“Entrevista con Aharon Appelfeld”, Jacobo Kaufmann

Aharon_Appelfeld Está lloviendo en forma torrencial y hace mucho frío. Es casi de noche, o por lo menos así parece, porque durante el invierno israelí oscurece temprano. El coche avanza lentamente por la frondosa ruta de montaña. Hay que manejar con mucho cuidado, pero no quiero atrasarme. Quiero llegar puntualmente a la cita con mi entrevistado, en su casa, no lejos de Jerusalén. Atravieso un pequeñísimo jardín, y como en ocasiones anteriores llamo a la puerta de su estudio. Enseguida se abre una pequeña ventana, en la que aparece el rostro sonriente del escritor Aharon Appelfeld, que como es habitual se disculpa por haber olvidado de traer la llave. Espero un rato. La ha encontrado, y al abrir la puerta, me dice con afecto:

– ¿Llegaste? Ven. Quítate el abrigo. Siéntate. Vamos a tomar té.

El estudio, con sus paredes blancas, es sobrio y acogedor. Lo primero que uno ve es una larga mesa atiborrada de papeles, rodeada de pilas de libros, revistas, carpetas y más papeles. A todo lo largo de las paredes está la biblioteca, en la que asoman libros del rabí Najman de Bratslav, “La Montaña Mágica” de Thomas Mann, “La dote nupcial” de Agnon, obras de Kafka, Phillip Roth, Chejov, Saul Bellow e Isaac Babel en un orden que sólo él conoce. En otros estantes están sus propios libros, en hebreo y en los otros treinta y un idiomas a que fueron traducidos.

– ¿Cómo está?, le pregunto, quitándome el abrigo.

– Ya lo ves. Como siempre. Escribiendo una línea. Borrando otra. Inventando melodías. Componiendo… ¿Trajiste todo? ¿El grabador? ¿El aparato de fotos? Ven, el agua ya está caliente.

– ¿Un nuevo libro? ¿Trabajando mucho?

– Todas las mañanas los obreros van a trabajar. El carpintero… El agricultor… No veo por qué un escritor deba ser la excepción.

– Traje una lista con preguntas.

– Las que tú quieras.

– Dicen que el otro día alguien le preguntó si se considera un escritor israelí, porque principalmente escribe sobre temas relacionados con la Shoá, sus víctimas, sus supervivientes, sobre personas que lo han perdido todo e intentan rehacer sus vidas.

– Por eso, de algún modo, soy más israelí que muchos otros escritores.

– Ud. se encuentra en Israel hace ya 63 años.

– Justamente. Llegué en 1946, cuando aquí había apenas medio millón de judíos. Ahora hay seis millones y medio. Eso quiere decir que toda segunda o tercera persona en Israel es de hecho un inmigrante. Este es un país de inmigrantes, como aquellos que mencionas, y lo seguirá siendo por muchos años. Es un proceso que puede prolongarse durante dos o tres generaciones. Y yo escribo sobre personas que tuvieron otra patria, otro idioma, otros paisajes, personas que siempre serán inmigrantes, que son la mayoría en el país. No es que pretenda describir a la totalidad de la inmigración, sino dar la palabra a personas que alguna vez tuvieron un hogar, un modo de vida, y los perdieron. Es cierto que están los así llamados nativos de Israel, que se encuentran en el país después de siete, ocho o nueve generaciones, pero también ellos son descendientes de inmigrantes. Este es un país de inmigrantes, lo digo de continuo, y quienes lo niegan perpetúan y difunden un error. Conviene señalarlo, porque a veces algunas personas crean la sensación de que éste es un país aguerrido y belicoso, en el que la gente vive en forma continuada desde hace miles de años. Pero Israel no se caracteriza ni puede caracterizarse como tal.

– ¿Qué es entonces un escritor israelí? ¿Cuál es su identidad?

– Cuando a mí me preguntan quién soy, suelo responder que tengo tres identidades. La identidad esencial y mayor es la identidad judía. Yo soy judío. Mis antepasados fueron judíos. Yo pertenezco a la tribu de los judíos. Mi segunda identidad es la europea. Soy un judío que hasta los trece años y medio, antes de llegar a Israel, estuvo en Europa. Eso a pesar de que no tuve ocasión entonces de absorber su cultura, porque en toda mi vida sólo fui a la escuela durante un año. Después vino el gueto, la marcha forzada, el campo de concentración, la huída, los bosques… Y sin embargo, Europa, con todo lo que les pasó allí a los judíos, especialmente la Shoá, se encuentran en mí y dentro de mí. También los avatares europeos de los últimos cien años. La asimilación judía a las culturas circundantes, la división sociológica, el liberalismo, el sionismo, el bundismo, el comunismo, todos esos movimientos tuvieron representantes en el seno de las familias judías. Yo los vivencié durante esos trece años y medio, que son una parte pequeña pero intensa de mi vida. Mi tercera identidad es la israelí. Como bien dijiste, ya resido en este lugar desde hace sesenta y tres años, absorbiendo todos lo que ocurrió aquí durante ese período. Trabajé en un kibutz y en diversas granjas agrícolas. Estuve en el ejército, en la reserva. Presencié los vuelcos políticos, los cambios. Soy en gran medida una persona de este lugar. Sí, de este lugar. Y lo más importante es que hablo y escribo en hebreo. Tengo tres identidades, y no soy el único. Muchas personas viven aquí con esas tres identidades. No siento que haya en ello contradicción alguna.

 

– ¿Un escritor judío, entonces?

– Yo soy ante todo un escritor judío. Escribo sobre cien años de vida judía, en Europa y aquí. Un escritor no es alguien que se ocupa de sociología o psicología, sino alguien que intenta expresar su vida interior por medio de imágenes determinadas.

– ¿Esas imágenes se constituyen en testimonio?

– Mi profesión no es la de testigo. Consiste en componer y concebir vidas. La vida de individuos, la vida en general. De alguna manera el escritor intenta encontrar, aunque suene un poco pretensioso, la ley que gobierna a estas vidas, sus desarrollos, sus alimentos, aspiraciones… Yo soy un escritor israelí, porque mis héroes son personajes zarandeados y vapuleados por temporales que finalmente, a veces con etapas intermedias, los trajeron aquí. Lo que caracteriza a los últimos cien años de la historia judía son justamente los fuertes temporales, los constantes zarandeos. Por esa razón, y más que por el idioma común, heredado de sus padres, esta tribu, mi tribu judía, se caracteriza por las sensaciones de angustia, los temores y la intranquilidad. Es de esperar que todo eso haya llegado a su fin, y que ésta sea una estación en la que podamos permanecer.

Mientras bebemos nuestro té y comemos unos bizcochos se mezclan en nuestra conversación algunas palabras en idish, idioma al que se aferran tenazmente muchos de sus personajes. Appelfeld habla varios idiomas. En el asimilado y económicamente acomodado hogar paterno se hablaba alemán. Las empleadas domésticas, fieles a sus nacionalidades y entornos geográficos hablaban en rumano, ruteno, ruso o ucraniano. En el gueto y en el campo de concentración se hablaba idish, la lingua franca de muchos cafés jerosolimitanos en la posguerra. Allí acude nuestro escritor durante sus estudios en la Universidad Hebrea. Allí conoce a muchos de sus futuros personajes. Son los años en que no tiene casa, y vive en pensiones. En esa época escucha con avidez a Martin Buber, a Gershon Scholem y a Dov Sadan, su profesor de idish en la universidad. En sus clases había sólo tres alumnos, me contó un día, sonriendo. A veces incluso uno solo. Hablar en idish se había constituido en tabú. Se estaba creando un nuevo estado, un nuevo judío, alto, fuerte, valeroso. Alguien que sólo hablaba en hebreo y se cambiaba el apellido para que se amalgamara con ese idioma. Pero para su gran sorpresa, Sadan le revela que la mayoría de los escritores hebreos de la época son bilingües (¡!).

A los cafés, que Appelfeld enumera uno a uno en su libro “Od Haiom Gadol” (Todavía estamos en pleno día, 2001), concurren escritores y poetas, para dialogar, intercambiar vivencias, y leerse mutuamente sus obras en idish y en hebreo . Desde los comienzos de su labor literaria, hasta la fecha, mi entrevistado escribe en cafés. No en esos cafés ruidosos con música de fondo a todo volumen, donde todos andan a los gritos, siempre apurados. Nada de eso. Sus cafés tienen algo de europeo. Aquí  la gente está más tranquila. Te sientas en un rincón, y puedes escribir.

Corren los años cincuenta y sesenta. Siguen llegando los supervivientes. Algunos ya trabajan y se ganan la vida, otros ya han logrado diversos grados de bienestar económico, pero siguen viviendo en pensiones. Muchos de ellos no duermen de noche, por temor a las pesadillas y a la reaparición de vivencias trágicas que los asaltan una y otra vez. Así vuelven a surgir las imágenes de familiares asesinados, de marchas interminables por la nieve, de cadáveres a la vera del camino, de iglesias o conventos en que, a pedido de sus padres, los han ocultado, pero también indoctrinado las monjas, de familias despedazadas y arrojadas a los cuatro vientos. A menudo los intentos para rehacer sus vidas son infructuosos. Estos personajes aparecen una y otra vez en libros como “Laila ve’od laila” (Noche tras noche, 2001), donde también ocurren enfrentamientos de índole cultural y tentativas quijotescas por preservar la literatura idish ante el olvido y los tiempos que corren en ese momento.

“Sipur Jayím” (Historia de una vida, 1999), el primer libro claramente autobiográfico de Aharon Appelfeld, nos exime de formular preguntas personales excesivas. Allí narra las peripecias de su vida en tono casi lacónico y con muy pocos adjetivos. Ya en el prefacio nos advierte que “nuestra memoria es huidiza y selectiva, y retiene lo que elige retener. Que retiene solamente lo bueno y agradable. Así como el sueño, la memoria escoge dentro de la espesa corriente de los sucesos detalles determinados, a veces triviales, los guarda, y en cierto momento los devuelve a la superficie. Así como el sueño, también la memoria intenta otorgar a los sucesos algún significado”. A continuación comienza un relato, no siempre cronológico, en que describe la casa de sus padres en Chernovitz, a sus abuelos maternos, agricultores profundamente religiosos, en los Montes Cárpatos, el desarraigo de su hogar a los siete años de edad y el asesinato de su madre. Después, la reclusión en el gueto y la fatigosa marcha al campo de concentración en Transnistria por los caminos embarrados de Ucrania. Sobrevive esa marcha gracias a la determinación de su padre. Separado de éste en el campo de concentración, logra escapar. Durante más de dos años, porque es rubio, tiene ojos azules y no parece judío, el niño pasa los inviernos en casas y aldeas diversas, en calidad de sirviente. En verano se oculta en los bosques, desde cuyas orillas observa las incidencias y el final de la gran guerra.

“Durante aproximadamente dos años anduve por campos y bosques. Hay vistas que tengo grabadas en mi memoria y muchas que he olvidado. Pero el recelo permanece arraigado en mi cuerpo, y aún hoy me detengo después de caminar algunos pasos y pongo atención. Apenas lograba hablar, pero eso no es de extrañar, porque durante la guerra no se habla… no se discute… La guerra es como un invernadero para la atención y el silencio. El hambre por un pedazo de pan, la sed por un vaso de agua, el temor de la muerte, hacen que las palabras sean superfluas… En el gueto y en el campo de concentración hablaban solamente las personas que habían perdido el juicio… Las personas sanas no hablaban… Mi recelo por el uso de palabras viene de allí. Una continuidad de palabras correctas me despierta sospechas. Prefiero el tartamudeo. En el tartamudeo oigo la inquietud, el esfuerzo por rescatar a las palabras de sus limitaciones…”

“Durante la guerra no hablaban las palabras, sino los rostros y las manos. Observando los rostros aprendías hasta qué punto la persona que se encuentra a tu lado quiere ayudarte o hacerte daño… Sólo después de la guerra reaparecieron las palabras… A veces tendemos a eludir las grandes catástrofes, y rodearlas de palabras, para defendernos de ellas… Mis primeras palabras escritas fueron como gritos desesperados por recuperar el silencio que me rodeaba durante la guerra… Mis sentidos enceguecidos entendieron que en ese silencio se encarnaba mi alma, y que si lograba revivirlo, quizás volvería a mí el habla cabal.”

“En aquellos días, la gente a mi alrededor hablaba en forma altisonante y con frases hechas. Ya en mi infancia odiaba las palabras grandilocuentes y henchidas. Amaba en cambio las palabras pequeñas y silenciosas que evocan aromas y sonidos… El descubrimiento que en Israel la mayoría de los escritores hebreos escribían en dos idiomas al mismo tiempo fue para mí estrepitoso. Eso significaba que el aquí y el allá no estaban apartados el uno del otro, como vociferaban las proclamas. Leíamos a Mendele, a Bialik, a Steinberg y Agnon en dos lenguas. Su hebreo estaba entrelazado con sitios que yo conocía, con paisajes que recordaba, y con alguna melodía olvidada que había llegado a mí pasando por las plegarias de mis abuelos. El hebreo de la Aliá Juvenil y del ejército era otro idioma, y ese no estaba conectado en modo alguno con mi idioma y mis vivencias anteriores.”

– Apenas creado del Estado de Israel, tal vez incluso antes, hubo tentativas de inventar una nueva cultura israelí, una especie de olla en que debían fundirse todos, olvidando y renegando de su pasado. ¿Qué opinión tiene Ud. acerca de estas tentativas? ¿Cómo las percibió el joven recién llegado al país?

– Fíjate que en Europa, lo experimenté en mi propia familia, ya había habido tentativas utópicas de cambiar la sociedad…

– En algunos casos por la fuerza, ¿verdad?

– En mi familia hubo comunistas… Mis tíos…¡Ay de mí, cómo terminaron sus días! Ellos quisieron cambiar el mundo. Había en el ambiente una tendencia, por así decir, una tendencia que se había acrecentado a comienzos del siglo veinte, en especial en Rusia soviética, de querer cambiar el mundo… Lo mismo ocurrió aquí. Una tentativa de cambiar y crear un judío nuevo. Cuando yo llegué a Israel eso parecía algo muy serio. Se suponía que ya mismo surgiría aquí un judío nuevo. Así también me sentía yo cuando salía a galopar con mi caballo, o cuando manejaba un tractor. Me pareció entonces que yo era un judío nuevo. Pensar que muy poco antes, apenas acabada la guerra, cuando me rescataron los soldados del Ejército Rojo, llegué a creer que yo era el único judío en el mundo que había logrado sobrevivir… Que ya no había judíos, fuera de mí…

– ¿Se transformó en un judío nuevo?

– Vana ilusión. Eso es imposible. Los seres humanos no cambian con facilidad. Menos aún una comunidad entera. Pero tengo comprensión por la tentativa misma. Porque aquellos judíos que habían sufrido tanto, quisieron crear aquí un judío de alta estatura, fuerte, rubio… Que olvidara los idiomas que había traído consigo… El intelectualismo era considerado como algo indebido o descartable, lo mismo que la religión. Se tendía a volver a un cierto primitivismo, a ser un pueblo de campesinos. Intentar la formación de un pueblo nuevo… Una pretensión infantil. En el curso de los años me di cuenta hasta qué punto…No olvides que las primeras personas en llegar aquí a comienzos del siglo pasado, trajeron consigo un poco del bolchevismo ruso…

– ¿Cómo influyó todo aquello en lo que Ud. escribía?, estoy a punto de preguntarle, pero recuerdo que Appelfeld ha escrito la respuesta en “Historia de una Vida”.

“En los años cincuenta escribí poco. Tachaba en forma despiadada lo que iba escribiendo. Mi tendencia a ahorrar palabras se iba constituyendo en una imposición. En esa época la literatura abundaba en descripciones de paisajes y personas. “Fulano escribe en forma detallada”, solían decir. La amplitud descriptiva era considerada como épica. En las primeras cartas de rechazo que recibí de editores me decían simplemente que debía ampliar, rellena, completar el cuadro. No hay duda de que en esos años mi forma de escribir rebosaba de defectos, mas no por las razones que invocaban los editores… Sobre el final de los años cincuenta abandoné la ambición de ser un escritor eretz israelí, y comencé a esforzarme por ser quien era de verdad: un inmigrante, un refugiado, un hombre que lleva dentro de sí al niño de la guerra, que tiene dificultad de hablar e intenta relatar con el mínimo de palabras.”

“Mi primer libro, “Ashán” (Humo, 1962) tuvo una recepción entusiasta. Los críticos opinaban: Appelfeld no escribe sobre la Shoá misma, sino sobre sus aspectos marginales. Sin sentimentalismo. Frases como esas eran consideradas elogiosas, y sin embargo ya entonces empezaron a motejarme de “escritor de la Shoá”. No hay mote que me irrite más que ese. Un escritor, si es escritor, escribe a partir de sí mismo, y generalmente sobre sí mismo, y si lo que escribe es significativo, ello se debe a que ha permanecido fiel a sí mismo, a su propia voz, su propio ritmo…”

Hasta la fecha Aharon Appelfeld ha escrito cuarenta y tres libros. En “Badenheim, Ir Nofesh” (Badenheim, ciudad de veraneo, 1979), la novela que lo consagra, describe a los veraneantes judíos de una estación termal imaginaria en el Imperio Austro-Húngaro, en vísperas de su deportación. La Shoá acaba de empezar, pero sus víctimas, perplejas, todavía no se han dado cuenta, o no han querido enterarse.

En “Be’et ubeoná ajat” (Al mismo tiempo, 1985, conocida fuera de Israel con el título de “The Healer”, o sea “El curandero” una familia de judíos asimilados de la burguesía vienesa viaja a los Cárpatos para consultar a un rabino milagrero. La catástrofe no se ha producido aún, pero se intuye.

La novela “Katerina” (1989) le otorga fama mundial. Será traducida a siete idiomas. Es el relato estremecedor, en primera persona, de una humilde criada rutena, que identificada con una familia de judíos ortodoxos muertos en un pogrom, cría a Benjamín, único superviviente de esa familia, como si fuera suyo. Cuando un campesino borracho envalentonado mata a Benjamín porque ella no accede a sus acosos sexuales, Katerina no vacila en clavarle un cuchillo y despedazarlo como si fuese una res.

En estos libros, como en muchos otros de nuestro autor, el lenguaje es simple y directo. Las imágenes son ricas y el ritmo es implacable, como corresponde a la omnipresencia del destino, un destino poderoso, a la vez impostergable e inevitable. Los personajes judíos y no judíos desfilan ante nuestros ojos con todas sus debilidades y quebrantos. Encontramos a algunos junto al río Prut, que fluye desde Ucrania, al borde de los Montes Cárpatos, pasando por los campos fértiles de Rumania y Moldavia. Otros se encuentran en ciudades de Europa central y oriental, y otros tantos en el Israel incipiente o el actual. Por un lado personajes plenos de recuerdos, traumas, y cargas emocionales. Otros, de identidad conflictiva, en vana búsqueda de raíces perdidas para siempre.

En “Polín, Eretz Ierucá” (Polonia, país de verdor, 2005) Jacob Fein, comerciante próspero, audaz y erguido oficial de reserva israelí que reside en Tel Aviv, decide un día visitar la aldea de sus padres, supervivientes de la Shoá. En su juventud no ha prestado mucha atención a sus peripecias, ni tampoco a los amigos que los visitaban y evocaban con ellos paisajes y sucesos. La aldea polaca no ha cambiado mucho. Con todo lo sucedido durante la guerra, sus habitantes siguen impregnados de viejos prejuicios, de fanatismos religiosos, de recelos y odios atávicos hacia los judíos. Sobre ese trasfondo surge la relación amorosa con Magda, la campesina generosa en cuya casa se alberga, y el encuentro con un primo polaco, hijo de judíos, que niega su ascendencia y su parentesco con Jacob. Es éste un personaje de segunda generación de inmigrantes, aquel “judío nuevo” del que hablábamos antes, altivo, sin temores, y sin embargo perplejo, con interrogantes en cuanto a sus raíces.

Con esas mismas raíces se enfrenta Karl en la novela “Timión” (Perdición, 1993), una vez convertido al catolicismo como muchos de sus amigos y conocidos, en una tentativa de adaptarse al medio y a la población rutena circundante, que sigue identificándolo como tal y termina quemándolo dentro de su propia casa.

Otro vaso de té, y seguimos conversando. No puedo dejar de formularle preguntas sobre su percepción de la realidad israelí actual.

– ¿Qué opina sobre la politización religiosa que presenciamos aquí en estos días?

– Todo eso está muy lejos de mí. Yo me siento junto al escritorio, y lo que me interesa de verdad, lo que hago durante gran parte del día, es encontrar la palabra correcta, la frase que tenga melodía, palabras que lleven a un sentimiento determinado, y en la medida de lo posible a un ser humano con rostro determinado. La religión en sí me interesa porque toda persona, de algún modo, así lo creo, tiene sentimientos de carácter religioso. Naturalmente no me refiero a una religión institucionalizada, sino a esa religiosidad que proviene de concepciones morales, que existe en todos los pueblos del mundo. Es el primer sentimiento que encuentras en los niños, una especie de asombro, maravilla o desconcierto ante el universo, ante el hecho que vivo y existo y que dentro de poco ya no estaré aquí. Esos desconciertos y perplejidades me interesan. Yo no soy religioso. Menos aún me interesa la institucionalización de la religión. No me gusta cuando alguien mezcla las cosas del espíritu con asuntos de política. Eso no se debe mezclar. Cada uno de esos aspectos debe mantenerse dentro de sus propios límites. Odio las imposiciones. Pero… ¿Qué se puede hacer? Hay gente que está tan convencida, que por ejemplo te dirán que si recitas diez capítulos de los Salmos, eso te ayudará…

– ¿En su opinión el Israel de hoy tendría que ser diferente?

– No soy hombre de utopías. Además, respeto las debilidades de los seres humanos. Más aún, amo esas debilidades. Aprecio a las personas con debilidades. No pretendo que una sociedad sea perfecta, sino que sea más o menos tolerable. No todo lo que ocurre en un país es agradable o confortante. Hay crímenes, corrupción…Pero dime: ¿Cuándo en la historia, y en qué lugar del mundo, eso no fue así?

– Pero quisimos ser un pueblo ejemplar…

– Este pueblo, sacudido y maltratado durante los mil quinientos o dos mil años de su existencia en Europa, dispersado a los cuatro vientos, y finalmente masacrado, este pueblo sigue estando en pie. Come, bebe, duerme… construye… (Sonrisa socarrona.) De vez en cuando se ocupa incluso de su cultura…

– ¿Es Israel el judío errante entre las naciones? ¿Cómo es percibido Israel en Europa?

– Sigue existiendo el fenómeno de la demonización. No quiero generalizar, porque Europa es grande y hay dentro de ella muchos segmentos, pero allí, durante muchos años, los judíos fueron víctimas de demonizaciones. Y ahora el hecho que Israel, de un modo casi milagroso, ha retornado a su pequeña tierra, no es algo que se termina entendiendo en profundidad. La existencia judía sigue siendo un enigma. No es un tema simple… Pero fíjate, yo salgo a la calle, miro a mi alrededor y me digo: Ah, allí hay personas que están yendo al trabajo, mantienen a sus familias, crían a sus hijos. Veo a los niños que van a la escuela. A los maestros que los esperan para instruirlos… El ir y venir… La vida… Todo aquel que estuvo en un gueto, en un campo de concentración, o en los bosques, sabe valorar lo que hay aquí. A veces me sorprende que esta gente, después de sufrir tantas penurias, viva como un pueblo más o menos normal.

– ¿Ud. piensa que el pueblo judío está en peligro?

– No me ocupo de temas tan grandes, de una existencia global de tales dimensiones. Yo me ocupo del micro, pero es cierto que desde la perspectiva del micro también intento entender un poco el macro. Se puede decir que los judíos siempre estuvieron en peligro. No recuerdo un solo día en que no lo hayan estado. Pero de una manera muy extraña, difícil de entender, siempre fuimos un pueblo optimista. Claro que en todo optimismo hay un componente de estupidez…

– ¿No aprendemos de la historia?

– Somos alumnos difíciles.

– ¿Tendríamos que repetir de grado?

– Posiblemente.

– ¿Habría que escribir más sobre temas relacionados con la Shoá?

– Me entristece que en Israel seamos muy pocos los que escribimos sobre ellos y sobre los refugiados e inmigrantes dispersos por el mundo…

Lo han hecho Agnon y Bashevis Singer, pienso para mis adentros. Sobre el desarraigo del hombre, Kafka. Tanto éste como Agnon han dejado huellas en Appelfeld. Con Agnon y su mundo nuestro autor se entendía muy bien.

– Algunos opinarán o le habrán dicho que su literatura no es suficientemente israelí.

– Allá ellos.

– Volvamos a Ud., le digo, a su manera de escribir, a los aspectos musicales, a la construcción de las frases. Diría también, a la invención de un idioma propio. Veo en sus escritos combinaciones de palabras e ideas que no veo en ningún otro escritor. ¿De dónde surge todo eso?

– Toma muchos años hasta que encuentras tu propia voz. Porque tienes muchas voces, y te parece que esa es la voz, o que la voz sea tal otra. Hasta que un día la descubres. Los líderes suelen hablar en voz alta, porque lo saben todo y tienen soluciones para todo. Algunos escritores se creen obligados a escribir en voz alta. Pero la voz del escritor debe ser modesta, porque contrariamente a los líderes, que hablan con clichés, no está tan seguro de todas las cosas. Un escritor sabe que esas expresiones no tienen nada que ver con su profesión. Por lo general conviene que un escritor posea buenos ojos y buenos oídos. No se puede ser un escritor sin música, ni tampoco un escritor sin imágenes visuales. Debes fijarte si tienes una voz…El problema consiste en el modo en que eliges las palabras, para que esas palabras… Algo así… (canturrea), y poco a poco se te van formando combinaciones de palabras mientras cantas tu melodía. Por lo general, cuando el escritor es malo o muy joven, te apabulla con detalles. A medida que vas madurando, te das cuenta que estás rodeado de cientos de detalles. El problema consiste en hallar entre esos cien los dos detalles que están relacionadas con el ambiente y den una idea de las personalidades. No es nada sencillo. Como te decía al principio de nuestra conversación, el trabajo consiste en escribir una línea, borrar otra, buscar, componer…

– ¿Qué ocurre con el idioma y la música en las traducciones de sus obras?

– En los idiomas que domino puedo decir que esto o aquello es bueno, aceptable, admisible. En los demás, en los que no entiendo una sola palabra es otra cosa. No puedo opinar, sólo esperar. Mis libros fueron traducidos a unos treinta y un idiomas, entre ellos el chino y el japonés.

– Pero ha hablado seguramente con gente que ha leído sus libros en traducciones…

– Sí. Hay sitios en que me dicen que han acertado a entender lo que quise transmitir. Por ejemplo en Francia, en Italia, en Alemania…

– Sus libros también fueron traducidos al inglés, al polaco, al noruego, al checo… también al español…

– Lamentablemente sólo muy pocos libros míos fueron traducidos al español.

– ¿Por algún motivo en especial?

– Realmente no lo sé. No tengo idea por qué han traducido tantos libros míos en Holanda, Hungría o Suecia, y tan pocos en España.

– ¿Puede ser una cuestión de modas, o de pertenencia a corrientes políticas determinadas?

– No lo sé. Hace poco estuve en España. Por suerte me acompañó mi esposa, que como sabes es Argentina y habla español. ¿Sabías que me publicaron un libro en catalán, y que en ese idioma se proponen publicarme muchos más?

– ¡Enhorabuena! ¿Y en América Latina?

– En América Latina siempre me dicen que la iniciativa debe partir de España…

– Le estoy formulando muchas preguntas. ¿Debí haberle hecho alguna que no hice? ¿Quizás de índole política? ¿Sobre ideologías?

– Yo no soy un escritor que hace declaraciones. Hay escritores a quienes les gusta hacer declaraciones políticas. No sólo cuando escriben. Yo no hago declaraciones, ni ando proclamando cosas para que todo el mundo se entere de mis inclinaciones políticas. Sé que aquellos que hacen declaraciones ante el gran público y la prensa, son considerados por algunos como más vigentes, y percibidos por ciertas personas como más inteligentes o talentosos. Yo me conformo con lo que tengo.

– Por último, ¿Cree Ud. que la literatura actual está declinando?

– Bueno, siempre hubo literatura mala. Como decimos en idish: “Kai und Shpai”, cuestión de mordisquear y escupir. La buena literatura no abunda. En ninguna parte del mundo. No muchas personas parecen tener necesidad de una literatura con valor estético. No creo que eso sea distinto en Israel. Cada vez surgen más autores, pero muy pocos son escritores de verdad.

Ya ha oscurecido. El tiempo ha pasado volando. Me despido de Aharon Appelfeld con la promesa mutua de seguir dialogando dentro de poco. Me pongo en camino. Finalmente ha dejado de llover, pero la ruta a Jerusalén sigue mojada. Ahora, mientras manejo, recuerdo otras mil preguntas que hubiese debido formularle. Me consuelo con el pensamiento de que no faltará ocasión.

Entre tanto debo informar a nuestros lectores, que aquí y en otros países Appelfeld ha ganado más premios y distinciones que ningún otro autor israelí, entre ellos el prestigioso Premio Israel de Literatura y el Premio Médici, y que seis universidades le han conferido un doctorado honoris causa. En más de una ocasión ha sido propuesto para el premio Nobel. Aquí no conozco a ningún escritor que lo merezca más.

Jacobo Kaufmann©

 

Libros de Aharon Appelfeld publicados en español: “Como la niña del ojo”, La Semana, Israel, 1976. “Tiempos prodigiosos”, La Semana, Israel, 1980. “Historia de una Vida”, Península, España, 2005. “Vía Férrea”, Losada, España, 2005. “Badenheim”, Losada, España, 2006, con un prólogo de Philip Roth. “Katerina”, Losada, España, 2006 y 2009.

En catalán: “Flors d’Ombra”, Club Editor, España, 2009.

Acerca de Juan Zapato

Desde temprana edad mi incursión por las palabras escritas fue delineando mi perfil intelectual hacia la literatura. Ángela, mi abuela, con su cálida voz y esa facilidad para transmitir oralmente las historias que solían acompañarme por las noches –preparación para el sueño– despertó en mí la pasión por los libros. Luego vino el amor, junto con las primeras palabras que dibujaran versos adolescentes, impulsos quebrados en forzosas rimas, la intención que conlleva la pureza de plasmar sobre una hoja un universo de fantasías reales y de realidades fantásticas, trampas que el inconsciente juega a nuestros sentidos. Trasnochadas de cafés compartidas con poetas, salvadores del mundo, sabihondos y suicidas. Horas sumergidas en librerías buscando los tesoros de la literatura olvidados en algún estante. Cartas que nunca partieron hacia ningún lugar. Conversaciones perdidas con la gente que ya no está”. Ver todas las entradas de Juan Zapato

3 respuesta a «“Entrevista con Aharon Appelfeld”, Jacobo Kaufmann»

  • rosaroit

    Son tantas las frases que me llevo…
    No sé si es admiración lo que siento puesto que no suelo admirar, es probablemente una especie de sana envidia, respeto y sobre todo deseos de saber más. Gracias por traerlo, tengo desde ahora una asignatura pendiente con sus libros.

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  • Mònica Pagès

    Acabo de terminar Flores de sombra (en catalán), impactada por las imágenes que deja en mi mente.
    Gracias Jacobo por tan maravillosa entrevista, que me ha permitido conocer muchos matices de Aharon Appelfeld. Admirable su superación de una infancia muy dura, pero más admirable aún su capacidad para destilar de ella todos estos regalos literarios.
    Gracias de nuevo.

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  • Perla

    Fue profesor mio en Jerusalén, un grande!!!!! Perla kogan

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