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“Le tengo temor al lápiz”, Juan Rulfo

Retrato de Juan Rulfo por Sofía GandaríasYa habrán oído a Eraclio [Zepeda], que además de un buen cuentista es un gran cuentero, y además nos ha dicho sus inicios en la literatura, porque como literato es un gran literato, es un poeta realmente. Yo, desgraciadamente, no tuve quién me contara cuentos. En nuestro pueblo, la gente es cerrada, uno es un extranjero ahí; están ellos platicando, sí, como dice Eraclio, se sientan en las tardes a contarse historias y esas cosas, pero en cuanto uno llega  se quedan callados, empiezan a hablar del tiempo: “hoy parece que no va llover, parece que por ahí vienen las nubes”.

Yo no tuve esa fortuna de oír a los mayores contarme sus historias. Me vi obligado a inventarlas y creo yo que precisamente uno de los principios de la creación literaria es la invención, es la imaginación. Como dice él perfectamente, somos mentirosos. Todo escritor que crea es un mentiroso; la literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad. Recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación. Como la gramática o como las cosas más elementales, considero que hay tres pasos. Así como en la gramática, la sintaxis, son tres puntos de apoyo: sujeto, verbo y complemento, también en la imaginación hay tres pasos. El primero de ellos es crear el personaje; el segundo, crear el ambiente en donde ese personaje se va a mover, y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va expresar, [lo] que es darle la forma. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia. Ahora, yo sí le tengo temor al papel blanco, a la hoja en blanco, y sobre todo al lápiz, porque yo escribo a mano. Pero quiero decirles más o menos cuáles son mis procedimientos; estoy hablando de una forma muy personal, no digo que es una cosa genérica.

Yo empiezo a escribir. No creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración. El asunto de escribir es cuestión de trabajo: ponerse a escribir a ver qué sale, llenar páginas y páginas, y de pronto, como decía Rilke, aparece un verbo, una palabra, que nos da la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis, diez páginas y no aparece aquella persona que yo quiero que aparezca, aquel personaje vivo que tiene que moverse por sí mismo, pero de pronto aparece, surge; entonces uno lo va siguiendo, uno va tras de él, uno va eliminándose, y aquellas seis primeras páginas se tiran a la basura. Cuando ya el personaje adquiere vida uno entonces va a ver hacia dónde va, siguiéndolo lo lleva a uno por caminos que uno desconoce, pero que estando vivo lo conducen a uno a una realidad irreal, si se quiere, pero al mismo tiempo logran guiar lo que al final parece que le sucedió, pudo haber sucedido, pudo suceder, pero nunca ha sucedido.

Creo yo que en esta cuestión de la creación es fundamental pensar en que sabe uno perfectamente que va a decir mentiras, y si uno entra en la verdad, en la realidad, en las cosas conocidas, en lo que uno ha visto o ha oído, está uno haciendo historia, reportaje. A mí me han criticado mucho mis paisanos de que cuento mentiras, de que no hago historia, o que todo lo que platico o lo que escribo dicen que nunca ha sucedido, y así es efectivamente. Para mí lo primordial es la imaginación. Dentro de esos tres puntos de apoyo de que hablábamos antes está la imaginación circulando aquello, pero como la imaginación es infinita, no tiene límites, entonces hay que romper donde se cierra el círculo, hay una puerta, puede haber una puerta de escape, y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse y entonces aparece otra cosa que se llama intuición. La intuición lo lleva a uno precisamente a intuir algo que no ha sucedido pero que está sucediendo en la escritura. Ya concretando: es imaginación, intuición y aparentemente verdad, una aparente verdad. Cuando esto se consigue entonces se logra la historia que uno quiere, que quiere dar a conocer, porque, como decía Eraclio, el trabajo es solitario. No se puede concebir un trabajo colectivo en la literatura y esa soledad lo lleva a uno a hundirse en una especie de medio, de cosas que uno desconoce, pero que sin saber que solamente el inconsciente o la intuición lo llevan a uno a crear, a seguir creando, y entonces nace la historia. Creo yo que eso es el principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar.

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Gabriel García Márquez se encuentra con Franz Kafka: La Tercera Resignación (1947), Julio Mauricio Londoño Hidalgo

El título del primer cuento del escritor más famoso de Colombia, y ganador del premio Nobel de literatura (1982), es: La Tercera Resignación; publicado en el periódico El Espectador en 1947; casi un año antes del 9 de abril de 1948, día en que uno de los más grandes y carismáticos políticos Colombianos fue asesinado, Jorge Eliécer Gaitán, desatando oficialmente la terrible época de la violencia. Es ese el momento desde cuando la violencia empieza a ser un tema recurrente en la literatura Colombiana por más de cuarenta años, y de donde toman sus principales temas otras obras de García Márquez, tales como: El Coronel no Tiene Quien le Escriba (1958) y La Mala Hora (1962).

fk3El cuento comienza cuando un niño cuenta la historia de levantarse un día con una terrible y tranquilizadora sensación: descubre que ha muerto. Su madre le lleva a un examen médico, y el doctor les cuenta: “- Señora, su niño tiene una enfermedad grave: está muerto.”, es entonces cuando la historia se torna poco a poco más interesante, cuando García Márquez describe la manera en que el niño crece dentro de su ataúd hasta adulto y continúa su vida en la muerte.

La raíces de este cuento han sido rastreadas por sus biógrafos hasta encontrar la relación final con Franz Kafka: todo empieza cuando García Márquez escribe aún en su escuela en Zipaquirá, la historia de una niña que sufre una transformación en una mariposa; inmediatamente su maestro le da la copia de un libro – bastante difícil de conseguir en esa época en Colombia , llamado La Metamorfosis (Die Verbandlung).

Vamos a ver a continuación algunos de los ejemplos de relación entre el trabajo de García Márquez con el cuento La Tercera Resignación y algunos de los trabajos de Franz Kafka.

1. Transformaciones Fantásticas

fk2La idea de despertarse un día, habiendo sufrido inexplicables y fantásticos cambios, ha sido una excusa en la literatura para hablar de Franz Kafka y su trabajo más difundido: La Metamorfosis (Die Verwandlung),basado en opinión de muchos en el trabajo de Ovidio; bajo el mismo título.

En Informe a la Academia (Ein Bericht fur eine Akademie) del año 1917, – por ejemplo – sabemos que el orador es un mono, pero no sabemos cuál ha sido la cadena de hechos que lo han llevado allí, muchísimo menos sabemos ni cómo ni por qué, ha aprendido a vestirse, a hablar ó a actuar como un humano. Lo mismo sucede en Investigaciones de un Perro (Forschungen eines Hundes).

La transformación en La Tercera Resignación es aquella que sufre el niño, al crecer en un apuesto hombre de barba azul, mientras continúa muerto; contrario a lo que pensarían muchos que su transformación es la de vivo a muerto, ya que no hay ningún ingrediente fantástico ahí, en cambio si lo hay en el desarrollo del muchacho dentro de la muerte. Con posterioridad, los cambios que sufren los personajes de García Márquez pasan de ser netamente Kafkianos a ser desarrollados bajo otro método, el que los críticos han decidido llamar real maravilloso (no realismo mágico), concepto nacido de la obra del brillante e imprescindible escritor Cubano Alejo Carpentier, El Reino de este Mundo:

“¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real – maravilloso?”

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“Los dos reyes y los dos laberintos”, Jorge Luis Borges/Mariano Antonelli

Los dos reyes[1]Los dos reyes[2Los dos reyes[3Los dos reyes[4

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: «Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.»

Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

Jorge Luis Borges©

Ilustraciones de Mariano Antonelli©

Fuente: http://historietapatagonica.blogspot.com/


“No te salves”, Mario Benedetti


“Las líneas de la mano”, Julio Cortázar

De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina donde un hombre bebe triste coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.

Julio Cortázar©


“Mi kibutz”, Fefa Martí Maldonado

Hay un capítulo de “Rayuela”, ahora no recuerdo cuál es, lo miraré si quieres, en el que Horacio hablaba del kibutz, ¿te acuerdas tú? Pero no del kibutz como espacio físico, no como algo real, sino como concepto, como imagen de lugar en el mundo, del lugar que cada uno está destinado a ocupar.

A estas alturas tampoco te sorprenderá si te digo que anda por ahí un cuento, no totalmente adolescente pero casi, en el que se habla del tema. Lo encontré el otro día, rebuscando en papeles viejos, y recordé aquella idea, aquella sensación que ocupó mi ánimo tantos años.

Mi lugar en el mundo.

Cuando escribí aquel cuento yo no lo había encontrado todavía y dudaba seriamente de que existiera uno para mí, ya sabes, un lugar en el que te sientes en casa, en el que puedes vivir, soñar, intentar ser feliz, porque te pertenece y le perteneces. Por aquel entonces, solo podía imaginarme a mí misma en exilio permanente por el mundo, por la vida, yo era un paradigma de la descolocación porque yo no encajaba con casi nada y con casi nadie, ya lo dijo Eva: la pieza defectuosa de un puzle.

Y luego, ya sabes, los años pasan, elegimos un camino, suceden cosas y, al cabo de algún tiempo, esa presión cede un poco y se aprende a dejarla un poco de lado, casi se aprende a olvidarla, o de pronto ocurre algo que requiere toda nuestra atención y nos distrae de esa inquietud y así un buen día, sin que casi nos hayamos dado cuenta, estamos acomodados en un modo de ser y en un modo de estar que nos empuja al olvido.

Y no sé si será por casualidad que haya encontrado ese cuento hace unos días, poco antes de decidir que me llamaré como quieras llamarme y que aprenderé a llamarte por tu nombre, o habrá sido el Destino el que llevó mis manos hasta aquellos folios para que los leyera después de tanto tiempo, para que pensara que podría ser, que tal vez, que quizás no sería un disparate imaginar que mi kibutz eres tú, que mi lugar en el mundo está justo donde tú te encuentres.

Fefa Martí Maldonado©


“Poema a mis esposos”, Delfina Acosta

Ay, mis esposos, todos mis esposos
se fueron a la mar, ayer, mañana.
Guardé sus blancas ropas, la fortuna
de pobres con que hicimos las moradas.
Viuda me quedé. Vestí de luto
y fui por pueblo esquivo saludada.
Un perro, la comida justa, un lecho
es todo cuanto tengo por cordura,
porque al romperse el viento de la noche,
los búhos al rezar y huir la lluvia,
qué loca voy diciendo por las calles
verdades, si vestida, mal desnuda.
La espina, ¿para qué? ¿Por qué las rosas?
Amor y desamor no dan descanso.
Pasar por esta vida y a esta hora,
se paga con hastío, si no espanto.

Delfina Acosta©


“El otro Juan Rulfo”, por Oscar Brando

 

Juan_Rulfo Cuenta Antonio Alatorre que cuando fundó la revista Pan (Guadalajara. No. 1. junio de 1945) junto a Juan José Arreola, se encargó de alcanzarle un ejemplar a Juan Rulfo. Este no formaba parte del circulo de escritores que se nucleaba en torno a la revista. Más bien, según la impresión de Alatorre, pertenecía al grupo de la revista América, que tenía, por lo menos para Rulfo, a Efrén Hernández como figura aglutinante.

Alatorre dice que como contrapartida a la lectura de ese primer número Rulfo les dio un cuento para publicar. Confiesa que ni él ni Arreola estaban enterados de que Rulfo escribía. Agrega además, al amparo de los años pasados y las famas adquiridas, que Arreola y él no consideraban que Rulfo estuviese a su altura en preocupaciones literarias. Admitían que en un estante de la pieza prolija que habitaba Rulfo (¡hasta tenía un pasadiscos, artefacto inalcanzable para ellos dos!) se ordenaban algunas novelas de autores que no eran habituales en los círculos intelectuales de Guadalajara. Pero consideraban a Rulfo apartado de las lecturas entusiastas, desordenadas de poesía contemporánea que sí practicaban (y ejercían) Arreola y Alatorre.

El cuento que Rulfo entregó para ser publicado en Pan apareció en el número dos de la revista, en julio de 1945, como portada de la misma: se llamaba "Nos han dado la tierra". Este cuento, que volvió a aparecer en la revista América el 31 de agosto del mismo año, abre la serie de anticipos del futuro volumen El llano en llamas. La relación con Pan tuvo una instancia más. Rulfo les había acercado para publicar otro cuento, "Macario". Como Arreola viajaba a Francia, Alatorre pidió a Rulfo que lo acompañara como codirector de la revista: en su modalidad parca, no dijo que no y en el número 6, de noviembre de 1945, apareció "Macario" y Juan Rulfo figuró por única vez, junto a Antonio Alatorre, como responsable de la publicación.

 

PREHISTORIA

Que Arreola y Alatorre no supieran que Rulfo escribía puede ser cargado a la cuenta del descuido de ambos, pero sobre todo, debe ser atribuido a la forma reticente, silenciosa con la que Rulfo se presentó en el panorama de las letras mexicanas desde el principio. Porque, como lo reconoce el propio Alatorre en el testimonio citado, ellos, que estaban alertas a las novedades literarias, se enteraron entonces de que Rulfo no sólo escribía sino que ya había publicado un relato. Era este el titulado "La vida no es muy seria en sus cosas", un cuento extraño que algunos fechan con toda exactitud como publicado en América No. 40. el 30 de Junio de 1945; y otros, con absoluta imprecisión remontan a 1942.

Este cuento tiene poco que ver con el Rulfo que el lector de El llano en llamas reconoce: quizá por ese motivo Rulfo no lo incluyó en ese libro y el cuento tuvo que esperar hasta ser recogido en la Obra completa que reunió Jorge Ruffinelli en 1977 para la editorial Ayacucho de Caracas. "La vida no es muy seria en sus cosas" trata de una mujer embarazada de ocho meses que teme que su hijo se muera. El temor está provocado por dos fantasmas: un hijo mayor que murió y su marido, también muerto, todos portadores del mismo nombre: Crispín.

El cuento hace mención a sentimientos y sensaciones del no nacido y plantea, a través de la mujer, una especie rara de continuidad y diálogo entre ese mundo por venir y el de los muertos. La cierta claridad con que las líneas anteriores resumen el relato surge forzando oscuridades, elipsis, la fuerte carga subjetiva de la narración y el final misterioso, difícil de definir. La mujer va a salir para visitar el cementerio, no sin antes avisarle a su futuro hijo; pero "un viento frío, agachado al suelo" la obliga a regresar por un abrigo. Tiene que trepar al ropero y cuando se baja "bajó muy hondo" dice el cuento. Y concluye: "Algo la empujaba. Debajo de ella, el suelo estaba muy lejos, sin alcance…". Los lectores de Rulfo no encuentran aquí los paisajes y personajes rurales que habitan los cuentos de El llano en llamas. Podrá conformarles la obsesión por la muerte que amenaza, cierto animismo de la naturaleza o un fluir narrativo que impregna de subjetividad hasta los datos más exteriores.

No es raro que se vinculen estas primeras experiencias narrativas de Rulfo a la lección de quien fuera su compañero de trabajo y mentor literario: Efrén Hernández (1903-1958). Esta figura singular, que según C. Domínguez practicó la literatura en extrema soledad, naufragó entre los vozarrones de la novela de la revolución y la línea más previsiblemente innovadora del grupo y la revista Los Contemporáneos, a los que no fue del todo ajeno. Así y todo en las letras mexicanas suele ser apreciado como el cuentista más personal del siglo XX. Efrén Hernández cultivó una prosa poética que no abandonó, sin embargo, un decisivo talante narrativo. Xavier Villaurrutia, Alí Chumacero, Octavio Paz v otros reconocieron la importancia de ese mundo menudo, interior, divagador, que no olvidó del todo la modalidad cronística a la manera de Azorín.

No es fácil observar esas características en los cuentos de Rulfo. Sí es posible denunciar la impronta lírica, que pudo originarse en el contacto con Hernández; pero, sin duda, los cuentos de Rulfo se cargaron de otras preocupaciones. Rulfo insistió en numerosas ocasiones que fue Efrén Hernández el que lo leyó primero y lo alentó a seguir escribiendo: también el que lo puso en el camino de la publicación.

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“Julio Cortázar lee el comienzo del capítulo 7 de Rayuela”

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua. "


“Breve manual para robar libros y no sentir remordimiento”

libreria La mañana del viernes 3 de abril de 1993, como prestador de servicio social del Juzgado Segundo de lo Civil en el distrito judicial del centro, me tocó auxiliar al Actuario de la mesa de asuntos pares para llevar a cabo un embargo en el Juicio Ejecutivo Mercantil 344/93. A las nueve en punto pasó por nosotros el abogado que llevaba el caso, recién bañado. Nos subimos a una camioneta que había estacionado en doble fila frente a las puertas del Juzgado.

Ser prestador de servicio social en un juzgado lleva las de perder cuando se trata de cargar, coser expedientes, ir a traer o dejar cosas. El actuario sacó de la gaveta el expediente, tomó su código, hojas blancas, papel carbón y me pidió cargar la máquina de escribir, una Olimpia de tapa blanca que pesaba casi 10 kilos y que ahora debe estar vendida como hierro viejo.

En la cabina de la camioneta, el abogado que litigaba el asunto ofreció llevarnos a comer unas carnitas a Zaachila si terminábamos temprano el embargo. El actuario con su cara regordeta volteó a verme y sonrió haciéndome un guiño. Promesa de por medio, nos perfilamos hasta una casa ubicada al fondo de una vecindad en el centro histórico, desde donde se veían los campanarios de Santo Domingo.

Hecho el trámite el Código de Comercio y la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito establecen para estos penosos casos, “constituido legalmente en el domicilio que se señala como de la parte demandada, y requerido que fue el deudor del pago que por concepto de tá tá tá…” se procedió a trabar formal embargo sobre bienes que bastaran para garantizar las prestaciones reclamadas, como no se encontraba en la ciudad el deudor, según informó quién dijo ser su sobrina, el Actuario al entrar al domicilio procedió a señalar los bienes objeto del embargo, vio un refrigerador destartalado, una estufa repleta de platos sucios y tazas con residuos de café, la casa era un cuchitril, un chaislone mugroso constituía toda la sala; no había nada digno de embargarse.

Al final del pasillo había una puerta cerrada, la sobrina dijo que ahí no podíamos entrar porque ese cuarto tenía llave, realmente no tenía llave, solamente estaba atrancada; al abrirla descubrimos que era una señora biblioteca, libros por todos lados, en las cuatro paredes, de extremo a extremo, desde el suelo casi hasta el techo, sobre banquitos, apilados en dos viejas sillas y en medio de tantos libros y un verdadero desorden, sobre una mesa de madera sólo había un pequeño espacio donde había hojas sueltas, apuntes y una maquinita Olivetti, de esas portátiles que venían en su estuche (para mí, que era quien las cargaba, todas las máquinas de escribir eran portátiles) a pesar de los ruegos de la sobrina para que no tocáramos ningún libro de la biblioteca, el Actuario dijo que con todos esos libros se garantizaba el pago del adeudo y sin hacerle caso a la muchacha me continuó dictando el acta y yo seguí escribiendo. Los dos cargadores, el mismo abogado litigante, el Actuario (a quien el abogado lo llamaba siempre “lic”) y yo empezamos a bajar los libros de los estantes y cargarlos hasta la camioneta.

Por mis manos de estudiante pasaron libros de todo tipo y diferentes editoriales, colecciones, enciclopedias, diccionarios… recuerdo que el Actuario me decía “a ver muchacho, bájame esos libros que están ahí a tu lado, esos grandotes colorados” (como si fueran mangos o ciruelas que se bajan de un árbol) se refería a la colección original de 1888 de “México a través de los Siglos”; “Ayúdame a cargar estos verdecitos de pasta roñosa” (era la colección completa de los Clásicos editada por Grolier) “Estos chiquitos yo creo que los dejamos lic, no han de valer mucho, son de puras caricaturas” (se refería a los libros de Rius).

Recuerdo haber tenido, durante las casi 5 horas que duró la diligencia, libros que iban desde Emecé, Siglo XXI, Porrúa, Lumen, Editores Unidos Mexicanos, Planeta, Fondo de Cultura, toda la biblioteca breve de Seix Barral, Ediciones de Cultura Popular, Espartaco, Jus, Grijalva, Era, colección Austral y la famosa BAC, hasta libros viejos que venían de la librería del Señor San Germán y Julián S. Soto en el Oaxaca del siglo XIX, pasando por las ya desaparecidas ediciones Botas, Dante quincenal y Sepsetentas.

Casi al terminar, el abogado litigante, empapado en sudor se me acercó y en voz baja me dijo: “órale mi lic, chínguese un libro, mire, aquí encontré éste que le puede servir para la carrera” era una edición reciente de “El abogado del diablo”, que no se lee ni por equivocación en la facultad de Derecho.

Nunca supe bien quién era el demandante en el juicio ni quién era el dueño de tantos libros, ignoro por qué no pagó la deuda o por qué nunca acudió a defenderse en el juzgado, sólo recuerdo que al final, cuando ya quedaban pocos libros y los estantes estaban casi vacíos, noté que las hojas que al principio estaban sobre la mesa, ahora estaban regadas en el suelo, levanté este pequeño legajo que en su hoja frontal decía “breve manual para robar libros y no sentir remordimiento” lo que llamó mi atención y me hizo tomarlo antes de salir, bañado de polvo, rumbo a mis clases vespertinas en la facultad.

Hace poco, en un cambio de casa encontré este documento dentro de una caja donde guardo diversos papeles que aún conservo de mi época universitaria. Por si llegara a ser útil a alguien que leyere esto, aquí lo transcribo tal cual:

“BREVE MANUAL PARA ROBAR LIBROS Y NO SENTIR REMORDIMIENTO”

I.- ¿POR QUÉ ROBAR UN LIBRO?

(Parte deontológica en el fino arte del hurto a las librerías)

Un libro es como un hijo para quién lo ha escrito, el autor siempre se queja que cuando alguien roba su libro y no lo compra, él está perdiendo, pero desde el momento en que lo saca a la calle y lo pone a la venta, ese vínculo de consanguinidad literaria se rompe ¿Cómo puede alguien vender un hijo y rebajarlo con un descuento para lograr que se lo lleven? El libro es de quien lo lee, así sea transitorio y fugaz este elemental acto. La posesión bibliográfica es un derecho que legitima la forma en que se obtiene.

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Botella al mar para el Dios de las palabras, por Gabriel García Márquez

Intervención de Gabriel García Márquez en el Congreso de Zacatecas, abril de 19974000

A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado!

El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los Mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.

Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de 19 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga 54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero dijo: ¨Parece un faro¨. Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es la color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso?

Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro por su casa. En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras.

A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis 12 años.