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«Dona dona», Izabela Szafrańska

Kontakt: izabelaszafranskaofficial@gmail.com «Dona Dona» Muzyka: Sholom Secunda Tekst: Aaron Zeitlin Tłumaczenie: Tymoteusz Kondrak Wokal: Izabela Szafrańska Gitara: Paweł Sokołowski Aranżacja utworu: Paweł Sokołowski, Izabela Szafrańska Realizacja nagrań /miks/mastering: Arkadiusz Glensk Reżyseria: Dariusz Szada- Borzyszkowski Realizacja teledysku: Bartosz Tryzna Zdjęcia i montaż: Franciszek Chrzanowski. Versión en polaco.

«Dona Dona», conocida popularmente como «Donna, Donna», es una canción sobre un ternero que es llevado al matadero, escrita por Sholom Secunda y Aaron Zeitlin. Originalmente una canción en yiddish «Dana Dana» (en yiddish דאַנאַ דאַנאַ), también conocida como «Dos Kelbl» (en yidish דאָס קעלבל, que significa El becerro), era una canción utilizada en una obra de teatro yidish producida por Zeitlin.

En un vagón con destino al mercado
hay un ternero con un ojo de luto.
Por encima de él hay una golondrina
volando rápidamente por el cielo.
Cómo se ríen los vientos
se ríen con todas sus fuerzas.
Ríete y ríete todo el día
y la mitad de la noche de verano.
Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Don,
Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Don.

¡Deja de quejarte!, dijo el agricultor.
¿Quién te dijo que fueras un ternero?
¿Por qué no tienes alas con las que volar?
como la golondrina tan orgullosa y libre.
Cómo se ríen los vientos
se ríen con todas sus fuerzas.
Ríete y ríete todo el día
y la mitad de la noche de verano.
Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Don,
Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Don.

Los terneros son fácilmente atados y sacrificados
sin saber la razón.
Pero quien atesora la libertad
como la golondrina ha aprendido a volar.
Cómo se ríen los vientos
se ríen con todas sus fuerzas.
Ríete y ríete todo el día
y la mitad de la noche de verano.
Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Don,
Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Donna, Don.


“Ídish, el país de la palabra”, por Eliahu Toker

Cuando en 1936 tuvo lugar en Buenos Aires el Congreso Internacional de los PEN clubs, lado a lado con las delegaciones de Argentina, México, Francia, España, Bélgica o Japón, participaba un representante del "país ídish", el poeta H. Leivik.

Hoy, a más de sesenta años de aquel congreso y a más de cincuenta del establecimiento del Estado de Israel, –el Estado de los judíos, cuyo idioma oficial es el hebreo– la lengua ídish sigue siendo un país cultural sin territorio, un país de la palabra, un país que comenzó a despoblarse dramáticamente a partir del Holocausto nazi que en los años ’40 aniquiló la principal judería ídish-parlante, la de Europa Oriental.

Sin embargo nunca contó el ídish con un reconocimiento académico como el que tiene hoy en gran parte del mundo. De las humildes y populosas callejuelas de los ghettos y villorrios que lo empaparon de ternura y espiritualidad; de los hogares y ferias que le dieron sabor y olor; de los conventillos y bajos fondos que lo cargaron de picardía, el idioma ídish saltó a la cátedra de más de medio centenar de universidades, fue declarado por la UNESCO parte del patrimonio de la humanidad e incluso recibió en 1978 el reconocimiento de un Premio Nobel de Literatura en la persona del narrador Isaac Bashevis Singer. Pero en América Latina y en el mundo de habla hispana en general, el ídish sigue siendo una lengua fantasmal, o casi.

Para el Diccionario de la Real Academia Española –que recién en su última edición se decidió a eliminar las definiciones peyorativas de judío, judiada, sinagoga, cohén, etc.– el ídish sencillamente no existe. También es ignorado por el Diccionario Ideológico de J. Casares (G.Gili, Barcelona, 1942), por la Enciclopedia Barsa (Bs.As, Chicago, México, 1964) y por otros once de la veintena de diccionarios y enciclopedias consultados. Y en los que la incluyen, esa ignorancia del mundo de habla hispana respecto de la lengua ídish y de su cultura se vuelve más evidente todavía con sólo prestar atención al caos imperante, primero en la transcripción española de su nombre mismo, y luego, en su definición (1). Lo más usual es encontrarlo escrito según la grafía inglesa: yiddish , matizada por una cantidad de variantes. Es sabido que el conocimiento y reconocimiento de una persona, una cultura, una lengua, comienza por nombrarla. ¿Por qué no adoptar para el ídish una transcripción acorde con la lengua española?

Enfrentado al problema y apoyado en una serie de antecedentes y razonamientos (2) opté por la grafía ídish. Y no se trata de un debate abierto sólo en la lengua española.
En francés sucede algo semejante(3). Se diría que el ídish, este país de la palabra, sin territorio, sin ejército ni policía, sin gobierno ni legitimación política, sigue siendo una lengua irreductiblemente extraña, la extranjera por antonomasia.

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