Hay una pregunta que se ha convertido en lugar común para los que nos hemos dedicado a escribir cuentos: ¿te sientes más cómodo en la narrativa breve o en la novela? Desde hace un tiempo suelo contestar lo mismo, que me resulta indiferente, que no encuentro casi ninguna diferencia entre un género y el otro, los miedos que me producen son los mismos y las satisfacciones también parecidas. Y es cierto, no creo que haya ninguna diferencia esencial para el escritor entre estos géneros, como tampoco creo en las distinciones usuales entre novela histórica, novela corta, novela femenina, novela de terror, policíaca, romántica, de aprendizaje, novelas con barriga y secas hasta los huesos… Hay cien nombres para nombrar lo mismo cuando posiblemente la única división marcada sea la que existe entre la mala y la buena literatura.
Como mencionaba anteriormente mis miedos ante cualquier género son los mismos y quizá sea ésta la característica principal de mi narrativa: el miedo, un pánico aterrador a encontrarme escribiendo. Es así. Me cuesta escribir, no disfruto escribiendo, todo lo contrario, me escarbo y hiero, y quizá sólo encuentro el acicate para seguir haciéndolo cuando corrijo lo ya escrito o leo algo propio que me guste especialmente. Con matices, pero es así: sólo en la tregua de la corrección o en la contemplación de lo ya escrito disfruto, allí encuentro el momento que me atrapa, un germen que durante años me costó definir, mientras me limito a soportar esa extraña dialéctica del sufrimiento que mantengo con lo todavía no escrito.
Una pregunta derivada de la inicial, y flanqueada de dudas y miedos, sería por qué demonios escribo si no encuentro apenas placer en ello. Yo me lo he preguntado muchas veces y sólo he hallado una respuesta compleja y contradictoria, pero creo que, para mi caso, acertada.
Sospecho que a través de la literatura encontré una forma inmejorable de ensanchar lo que he vivido. De resumirme, entenderme y ampliarme. Y afirmo que la literatura nos ensancha porque la vida suele ser breve, tediosa, y en muchos casos, necia y aburrida. La vida es un tahúr que te la juega, es una amante zalamera que te suele prometer mucho más de lo que suele ser de forma efectiva. La literatura me ha permitido paliar en parte esta carencia, acceder a vericuetos en los que me pude quedar, a vidas que me hubiera gustado vivir, a existencias a las que me acerqué pero que dejé de lado por miedo o cautela. La literatura te permite trazar derivadas del eje troncal de tu vida. El descubrimiento de este atajo abre una puerta que luego es difícil cerrar, un hábito que no creo que encierre diferencias de peso con cualquier otro tipo de adicción. La literatura me acerca, en definitiva, a lo mío.
Examinar lo que escribimos es reconocerse en un espejo, como Umbral en Mortal y rosa, y puede que en ese examen encontremos menos de lo que esperamos, quizá también al homínido que acompañaba a don Francisco, puedes encontrar un rostro horroroso, pero también te puedes reflejar vestido de gala, divertido y aventurero, seductor, ese espejo te conmina también a vivir lo que nunca has vivido. Dos ejemplos podrían ser Verne o Baroja: el primero recorrió el mundo sin apenas salir de Francia y el otro se atrevió a escribir las Memorias de un hombre de acción desde su monacato de Itzea.
Literatura, sí. Literatura de raíz. A las bravas y con miedo. Literatura para devolvernos una imagen de la vida menos ramplona y cansina. Larga vida a la literatura que nos hace mudar el rostro, que nos desfigura como máscaras de comedia griega, como los espejos de Max Estrella en el callejón del Gato.
Fernando Clemot©
18/01/11 at 1:46 am
La pagina de tu Blog se ha actualizado…
[..]Articulo Indexado Correctamente en la Blogosfera de Sysmaya[..]…
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