“Ramón Gómez de la Serna y los cafés literarios” Juana Martínez Gómez

En España, así como en otros lugares de Europa, los cafés literarios llegaron a convertirse en las más activas sedes de una universidad libre en la que se gestaban los movimientos artísticos, intelectuales y espirituales[1]que contribuyeron a crear las transformaciones de la modernidad. Algunos intelectuales, como Unamuno ―incluso desde su cargo de rector de la Universidad de Salamanca—, vieron en el café el germen de la verdadera universidad popular en España.

Para Gómez de la Serna el café también era una  institución independiente con un valor alternativo al de la cultura oficial. Era una especie de para-academia mucho más vital que la Academia, en donde según él “se muere mucho, se muere dentro, mucha gente”, y los que más se morían, según él, eran sobre todo los jóvenes.

El café es un espacio de conversación y de escritura, una especie de ágora, de plaza pública en donde implícita o explícitamente se adopta una actitud desafiante hacia las instituciones establecidas, aquellas más cerradas o estereotipadas. Ramón buscó un lugar donde reunirse con “los suyos”,[2] y encontró Pombo, una antigua botillería junto a la Puerta del Sol, en el centro de Madrid, bien comunicada con el resto de la ciudad ―los tranvías de la época se encargaban de ello―, que le atrajo por darse la paradoja de ser un lugar anticuado donde se podría reunir con los jóvenes  innovadores: “Siempre me pareció un café vetusto, pero tendrá gracia que en él se cobijen y alboroten los más modernistas”.[3]

Tertulia en el café Pombo

Todos los sábados organizaba una tertulia para la que él reivindicaba la supremacía de la conversación sobre la lectura, de la que simulaba irónicamente desconfiar por ser “el acto más desvanecido, más pobre del espíritu, más deleznable que se pueda realizar, por bien escogidas que estén las lecturas”.[4] Mientras que veía en la lectura (y también en la música) una forma de aislamiento, una “abstracción onanista”, la tertulia resolvía una necesidad esencial del alma de relacionarse con otras almas y crear la amistad, pero, para Ramón, no cualquier amistad, sino la amistad grande y pactada para pensar.

Entendía la tertulia como una mezcla de revista y de diario íntimo donde se expresara la verdad de forma completamente sincera. Y muy importante era también para él que el lugar de la tertulia fuera un sitio reservado y puro pero desde el que pudiera captarse el pulso de la calle y donde se sintiera el “alma humilde y real de la vida”, de manera que las emociones individuales, subjetivas, y la actualidad del mundo exterior no se vivieran separadas sino que quedaran perfectamente trabadas en la experiencia tertuliana.

En Pombo se propuso crear un clima de serenidad y estabilidad que fuera un verdadero refugio frente a las amenazas de entonces contra la civilización, “un oasis frente al mundo que se bombardeaba”, de donde estaba desterrada cualquier actitud pomposa y engreída, y en el que los términos “humildad” y “sinceridad” eran claves de la actitud requerida entre los tertulianos. Quiso también que las reuniones pombianas evitasen el tono trascendente para no caer en la hueca grandilocuencia y en la “tontería” en las que, según Ramón, era muy fácil caer en las discusiones serias. En consecuencia, las tertulias se desarrollaban en un tono relajado y con un gran sentido del humor: “Lo echo todo a chirigota. Se nota menos la intromisión del tonto y todo marcha con una banalidad que va bien al fondo de la reunión. Es preferible oír esa insistente ironía que oír las absurdas opiniones de los inevitables”.[5]

Con un aire alegre y bondadoso Ramón se encargaba de que el visitante sintiera de inmediato el ambiente peculiar de Pombo. Así, las presentaciones de los recién llegados se hacían siguiendo un ritual que introducía a los tertulianos en la situación requerida por él:

Yo hago las presentaciones un poco en broma. Me parece que se van a avergonzar, se van a encontrar cohibidos y se van a reír unos de otros silenciosamente, si las hago con esa seriedad que caracteriza a las presentaciones. Así digo yo al que entra: ―Fulano de Tal bastante buen artista ―Fulano de tal bastante triste humorista ―Fulano de Tal que ha estado en los mejores presidios del mundo, vistiendo los elegantes pijamas del presidiario. ―Fulano de Tal que habla el inglés a la perfección. ―Fulano de Tal que tiene un alfiler de herradura. Quiero conseguir así que nuestra unión esté desprovista de orgullo y la gobierne una exquisita ironía amable. Porque las cosas del mundo no pueden ser miradas en serio más que con ironía.[6]

Tertulias Café Pombo

Cumpliendo con toda esta parafernalia de rito iniciáticose encontraron cerca de treinta latinoamericanos, escritores en su mayoría, que en los años de existencia de Pombo, es decir entre 1914 y 1936, vivían o estaban de paso en Madrid. Allí llegaron, directamente o desde París, los chilenos Augusto D’Halmar, Vicente Huidobro, Teresa Wilms Montt, Joaquín Edwards Bello y Pablo Neruda; los guatemaltecos Enrique Gómez Carrillo y Francisco Soler y Pérez; los peruanos Alberto Hidalgo, Alberto Guillén, César Miró, Xavier Abril y Ventura García Calderón; los venezolanos Manuel Díaz Rodríguez, Rufino Blanco Fombona, Pedro Emilio Coll y Arturo Uslar Pietri; el cubano Alonso Hernández Catá; el dominicano Pedro Henríquez Ureña; el colombiano Jorge Zalamea; los argentinos Alberto Ghiraldo, Oliverio Girondo y Jorge Luis Borges, y los mexicanos Martín Luis Guzmán, Artemio de Valle Arizpe, Orozco, Eusebio de la Cueva y Alfonso Reyes. Seguramente algunos fueron una vez, dejaron su foto y su firma y no volvieron más porque se sintieron incómodos con el singular estilo que Ramón imponía a su tertulia. Borges, sin duda, fue uno de ellos:

Me mezclé alguna vez con ese grupo y no me gustó su manera de comportarse. Había allí un gracioso que llevaba un brazalete del que colgaba una campanilla. Daba la mano a los concurrentes y la campanilla sonaba, y Gómez de la Serna decía invariablemente: “¿Dónde está la serpiente?” Suponía que eso era divertido. En una ocasión se volvió orgullosamente hacia mí. “¿Seguro que usted no ha visto en Buenos Aires nada parecido?” ―me dijo―. Tuve que convenir, gracias a Dios, que así era.[7]

Pese a esta primera reacción contraria, Borges y Ramón lograron mantener durante algún tiempo una relación respetuosa que no excluía cierta admiración. Al principio, para Gómez de la Serna, Borges era sólo el hermano poeta de la pintora Norah Borges, que vivía un intenso noviazgo con su amigo Guillermo de Torre, estudiante de Derecho y tertuliano de Pombo. Ramón lo retrataba como un “muchacho pálido, de gran sensibilidad, un joven medio niño al que nunca se encuentra cuando se le llama, […] huraño, remoto, indócil, sólo de vez en cuando soltaba una poesía que era pájaro exótico y de lujo en los cielos del día”. Cuando se conocieron en Madrid, Ramón ya había leído Fervor de Buenos Aires y consideraba a Borges un “Góngora más situado en las cosas que en la retórica”; sin embargo, descubrió al poco que el joven porteño llevaba siempre en el bolsillo una edición príncipe de los Sueños de Quevedo y que no titubeaba en divulgar su amor excepcional por el poeta español.

La Gaceta de Pombo

Otros visitantes, sin embargo, más acordes con la filosofía de Pombo, se hicieron asiduos tertulianos, como el venezolano Pedro Emilio Coll, hacia quien Ramón sentía un gran respeto por considerarlo un hombre justo, bueno, generoso, sensato y ecuánime. Lo veía como un gran intelectual, que compartía con él su espíritu antiacademicista, y valoraba muy especialmente su contribución al entendimiento de la idea de América entre los españoles y a la difusión de la literatura hispanoamericana en la península. Pero Ramón sintió, y lo dijo explícitamente, una predilección especial por los mexicanos:

Yo encuentro que los mejicanos  son como mis compañeros, mis paisanos del otro Madrid, del único otro Madrid fuera de España, que es Méjico. Madrid con sus grandes edificios de Carlos III y grandes muestras churriguerescas. El Cuartel del Conde Duque está en todas las calles de Méjico.

Llegan francos, con miradas exaltadas y levantadas, y ese tono apasionado, cálido, característico, del español. Su mirada no rechaza las cosas, sino que las acepta, sabiendo escoger las de más carácter, aunque sean las que más aspecto tengan de pobreza. Son los mejicanos los que encuentran con nuestra nítida facultad de miserables el encanto de una clase de luz, de una clase de frío, de una clase de hambre. Eso solo los castellanos y los mejicanos saben comprenderlo. ¡Y para eso qué clase de fineza espiritual no es necesaria!

Yo me los encuentro constantemente en mi camino y charlamos como condiscípulos.[8]

Alfonso Reyes

El más asiduo a la tertulia de Pombo fue Alfonso Reyes y fue también uno de los primeros visitantes del café cuando llegó a España desde París, el mismo año de su inauguración como sede de los encuentros literarios de Ramón. Lo primero que observó el patriarca de Pombo fue la tragedia que vivía cada día el mexicano al no tener a mano las librerías de París. “Reyes nos lo repetía con la voz gangosa de niño gordo que cuenta lo que le ha pasado en un dedo del pie”.[9] Sólo se llevaban un año de edad y compartían, a pesar de las grandes diferencias entre ellos, un modo de vivir y sentir el arte. La común identificación debió ser muy grande, a juzgar, entre otras cosas, por el retrato que Ramón le hizo en Madrid, señalando, con su particular óptica, detalles de la personalidad de Reyes que, dichos por Ramón, resultan inolvidables:

Reyes tenía tipo de haber sido un célebre doctor en otra parte y de estar pasando la crujida de incógnito, apesadumbrado con sus cargos de ocasión, como con un gabán excesivamente pesado y largo. Reyes, con su cabeza de pera y su sonrisa en los ojos, oía todo lo que se decía en todas partes y sabía contestar la respuesta atinada, y que hasta cuando no tenía más remedio que ser maligna era bondadosa. […] Alfonso Reyes, regordete y muy parecido a un señor chiquitín ―mucho más chiquitín de lo que en realidad es―; es como un gnomo de los bosques, con el rostro aperalado y seriecísimo de los gnomos. Con su rostro carrilludo. De carrillos caídos ―sin que por eso su tipo sea de gordo―, siempre lleva una viva impresión de listo, muy sobre sí; siempre esperando que le pregunten para contestar, siempre como esos chiquillos que quieren parecer mucho más listos de lo que son. Él ya lo es bastante, pero quiere serlo más, y toma tipo de iniciado en todas las cosas, […] Si a Reyes le afeitasen la ceja derecha se quedaría sin malicia. En la ceja izquierda tiene los acentos de las cosas, y eso es muy importante en él, porque Reyes es el acentuador por excelencia.[10]

Aunque Reyes asistió a algunas de las muchas tertulias que se hacían en Madrid durante los años en que él permaneció en la ciudad, entre 1914 y 1924, su presencia en Pombo fue muy frecuente y su tertulia le dejó una honda e inquietante impresión: Pombo es una realidad trascendente, no se le puede olvidar. Las proclamas de Pombo hablan siempre de los Iscariotes, de los infieles y de los buenos apóstoles: recuerdan la manía persecutoria de los profetas. ¿Qué tragedia se esconde en Pombo? ¿Quién los ha vendido? ¿Por qué le exigen a uno ese compromiso sagrado de la firma en cuanto se acerca? Yo tiemblo[11]

A pesar de ese temblor, Reyes fue uno de los contertulios más participativos en las distintas actividades que, además de la tertulia de los sábados, Ramón organizaba con un gran espíritu lúdico. A éste le gustaba fomentar el juego, por ejemplo,  con concursos de “palabras expresivas”, palabras que debían llevar en su escritura su significación gráfica para aproximarnos más a las cosas que representan. Los contertulios se ejercitaban también en el arte de “los borrones de tinta”: la kleksografía, que es el “arte de aprovechar el borrón que cae en el papel y convertirlo en una figura pintoresca, organizada, elevada sobre su categoría de casualidad”;[12] o en el “juego del cerdo”, que consistía en dibujar un cerdo con los ojos tapados y sin levantar la mano hasta el final para, de manera súbita y sin pensar, pintar los ojos, etc.

Para un escritor tan madrileño como Ramón Gómez de la Serna, pero, sin duda, el más internacional de su tiempo, el encuentro con los escritores que venían de América fue un gran acicate, y por eso trató de mantenerse siempre en contacto con ellos. Incluso desde su exilio en Argentina recordará más tarde sus antiguas amistades pombianas con escritores americanos: “Allí recibí a través de los años a los jóvenes ―y a los viejos― que llegaron de América y los senté a mi derecha y recabé para ellos el respeto y la amistad de todos, siendo por eso que en todas las Repúblicas de habla española quedan artículos insertos en sus diarios y alusiones en muchos libros que le recuerdan [a Pombo] con afecto”.[13]

Con el transcurrir del tiempo, y ante las incomprensiones y hostilidades de algunos de sus compatriotas, Gómez de la Serna llegó a ver más factible su proyección en América que en España:

De todo me recompensa esa diáfana repercusión con que cuento en el público de América y en sus juventudes […]

El caso sincero de mi espíritu ha encontrado allí la atención desinteresada, sencilla, sin prejuicios ni cabildeos. Nos hemos entendido con la más espontánea de las inteligencias. Hay muchos ratos en que sólo confío en el espíritu clarividente y absuelto de América.

Yo creo y espero en esas juventudes y en aquellos públicos que, aún con canas en las sienes, comprenden, ven, tienen la expedita mirada de frente que yo necesito. Espero que alguna vez me salve sólo América…[14]

Juana Martínez Gómez©

Catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus líneas de investigación están la narrativa hispanoamericana y las relaciones literarias entre España e Hispanoamérica.

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Publicado en: Julio  Ortega (compilador), Reyes, Borges, Gómez de la Serna. Rutas trasatlánticas en el Madrid de los años veinte. México (Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey y Cátedra Alfonso Reyes): Grupo Orfila, 2011.


[1] Vid. Antoni Martí Monterde, Poética del café,  Anagrama ,Barcelona, 2007

[2] Así llama a los que conectan con sus ideas y sus formas en claro distanciamiento de los que no, de “los otros”

[3] Ramón Gómez de la Serna, Automoribundia, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1948

[4] Ramón Gómez de la Serna, La sagrada cripta de Pombo, Imp. G. Hernández y Galo Sáez, Madrid, 1924 p.6

[5] La sagrada cripta de Pombo, ed.  cit.  p. 9

[6] La sagrada cripta de Pombo, ed cit. p. LXVIII

[7] Saul Yurkievich, “Jorge Luis Borges y Ramón Gómez de la Serna: el espejo recíproco” en España en Borges,ed. El Arquero, Madrid, 1990. p. 88. Recogido de Emir Rodríguez Monegal: Jorge Luis Borges: Biographie Litteraire, Paris, Gallimard, 1983

[8] La sagrada cripta de Pombo,E. Cit., p.408

[9] Ibidem, p.439

[10] Ibidem p. 439-440

[11] Alfonso Reyes, Simpatías y diferencias, O.C. T.IV.

[12] La sagrada cripta de Pombo ed. Cit. p. LXXVII

[13] Ramón Gómez de la Serna, Nuevas páginas de mi vida, Alianza editorial, Madrid, 1970, p.96

[14] La sagrada cripta de Pombo, ed cit. p. 545

Acerca de Juan Zapato

Desde temprana edad mi incursión por las palabras escritas fue delineando mi perfil intelectual hacia la literatura. Ángela, mi abuela, con su cálida voz y esa facilidad para transmitir oralmente las historias que solían acompañarme por las noches –preparación para el sueño– despertó en mí la pasión por los libros. Luego vino el amor, junto con las primeras palabras que dibujaran versos adolescentes, impulsos quebrados en forzosas rimas, la intención que conlleva la pureza de plasmar sobre una hoja un universo de fantasías reales y de realidades fantásticas, trampas que el inconsciente juega a nuestros sentidos. Trasnochadas de cafés compartidas con poetas, salvadores del mundo, sabihondos y suicidas. Horas sumergidas en librerías buscando los tesoros de la literatura olvidados en algún estante. Cartas que nunca partieron hacia ningún lugar. Conversaciones perdidas con la gente que ya no está”. Ver todas las entradas de Juan Zapato

Una respuesta a «“Ramón Gómez de la Serna y los cafés literarios” Juana Martínez Gómez»

  • emilioporta

    Gran y documentado artículo que nos da una buena visión de una de las tertulias literarias más famosas de la Historia, la tertulia dirigida – si, totalmente dirigida – por Ramón Gómez de la Serna en el antiguo café dePombo. Sin estar de acuerdo con alguna de las afirmaciones de Ramón sobre que era mejor conversar a leer ( hay un momento para cada cosa) es más, yo creo que leer es conversar pero de un modo más aprovechable – uno dialoga con el autor y consigo mismo y las palabras no se las lleva el viento – tengo que reconocer que el artículo me ha encantado. Señala la personalidad «personalísima», valga la redundancia de Ramón, y nos da una información bastante completa – dentro de las limitaciónes de la longitud de lo escrito – de su conocida tertulia.

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