Archivo de la categoría: Pablo Neruda

“Con la voz del pueblo…”, Gregorio García García

Mis versos son de pueblo de buen trigo,
de hermandad, de alegría y de la pena,
los jóvenes, mayores, gente buena,
en mi alma bien guardados van conmigo,

gente obrera, de buenos soy abrigo,
todo un arte derrochan en la escena,
voz del pueblo es la voz del que faena,
la razón va con ellos, soy testigo,

voy con ellos, mi voz con su razón
que tiene el verso sano de la gente
y bebe el agua limpia de su caño,

soy humano con alma y corazón,
yo no quiero esta guerra al inocente
en que hacen marrulleros el amaño.

Gregorio García García©

Nacio en Consuegra, España. Durante treinta y cinco años fue albañil en todas las especialidades y encargado general d obra.
Su afición a la poesía y a escribir es muy reciente. Todo empezó allá por el año 2004, en un polígono de Valdemoro, Madrid: cuando enlucía, a pie de calle, la fachada de una nave industrial, un peón que hacía limpieza, desde la terraza de la planta de arriba, descargaba libros con una carretilla en el contenedor que estaba a su lado. Al caer do rebotaron algunos en su cabeza; viendo a Pablo Neruda caer junto a otros inmortales  entre escombro por el suelo, le dio pena y recogió todos sus trozos. Cuenta que fue Neruda quien al leerle sus “Veinte poemas de amor…” le contagió su enfermedad. Después, rescató del contenedor otras importantes y antiguas joyas literarias que aún conserva.
Ha publicado relatos en antologías y poemas en revistas. El presente se incluye en “EnREDados”, 1ra. Muestra poética de Netwriters.


“Pedro Páramo–Radionovela”, Juan Rulfo-Diego Contreras Calderón

Adaptación radiofónica de la novela de Juan Rulfo, »Pedro Páramo».

Dirección y edición: Diego Contreras Calderón
Música (en orden de aparición):
La llorona – Antonio Bribiesca
Solo tu – Elliot Goldenthal
Chamán – Adrián Bac
Tensión campirana – Uriel Salinas Reséndiz
La esposa virgen – Jorge Avendaño Lührs
Rain prayer – Krys Mach
Obertura El manantial – Jorge Avendaño Lührs


“El regalo”, Clementina Suárez

Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.

Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
– brazo de mar de olas inasibles –

la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.

La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,

el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.

La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.

La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.

El abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.

La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.

La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.

Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.

O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.

La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.

Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.

La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.

La pasión con que desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable

como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.

El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.

Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.

Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,

aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.

La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles

para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.

La entraña donde te sumerges como buscando estrellas enterradas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.

La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;

o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.

El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,

en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado

el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.

El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.

Como si a ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;

O dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.

En que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.

Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.

La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.

La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.

Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.

El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.

El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.

El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.

La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él, duerme, sueño del amor.

Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.

El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.

La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.

El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.

Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.

La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.

El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.

El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.

Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.

La aguja imantada
con su impensable polen y sus rojas brasas.

Mi gris existencia
con su primera mortaja

Mi muerte
con su pequeña eternidad.

Clementina Suárez©

Juticalpa, Olancho, 1902-1991. Vino al mundo un 12 de mayo. Sus padres fueron: Don Luis Suárez, profesional del derecho, y Amelia Zelaya Bustillo, una bella mujer proveniente de una de las familias más ricas de Olancho. Clementina Suárez realizó sus estudios primarios en su lugar de origen y luego, en 1918, se trasladó a Tegucigalpa, donde estudió en una escuela privada para señoritas. Desde niña manifestó su clara vocación de poeta. En 1930 publicó Corazón Sangrante, el primer libro de poemas de una mujer hondureña. Viajó a México, donde, en contacto con un medio más evolucionado, publicó Templos de Fuego, Iniciales y De mis sábados el último (1931). En Costa Rica publica Engranajes (1935). Después de residir en Nueva York se traslada a La Habana, donde sale a la luz Veleros (1937) ya en una forma totalmente nueva. En San Salvador, el Ministerio de Cultura le edita su libro Creciendo con la hierba. Pero la línea de su actividad no se limita a la poesía; publica en Honduras la revista Mujer y funda en México una galería de arte centroamericano. En San Salvador funda El Rancho del Artista, donde, además de tener una exposición permanente, se escucha la voz de Miguel Ángel Asturias, Salarrué, Pablo Antonio Cuadloira, Eunice Odio y otros valores de América. En Tegucigalpa funda la primera galería de arte, a la que llama Morazánida. No pertenece a ningún grupo, porque ella crea los grupos. Colaboró con diarios y revistas escribiendo artículos, entrevistas y semblanzas. Fue una madre soltera. Tuvo dos hijas: Alba y Silvia. Posteriormente contrajo matrimonio con el poeta Guillermo Bustillo Reina, hondureño, y más tarde con el pintor José María Vides, salvadoreño. Se divorció de ambos porque consideró que le interrumpían en su carrera y en su forma de pensar y vivir. Recibió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” en 1970.


"Allá en los obrajes", Luis Casca Olivera

obraje

La roja sangre del monte, allá adentro de los obrajes, es savia derramada de algarrobos seculares.
Que se mezcla con los soles degollados del ocaso, notarios inmutables del azogue filo de los hachazos.
Desolación de los montes, madera de sangre y de sal allá en los rudos obrajes oliendo a medio jornal.
Allá donde el filo de las hachas ardientes quebrarán el vuelo de su rumbo vertical.
Doliente tajo de sangre, llanto verde y forestal, osario de los silencios, tierra de greda inicial, donde soñaba en otrora su verde el algarrobal.
Allá donde la savia derramada se mezcla con el acedo sudor de los hacheros. Gestos oscos, arrugadas sus frentes y el grito más antiguo, trepando sus gargantas, grito tan antiguo, que la misma memoria. Enrojecido grito geografía del dolor que ya no cabe en los huesos irredentos carcomidos por la injusticia. Ese grito ángel oscuro
en la pluralidad del monte derrumbado, síntesis tremenda de la desolación.

Luis Casca Olivera©


“Aquí cae mi pueblo”, Gonzalo Rojas

golpe-in-cile

Aquí cae mi pueblo. A esta olla podrida de la fosa
común. Aquí es salitre el rostro de mi pueblo.
Aquí es carbón el pelo de las mujeres de mi pueblo,
que tenían cien hijos, y que nunca abortaban como las meretrices
de los salones refinados, en que se compra la belleza.

Aquí duermen los ángeles de las mujeres que parían
todos los años. Aquí late el corazón de mis hermanos.
Mi madre duerme aquí, besada por mi padre.
Aquí duerme el origen de nuestra dignidad:
lo real, lo concreto, la libertad, la justicia.

Gonzalo Rojas©


“Polo Margariteño”, Cecilia Todd

El cantar tiene sentido,
entendimiento y razón,
la buena pronunciación
del instrumento al oído.

Yo fui marino que en una isla
de una culisa me enamoré,
y en una noche de mucha brisa
en mi falucho me la robé.

La garza prisionera
no canta cual solía
y cantar en el espacio
sobre el dormido mar,
su canto entre cadenas
es canto de agonía,
¿por qué te empeñas pues, Señor,
su canto en prolongar?

Allá lejos viene un barco
y en él viene mi amor.
Se viene peinando un crespo
al pie del palo mayor.

A ti vuelvo de nuevo, mar querido,
y lejos de ti, ¡cuánto fui desdichado!
Lo que puede sufrirse lo he sufrido
y lo que puede llorarse lo he llorado.

Y ese cadáver que por la playa rueda,
y ese cadáver, ¿de quién será?
Ese cadáver debe ser de algún marino
que hizo su tumba en el fondo del mar.

El cantar tiene sentido,
entendimiento y razón.

Canto popular venezolano.


“No te salves”, Mario Benedetti


“Plagio poético”

Esto es un poema de Miguel Ángel Macau (1886-1971), poeta cubano:

Amo el amor de los marineros
que besan las mujeres y se van,
dejando una promesa de naufragios
para huir y no volver jamás.
Vienen a la vida entre los brazos
de los trigueños cantos del azar,
y una noche se acuestan con la muerte
en el lecho letal de la mar.

Esto es un indiscutible plagio del poema supra por Pablo Neruda (1904-1973):

Amo el amor de los marineros
que besan y se van.
Dejan una promesa.
No vuelven nunca más
En cada puerto una mujer espera,
los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar…

Fuente: http://apostillasnotas.blogspot.com/2008/12/plagio-potico.html


“No lloro yo por llorar”, Violeta Parra

nolloro

No lloro yo por llorar
sino por hallar sosiego,
mi llorar es como un ruego
que naide quier’ escuchar,
del ver y considerar
la triste calamidá’
que vive la humanidá’
en toda su longitú’;
l’escasez de virtú’
es lo que me hace llorar.

Ayer, buscando trabajo,
llamé a una puerta de fierro,
como si yo fuera un perro
me miran de arrib’ abajo,
con promesas a destajo
me han hecho volver cien veces,
como si gusto les diese
al verme solicitar;
muy caro me hacen pagar
el pan que me pertenece.

No demando caridá’
ni menos pid’un favor,
pido con mucho rigor
mi derecho a trabajar;
yo quiero ganar mi pan
mi harina y mi ají picante;
con su sonrisa farsante
me dicen con voz postrera
que al llegar la primavera
puede ser que haiga vacante.

Así me pasan los días,
uno sobre otro en las mesmas,
veo que llega cuaresma,
una mas y otra enseguí’a;
le ruego a San Jeremías,
le prendo vela tras vela,
más sordo que l’entretela
se burla de mis quebrantos;
si no me conduel’el santo,
¿quién quiero que se conduela?

No pierdo las esperanzas
de que’sto tenga su arreglo,
un día este pobre pueblo
teng’ una feliz mudanza:
el toro solo se amansa
montándolo bien en pelo;
no tengo ningún recelo
de verle la pajarilla
cuando se dé la tortilla
la vuelta que tanto anhelo.

Violeta Parra©


“El Corazón de Piedra”, por Pablo Neruda

piedras

Mirad,
éste
fue el corazón
de una sirena.
Irremediablemente
dura,
venía a las orillas
a peinarse
y a jugar a la baraja.
Juraba
y escupía
entre las algas.
Era la imagen
misma
de aquellas
infernales
taberneras
que
en los cuentos
asesinan
al viajero cansado.
Mataba a sus amantes
y bailaba
en las olas.

Así
fue transcurriendo
la malvada
vida de la sirena
hasta
que su feroz
amante marinero
la persiguió
con harpón y guitarra
por todas las espumas,
más allá
de los más
lejanos archipiélagos,
y cuando
ya en sus brazos
reclinó
la frente biselada,
el navegante
le dio
un último beso
y justiciera muerte.

Entonces, del navío
descendieron
los capitanes
muertos,
decapitados
por aquella
traidora
sirena,
y con alfanje,
espada,
tenedor
y cuchillo
sacaron el corazón de piedra
de su pecho
y junto al mar
lo dejaron
anclado,
para
que así se eduquen
las pequeñas
sirenas
y aprendan
a comportarse
bien
con
los
enamorados
marineros.


Pablo Neruda©


“La aventura de oír: El cuento maravilloso y el mito”, por Ana Pelegrín

12-33303 Muchos de los cuentos de encantamientos, maravillosos, que recibimos de niños, están emparentados con los mitos. En el mito hablaron los hombres de seres fabulosos, de plantas, animales, reinos lejanos. Hablaron de la antigua fábula, relataron la creación del mundo, la ordenación de la vida, fabularon sucesos que acompañaron el tiempo inicial de los hombres.

Época de los orígenes, de la formación y explicación de los misterios del Universo, que el hombre traducía en creencias, ritos, palabras impregnadas de héroes, dioses y semidioses, naturaleza y acciones, en un espacio mítico.

En el mito, los dioses enseñan a los hombres el poder nutritivo de las plantas, las mutaciones temporales, les enseñan el sentido de su existencia, cómo comportarse, qué hacer; le dan una explicación del Mundo emergiendo del Caos, les revelan el origen de las Cosas y la Vida. El mito relata esa ordenación, no como una realidad cotidiana, sino como una experiencia mágica, religiosa, como otra realidad. Una sabiduría, un conocimiento. Esta sabiduría se transmite a unos pocos, los elegidos, los iniciados, pues quien posee el conocimiento del Origen de las cosas y la Vida posee también el poder mágico-religioso de revivir, reactualizar la fuente creadora del Cosmos la visión del tiempo transcendental de la Creación. Los ritos de iniciación de las sociedades primitivas se realizaban para acceder al conocimiento de los Orígenes, de las creencias que sustentan la regulación del Universo, del comportamiento religioso-sacralizado, el comportamiento moral social, la posesión y resguardo de la palabra generadora, la palabra creadora, la palabra que crea el Universo.

Esta visión del mito pertenece a sociedades tradicionales, aisladas. ¿Nada tiene el mito que decir al hombre contemporáneo? ¿Nada que transmitirle?

Por el momento veamos qué puede decirnos en la huella que dejaron los mitos en los cuentos maravillosos. La primera diferencia es la notoria pérdida de lo sobrenatural y lo sagrado. En los cuentos, el comportamiento de los personajes, sus acciones, no son religiosas ni transcendentales. No se nos dice cuáles son sus creencias ni sus motivaciones. No sabemos sino a través de un desenmascaramiento que la partida del héroe del cuento, el alejamiento, puede estar emparentado con un viaje al Más Allá, con connotaciones mágico religiosas, con un conocimiento iniciático, como se recoge en El libro de los Muertos egipcio. En los cuentos maravillosos, ese nivel de significación está perdido, borrado. Aunque subsistan asuntos paralelos.

En el illo tempore -esto es, el tiempo mítico-, los dioses ayudaron a los hombres, se transformaron para estar cerca de ellos, dejándoles sus enseñanzas o exigencias, imponiéndoles tareas y pruebas difíciles para ser aplacados o para probar las cualidades físicas y morales de los humanos. Los trabajos que Zeus impone a Hércules, por ejemplo el robo de las manzanas del jardín de las Hespérides, tiene su paralelismo en la prueba difícil que el héroe del cuento maravilloso tiene que cumplir para que el rey le conceda la mano de la princesa o para salvar su vida. Es frecuente en los cuentos maravillosos que el héroe tenga que volver con el testimonio (la manzana de oro, el ramo de oro, el pájaro que canta el bien y el mal, los tres pelos del diablo, etc.) que demuestre que el héroe ha viajado hasta otras regiones (el país del Nunca Jamás, del Irás y no volverás), cuyos nombres nos demuestran que el regreso del héroe, supone haber atravesado difíciles pruebas, haber vencido, alcanzado otro estadio de su madurez, crecido en la aventura.

Mircea Eliade sostiene que, en los cuentos maravillosos, los escenarios iniciáticos continúan transmitiendo sus mensajes, operando mutaciones en el espectador-héroe, en el creador. «Aquello que se llama "iniciación" coexiste con la condición humana, que toda existencia está constituida por una serie ininterrumpida de pruebas, de muertes, y de resurrecciones, cualesquiera que sean los términos de que se sirva el lenguaje moderno para traducir estas experiencias».

Toda experiencia humana vital-espiritual pasa por momentos difíciles, por pruebas repetidas, tareas que tienen la marca de lo imposible, esfuerzos titánicos por superar vallas y obstáculos, por sobrevivir, por la ración de triunfo a nosotros destinada, o conjurar el fracaso, vencer tanta negrura o grisura, serpientes que nos devoran, cárceles, jaulas, cuevas sin salida, tareas imposibles como sembrar, ver crecer el trigo, segar, amasar con nuestras manos, tener el pan en la mesa, tarea aún más difícil que la impuesta al héroe por el poderoso, porque no es de un día para otro, sino del día tras día… ¿No habrá un pedazo de pan en que sentarme?, mendiga Vallejo, poeta.

Pero dame / en español algo, en fin, de beber, de comer, de vivir, de reposarme, y después me iré…

Habrá que afrontar caídas, pozos sin fin, desmembramientos, letargos, anulaciones, el porvenir de la nada, abandono, sueño de cien años, durmientes anestesiados en vida, Ofelia deslizándose río abajo, reposo en la quietud del tiempo eterno, aguardar, restañando la herida, como la niña de El espíritu de la colmena, jugando con su muerte, o esperando frágil cicatriz, lenta recomposición del maltrecho cuerpo, concentración de la fuerza, tenuemente asfixiada, envenenada en cajita de cristal, plumón durmiente. «¿Cómo poder gozar de todo? / Mejor borrarlo todo. El hombre de la movilidad Total / del sacrificio Total, de la conquista Total / Duerme, duerme. Duerme, duerme / Borra con sus suspiros la noche minúscula, invisible» (Paul Eluard).

Suspensa en el umbral, la muerte-vida anuncia el resurgir, el despertar. Emerger con el esplendor de la fuerza concentrada, romper el encierro-límite, romper límites, desplegarse en el espacio, recobrar la corporeidad, el impulso, resucitar furiosamente vivo…

desatando estos nudos; ¡oh Dios mío! estos nudos

destrozando, quemando, arrasando

como una lava loca lo que existe,

correr fuera de mí mismo, perdidamente

libre de mí, furiosamente libre.

Neruda

La iniciación primitiva late escamoteada en la iniciación de lo imaginario, y lo onírico, y en la creación literaria. Porque es una experiencia humana de todos los estadios históricos, de los primitivos y los muy contemporáneos. A su escenario regresa el que juega con la palabra como acto creador. El escritor, el poeta, parte siempre hacia la aventura, hacia el viaje, atraviesa duras pruebas, inquiere al Aire, a la Luz o a las Tinieblas, sucumbe en la Oscuridad o es cegado por la Luz, sufre transformaciones, desintegraciones, despedazamientos, acosamientos, hostigamientos de monstruos y fantasmas interiores/exteriores.

Romper, transgredir los márgenes impuestos por una realidad dominante, buscando otra realidad para transformarla con su acción-palabra. Conquistar, dominar osadamente lo imposible, que no someterse a lo llanamente posible. Transgresión-aventura-audacia.

Lo maravilloso primitivo, lo mágico, es creación de lo imaginario, aventura literaria sin irrupciones en el tiempo, continuamente transformada, justamente por audaz relación con la realidad histórica.

Literatura llamada fantástica; lo sobrenatural acechando lo real -los cuentos de Poe, de Lovecraft; el asombro, la búsqueda de lo onírico, lo maravilloso del empeño surrealista, los mundos laberínticos, las ficciones de Borges, la ciencia-ficción, Bradbury, Arthur Clark, realismo mágico de Cien años de soledad.

Incesante aventura literaria que desasosiega, descalabra, interroga los insondables escenarios del hombre, imaginación-realidad de la literatura.

«No deberíamos hablar de literatura fantástica -ironiza Jorge Luis Borges- porque no sabemos a qué género pertenece el universo: si al género fantástico o al género real.»

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“Testamento de otoño”

matildeurrutia

MATILDE URRUTIA, aquí te dejo
lo que tuve y lo que no tuve,
lo que soy y lo que no soy.
Mi amor es un niño que llora:
no quiere salir de tus brazos,
yo te lo dejo para siempre:
eres para mí la más bella.

Eres para mí la más bella,
la más tatuada por el viento
como un arbolito del sur,
como un avellano en agosto.
Eres para mí suculenta
como una panadería,
es de tierra tu corazón,
pero tus manos son celestes.

Eres roja y eres picante,
eres blanca y eres salada
como escabeche de cebolla.
Eres un piano que ríe
con todas las notas del alma
y sobre mí cae la música
de tus pestañas y tu pelo.
Me baño en tu sombra de oro
y me deleitan tus orejas
como si las hubiera visto
en las mareas de coral:
por tus uñas luché en las olas
contra pescados pavorosos.

De Sur a Sur se abren tus ojos
y de Este a Oeste tu sonrisa,
no se te pueden ver los pies
y el sol se entretiene estrellando
el amanecer en tu pelo.
Tu cuerpo y tu rostro llegaron,
como yo, de regiones duras,
de ceremonias lluviosas,
de antiguas tierras y martirios.

Sigue cantando el Bío-Bío
en nuestra arcilla ensangrentada,
pero tú trajiste del bosque
todos los secretos perfumes
y esa manera de lucir
un perfil de flecha perdida,
una medalla de guerrero.

Tú fuiste mi vencedora
por el amor y por la tierra,
porque tu boca me traía
antepasados manantiales,
citas en bosques de otra edad,
oscuros tambores mojados:
de pronto oí que me llamaban,
era de lejos y de cuando
me acerqué al antiguo follaje
y besé mi sangre en tu boca,
corazón mío, mi araucana.

¿Qué puedo dejarte si tienes,
Matilde Urrutia, en tu costado
ese aroma de hojas quemadas,
esa fragancia de frutillas
y entre tus dos pechos marinos
el crepúsculo de Cauquenes
y el olor de peumo de Chile?

En el alto otoño del mar
lleno de niebla y cavidades,
la tierra se extiende y respira,
se le caen al mes las hojas.
Y tú inclinada en mi trabajo
con tu pasión y tu paciencia
deletreando las patas verdes,
las telarañas, los insectos
de mi mortal caligrafía.
Oh leona de pies pequeñitos,
qué haría sin tus manos breves,
dónde andaría caminando
sin corazón y sin objeto,
¿en qué lejanos autobuses,
enfermo de fuego o de nieve?

Te debo el otoño marino
con la humedad de las raíces
y la niebla como una uva
y el sol silvestre y elegante:
te debo este cajón callado
en que se pierden los dolores
y sólo suben a la frente
las corolas de la alegría.

Todo te lo debo a ti,
tórtola desencadenada,
mi codorniza copetona,
mi jilguero de las montañas,
mi campesina de Coihueco.

Alguna vez si ya no somos,
si ya no vamos ni venimos
bajo siete capas de polvo
y los pies secos de la muerte,
estaremos juntos, amor,
extrañamente confundidos.
Nuestras espinas diferentes,
nuestros ojos maleducados,
nuestros pies que no se encontraban
y nuestros besos indelebles,
todo estará por fin reunido,
¿pero de qué nos servirá
la unidad de un cementerio?

¡Que no nos separe la vida
y se vaya al diablo la muerte!

Pablo Neruda©