarcas” (1949), “Patria”(1949), “Canción para las madres de mi tierra” (1950), “El escudo” (1954),“Este sabor de lágrimas” (1954), “Obra poética” (1959), “Hombre oscuro”(1963), “Quinquela Martín” (1974) y “Antología del amor” (1975), que llegó a vender, sólo en Argentina, más de 100.000 ejemplares.
el circo ha llegado para quedarse. la mujer barbuda te abre el corazón mientras los trapecistas se juegan tus recuerdos. hay un domador de los sueños que vendiste, hay una vidente que te augura un mal pasado, los niños roban monedas a sus padres y preguntan por el faquir que durmió en tu sonrisa, mientras toda la gente que un día te quiso compra casas, planta tomates, hace que vive. los días de lluvia el circo es fangoso como tu inocencia, los leones apuestan sus cuchillos desgastados a que no serás capaz de regresar a casa, hay un caballo que ignora que no existe el perdón. y tú vestido de oportunidades perdidas pasas por la taquilla de los que han sido olvidados y tratas de fijar tu boca vidriosa en respuestas que ya no te conciernen. el circo repite función los martes, tú crees en el amor verdadero, y mientras tratas de anclar al pecho la Luna el cielo se hace añicos en cada poema.
Leer es uno de los mayores placeres que nos ha permitido el mundo, es una permanente consolidación que nos libera; es un camino de salvación. Aún más allá: “Leer es un deseo que intenta violar lo oscuro, el deseo de poseer un secreto”. Tal como lo escribiría Sartre, el ejercicio de la lectura, tiene un sentido que no solamente es primordial hacia la intima liberación. La lectura, es decir, la búsqueda de un profundo secreto, obra en atrevimiento hacia la introspección de la palabra, de quien la conforma, de quien la escribe. Una realidad apuntada ya por muchos existencialistas: la palabra nos origina, la palabra nos revela. Por ello es tentativa de abolición de todas las significaciones, significación de la vida y del hombre.
Las palabras, son más que dificultades externas: gramaticales, lingüísticas, etimológicas. La palabra es capaz de traducir los estados de conciencia; de subrayar el desorden subversivo de nuestra creencia. Más que derivaciones que allanan la aptitud de nuestro espíritu, las palabras son las entidades simbólicas que resguardan el sentido de la insatisfacción. Deambular en la lectura fortalece la extroversión, esa decisión terrible por la cual ocurre la necesidad de expresar el sentido inseparable de la palabra y el de la insatisfacción. Sin embargo esa necesidad de misticidad nos interioriza cognitivamente. Aprendemos de la extroversión; desmadejamos ese hilo de referencia interior, de conocimientos, es decir de aquellos secretos: impersonal y neutros.
El cantar tiene sentido, entendimiento y razón, la buena pronunciación del instrumento al oído.
Yo fui marino que en una isla de una culisa me enamoré, y en una noche de mucha brisa en mi falucho me la robé.
La garza prisionera no canta cual solía y cantar en el espacio sobre el dormido mar, su canto entre cadenas es canto de agonía, ¿por qué te empeñas pues, Señor, su canto en prolongar?
Allá lejos viene un barco y en él viene mi amor. Se viene peinando un crespo al pie del palo mayor.
A ti vuelvo de nuevo, mar querido, y lejos de ti, ¡cuánto fui desdichado! Lo que puede sufrirse lo he sufrido y lo que puede llorarse lo he llorado.
Y ese cadáver que por la playa rueda, y ese cadáver, ¿de quién será? Ese cadáver debe ser de algún marino que hizo su tumba en el fondo del mar.
«La Torre de Babel Ediciones®», es un proyecto editorial independiente, que propone la divulgación de autores israelíes contemporáneos, que escriben en español. Somos una editorial israelí, que encaramos nuestro trabajo, rescatando la filosofía original de aquellos editores, que se aventuraron a publicar aquello que, consideraban debía ser leído. La selección de las obras es de géneros variados, todos los que existen: relatos, poemas, entrevistas, novela histórica basada en hechos reales, poesía erótica, teatro, ensayo, judaísmo, filosofía. Diferentes expresiones para mirar esta sociedad, su pasado y su presente. Roberto Sánchez Soria Editor
«La Torá de Komlós», István Gábor BENEDEK
«Secretos Oscuros», Varios autores
«La última historia de amor», Andrea BAUAB
«Morir por la Argentina», Gustavo D. PEREDNIK
«La lira & la espada», David MANDEL
«El rescoldo», Sara STRASSBERG-DAYÁN
«Fractales de Plenilunio», Margalit SAGRAY-SCHALLMAN
«El último día», Mina WEIL
“Juglarías” …un poeta en Israel…
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