Cuando estamos enojados, cualquier palabra puede convertirse en insulto, basta con llenarla de esa carga emocional que nos invade. No obstante, hay algunas palabras que por sí mismas han ido formando lo que podemos llamar: nuestro catálogo de insultos. Son voces a las que hemos endurecido y, en muchos casos, las hemos alejado de su origen inocente. Revisemos algunas de ellas:
Cuando alguna vez te digan que eres un pelafustán, es bueno saber que el insulto tiene origen en el fustán, un tipo de tela pachoncito al que, algunos desocupados, encontraban divertido dedicarse a arrancarle la lanosidad, de ahí que a estos tipos ociosos, sin oficio ni beneficio los llamaran pelafustanes.
Idiota, es otra palabra que usamos para insultar. La usamos para referirnos a alguien de corto entendimiento. Lo curioso es que en su origen griego, un idiota era alguien que no se metía en cuestiones públicas. La raíz idios, en esta lengua tiene el sentido de propio, aislado. Palabras emparentadas son idioma (que significa lenguaje propio), y también idiosincrasia (temperamento propio de un grupo o persona). Por suponer que el aislamiento nos deja al margen del conocimiento, idiota pasó a significar ignorante; sentido que aún se encuentra en el lenguaje médico cuando se habla de una enfermedad idiopática, es decir, que no se sabe que la ocasiona. Del concepto de ignorancia, no fue difícil pasar al de deficiencia mental, y de ahí al catálogo de insultos.
Imbécil, otra palabra de curiosa evolución. Aunque hoy también tiene el sentido de escases de inteligencia, es muy significativo que su raíz latina sea imbecillis formada de im (dentro) y bacillus (bastoncillo). De modo que, literalmente podemos entender la palabra como “embastonado”. El sentido que le daban los romanos a la palabra era de ´debilidad física´ por la necesidad de apoyarse en un bastón. De este concepto, se pasó al de debilidad mental, convirtiéndose también en insulto.
Para insultar también usamos estúpido; palabra que tiene origen en la voz latina stupeo que encerraba el concepto de “atónito, pasmado”. Otras palabras con el mismo origen son: estupor, estupendo y estupefacto; pero por esas cosas raras del lenguaje sólo estúpido mutó su significado, pasando de asombro a cortedad intelectual quedando inscrito en el catálogo de insultos.
Para terminar, es de interés saber que la voz insulto tiene origen en el latín insultare, que se forma de in y saltare; de modo que el sentido implícito es “echarse encima”, lo que resulta muy apropiado ¿no cree usted?
Arturo Ortega Morán©
24/10/11 at 10:06 am
Me gustó este recorrido por la etimología de las palabras, para explicar un aspecto por demás importante como es el uso del lenguaje para amonestar.
Saludos, Sara
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24/10/11 at 10:26 am
Muy interesante artículo, como todos los que insertas, Juan. Me parece especialmente interesante el párrafo final: «Para terminar, es de interés saber que la voz insulto tiene origen en el latín insultare, que se forma de in y saltare; de modo que el sentido implícito es “echarse encima”, lo que resulta muy apropiado ¿no cree usted?»
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24/10/11 at 1:29 pm
Pelafustán, me ha gustado tanto que la he adoptado. La he usado ya y ¡qué placer ver la cara del insultado!. Un hallazgo.
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27/10/11 at 7:44 am
Un artículo interesante, y si me permites te pongo otro término muy usado aquí en España y que no tiene nada que ver con la sensación malsonante del ‘insulto’…
Existe una calle en Madrid llamada Travesía de Gil Imón, paralela a Muñopedro, que une también la Ronda de Segovia con el Paseo Imperial. Don Gil Imón fue un alcalde de Madrid del siglo XIX. No hay mucho donde rascar como personaje político, pero sí como personaje social, ya que se dice que acudía a todas las fiestas y los bailes a los que era muy asidua la alta sociedad madrileña de la época. Estas fiestas eran el lugar donde las pollas podían encontrar pretendiente. ¿Que qué son las pollas? Las pollas era como se llamaba en la época a las muchachas casaderas. Don Gil Imón tenía 3 pollas, pero además de no ser guapas, tenían muy pocas luces, por lo que don Gil no las encontraba pretendiente. Aún así tenía que casarlas, así que se las llevaba a todas las fiestas. A tantas se las llevó que se hizo costumbre cuando celebraba un baile que la gente empezara a preguntar si acudiría también esta vez don Gil y sus pollas. De ahí, de tanto decirlo, se quedó lo de Gil-y-pollas, vamos, un gilipollas.
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27/10/11 at 4:07 pm
interesantísimo!
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