“Perfiles”, por Blanca Gago

Jacques Prevert La primera imagen que viene a la cabeza al pensar en Jacques Prévert es la de un niño que contempla fascinado los pájaros y las nubes por la ventana de la clase mientras un profesor monotónico explica la lección. Poeta, guionista, director de cine, dramaturgo… todo lo que hizo Prévert a lo largo de su vida está tocado por la varita mágica de los cuentos de hadas, por una visión infantil que siempre lo salvó de los peligros en los que suelen caer los llamados poetas del pueblo: acomodamiento, transigencia, cambio de valores… Prévert mantuvo la ilusión y la fidelidad a sí mismo hasta que en 1977 el tabaco acabó con él, cuando estaba a punto de estrenar la primera película de animación en color que se había hecho en Francia, “Le roi et l’oiseau”. El interés por las nuevas técnicas y formas artísticas no lo había abandonado desde que conoció a los poetas surrealistas, hizo cadáveres exquisitos y participó en la gran campaña de irreverencia y sentido del humor que desarrolló el Surrealismo, pero nunca fue miembro oficial del movimiento.

Y es que, a la hora de experimentar y crear una obra literaria, Prévert siempre se basó en su propio mundo, mostrando una perspectiva original que no podía inscribirse en ninguna escuela. Tanto en sus obras literarias (poesía, teatro y cuentos infantiles, básicamente) como cinematográficas (“Les portes de la nuit” es la más conocida) aparece un mismo tono, una misma visión poética de lo cotidiano, que luego serviría a muchos otros autores como punto de partida en su creación. Prévert utiliza elementos que forman parte de nuestro día a día y los transforma de manera que quedemos maravillados ante ellos. Es el toque de la varita mágica con todas sus consecuencias, porque a veces los cuentos de hadas también pueden ser muy crueles. Y así, vemos a un Sol indiferente que sólo se preocupa por admirarse en los cristales, un boyscout contemplando melancólico el Sena, una niña embarazada de su padre… Prévert echa mano de su infancia en la calle (pudo haber sido perfectamente un personaje de “Los cuatrocientos golpes”) para crear un ambiente mágico perfectamente ensamblado al ajetreo diario de un barrio obrero cualquier martes por la mañana. Así, en sus poemas, el Sha de Persia convive en paz con el limpiabotas, y la Miseria es una vieja que nos encontramos cada mañana por la calle.

Por esta razón, cuando en 1945 un editor se empeñó en recopilar los poemas sueltos de Prévert bajo el título “Paroles”, el libro se convirtió rápidamente en un éxito de ventas. La gente se reconocía en esos poemas, que eran como canciones de sus vidas, que contenían los sueños y frustraciones que nadie había querido escuchar. Porque la sencillez infantil de Prévert nunca se quedó en ingenuidad banal. Su experiencia en el ejército lo convirtió en un pacifista convencido que se negó a aceptar la resignación con que los padres veían morir a sus hijos en la guerra.

Los libros de poemas publicados posteriormente, entre los cuales destacan “Histoires” (1946) y “La pluie et le beau temps” (1955), así como sus trabajos cinematográficos, no hicieron sino reafirmar el éxito de uno de los pocos artistas que supo conservar su fascinación por los pájaros y su desprecio por los maestros que explicaban lecciones.

Blanca Gago©

Fuente:  http://www.espacioluke.com/2002/Febrero2002/perfiles.html

Acerca de Juan Zapato

Desde temprana edad mi incursión por las palabras escritas fue delineando mi perfil intelectual hacia la literatura. Ángela, mi abuela, con su cálida voz y esa facilidad para transmitir oralmente las historias que solían acompañarme por las noches –preparación para el sueño– despertó en mí la pasión por los libros. Luego vino el amor, junto con las primeras palabras que dibujaran versos adolescentes, impulsos quebrados en forzosas rimas, la intención que conlleva la pureza de plasmar sobre una hoja un universo de fantasías reales y de realidades fantásticas, trampas que el inconsciente juega a nuestros sentidos. Trasnochadas de cafés compartidas con poetas, salvadores del mundo, sabihondos y suicidas. Horas sumergidas en librerías buscando los tesoros de la literatura olvidados en algún estante. Cartas que nunca partieron hacia ningún lugar. Conversaciones perdidas con la gente que ya no está”. Ver todas las entradas de Juan Zapato

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