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“El español es una lengua de pobres”

mafalda4up – El español es una lengua de pobres –le oí decir a don Antonio en la tertulia de Lantigua una tarde de la semana pasada-, y en eso reside su gran atractivo internacional. ¿Por qué? Pues porque a los países ricos la pobreza les enternece y les parece simpática, y los países que no lo son tal vez sientan cierta fraternidad hacia este idioma de tantos pueblos humildes.

La tertulia de Lantigua, en mi ciudad, se precia de ser entendida en cosas de lengua. Al parecer, don Antonio, catedrático de bachillerato jubilado, aprovecha cualquier ocasión para opinar acerca de hiatos y tildes, neologismos, lenguas en contacto o español neutro; ninguno de los demás contertulios deja de darle la réplica; y siempre hay un buen par de puntos de controversia que animan la charla. En las tardes de agosto, a la hora en que los niños siguen en las piscinas o montando en bicicleta y todavía no hay nadie tomando las cervezas y los helados de antes de la cena, la terraza de Lantigua ofrece esa calidad especial de silencio que propicia una buena conversación.

– Sí, el español es una lengua de pobres, y por eso cae bien en todo el mundo –remachó don Antonio, categórico.

Dos o tres licenciados en filología, ninguno de ellos practicante (trabajan en banca, informática, cosas por el estilo); algún empresario y varios funcionarios municipales y del Estado; una socióloga y un jardinero, un bibliotecario y una traductora. Todos ellos más o menos aficionados a la lectura y a los viajes. Gente así compone la tertulia de Lantigua, que es una tertulia bienhumorada, con cierta propensión a la referencia precisa y a la mixtificación inocente, al dato erudito y a la divagación vaporosa, con tendencia a las pullas por nimiedades y una decidida pulsión narrativa, porque todo lo que allí se dice trae origen de un cuento y acaba por desembocar en otro cuento. La tarde de la semana pasada en que me sumé a ella, invitado por uno de sus asiduos, la tertulia se encontraba reducida a su mínima expresión por las vacaciones de verano, pero aun así ofreció –o eso me parece a mí- material suficiente para esta crónica.

– Yo no creo que ésa sea la causa de que cada vez haya más gente en todo el mundo que estudia el español como segunda o tercera lengua –intervino Arturo, becario de la biblioteca pública local. Para decirlo, tuvo que dejar a medias el movimiento de llevarse a la boca la jarra de cerveza: decidió posponer el trago por un momento y no dejar sin réplica la salida de don Antonio-. Será, más bien, que la consideran una lengua útil. La estudian por razones prácticas, porque es importante para sus carreras profesionales, un mérito valioso que añadir al currículum.

– No se puede simplificar –terció Miguel Ángel, que ha vivido varios años en El Salvador y en Colombia-. Habrá quien estudie español atraído por la cultura de los países hispanohablantes, quien lo necesite para ascender en su empresa y quien sólo pretenda comunicarse mejor con los lugareños de la playa donde pasa sus vacaciones, ya sea en el Caribe o en el Mediterráneo. Así que lo que hay son muchas causas posibles, y es muy probable que en cada caso todas estén mezcladas en dosis distintas, sin que falte nunca al menos un poco de cada una de ellas. Además, hablar sobre esto es una vaina bien complicada, me refiero a esto de la imagen de algo tan… etéreo como es una lengua, que tiene unos contornos y una consistencia tan imprecisos.

El silencio que siguió a estas palabras, aunque unánime y denso, no duró mucho. “Aquí tienen”, anunció un camarero, y empezó a traspasar a la mesa, con un trabajoso esfuerzo de equilibrio, el contenido de su redonda bandeja de latón: cervezas y cafés con hielo, sobre todo. Don Antonio aprovechó para pedirle un té con un chorrito de ron: “A ver si así se me quita este destemple”, explicó para pasmo general, ya que sólo el toldo de la terraza protegía a los clientes de Lantigua de los rayos del sol, y el termómetro de la farmacia de enfrente marcaba 34 grados. Enseguida Marina, la traductora, retomó la charla.

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