Son morto con altri cento,
son morto ch’ero bambino:
passato per il camino,
e adesso sono nel vento.
Ad Auschwitz c’era la neve:
il fumo saliva lento
nel freddo giorno d’inverno
e adesso sono nel vento.
Ad Auschwitz tante persone,
ma un solo grande silenzio;
è strano: non riesco ancora
a sorridere qui nel vento.
Io chiedo come può l’uomo
uccidere un suo fratello,
eppure siamo a milioni
in polvere qui nel vento.
Ancora tuona il cannone,
ancora non è contento
di sangue la belva umana,
e ancora ci porta il vento.
Io chiedo quando sarà
che l’uomo potrà imparare
a vivere senza ammazzare,
e il vento si poseràFrancesco Guccini©
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“La canzone del bambino nel vento”, Francesco Guccini & I Nomadi
“Dios no es una niñera”, Sara Mayer
Crecí viendo entrevistas de mi abuela en la TV nacional. Puede que no haya sido tan famosa como Elie Wiesel, pero para mí, ella era más grande que la vida misma. Era escritora y había aparecido en un documental ganador de un Emmy. Era la persona más famosa que yo conocía. Y ella, era mi abuela.
«¿Usted todavía cree en Dios después del Holocausto?». La respuesta de mi abuela estaba grabada en mi corazón.
En cada clase, entrevista, o serie de preguntas y respuestas, le hacían a mi abuela la misma pregunta, y yo conocía muy bien su respuesta, la cual había quedado grabada en mi mente y en mi corazón:
«¿Todavía cree en Dios después del Holocausto?», le preguntaban.
Para muchos, la pregunta parecía demasiado controversial, demasiado dolorosa. Pero para mi abuela era simple. Y yo murmuraba la respuesta junto con ella: «Dios no es una niñera».
En mi mente, las preguntas que sus oyentes no se atrevían a preguntar pedían respuestas a gritos. «¿Dónde estaba Dios cuando Adolf Hitler puso en marcha la solución final?». «¿Y dónde estaba Dios cuando tu padre y tu madre estaban siendo llevados a las cámaras de gas?». «¿Y dónde estaba Dios cuando tu hermano fue brutalmente asesinado pocos días antes de la liberación?».
Pero la respuesta también estaba ahí, implantada por mi abuela. «Dios estaba viendo y llorando. Estaba llorando por todos sus hijos. Por los que habían hecho mal y por los que habían sido dañados. Dios dirige el mundo, pero les concede libre albedrío a sus hijos. Depende de ellos decidir lo que harán con él. Una niñera es un reemplazo temporal de un padre. Su trabajo es asegurar que el niño esté exactamente igual que cuando los padres salieron. Con una niñera no hay lugar para el crecimiento, porque todo lo que sea incluso remotamente peligroso debe ser frenado antes de comenzar. ¿Acaso Dios tendría que haber liquidado a cada nazi con un rayo? ¡No!, porque Dios no es una niñera».
Mientras su sorprendida audiencia se recuperaba de su respuesta, mi abuela continuaba. «No fue Dios quien me lastimó. La gente me hizo esas cosas. Vi muchos milagros. Déjenme leerles de mi libro…». Yo sonreía mientras mi abuela buscaba entre las páginas de la manoseada copia que llevaba consigo de su libro “One Who Came Back” (Uno Que Volvió). Yo me sabía prácticamente todo el libro de memoria, y sabía la historia que contaría a continuación.
«Un día, mientras cuatro de nosotras quitábamos piedras de una zanja angosta con nuestras manos desnudas, mi paciencia fue puesta nuevamente a prueba. Las piedras tenían que ser cargadas en una carreta, la cual era remolcada por un caballo. Desde un principio no le agradé al trabajador alemán que vino con el caballo. Me acosó y molestó todo el día. Yo le presté la menor atención que pude, pero eso parecía provocarlo aún más. Finalmente le ordenó al caballo, que estaba parado sobre mí, que me pateara, me tirara al piso y acabara conmigo. Yo no me podía mover, por lo que comencé a hablarle al caballo con una voz muy baja. Le dije, en holandés por supuesto, que era un buen animal, y que yo sabía que él no me lastimaría. Sólo seguí hablando y hablando. Y sin importar las amenazas que el alemán dijera, el caballo se mantenía tercamente firme en su lugar».
Mi abuela levantó los ojos, dejó sus lentes de leer a un costado, y preguntó: «¿Por qué un caballo me escucharía a mí hablándole en un idioma extraño, en lugar de escuchar a su amo y dueño? Vi muchos milagros como este. Dios cuida de nosotros. Permite que pase tanto lo bueno como lo malo. Dios no es una niñera».
Visitando Treblinka
Desde la primera vez que escuché acerca de la “Marcha por la Vida”, quise participar en el programa. Las experiencias de mi abuela eran parte de mí. Necesitaba entender, al menos en parte, por lo que ella había pasado. No sé que esperaba del viaje, pero mientras estaba en Majdanek, Aushwitz y Birkenau aferraba firmemente el libro de mi abuela con la esperanza de obtener fuerzas por ósmosis de sus palabras. Incluso los miembros religiosos de nuestro grupo lloraban de dolor: «¿Cómo Dios dejó que esto ocurriera?». Pero yo estaba protegida por el mantra que solía recitar con mi abuela: “Dios no es una niñera”.
En uno de nuestros últimos días en Polonia visitamos Treblinka. Los nazis habían destruido todo el campamento antes de que el área fuese liberada. Para cuando llegaron las fuerzas aliadas, una granja rodeada por árboles había sido construida sobre el pedazo de tierra que alguna vez albergó las cámaras de gas. La granja ya no está ahí, sino que hay monumentos que demarcan la ubicación de las vías del tren, la reja y los edificios. Los habitantes locales disfrutan del «parque». Una familia estaba haciendo un asado cuando llegamos. Desde lejos, el humo parecía elevarse desde el monumento del crematorio.
La vida silvestre estaba en todos lados. El dulce sonido de pájaros piando se entremezclaba con el aire fresco y el olor a madera que hacía cosquillear nuestras narices. Las mariposas se movían ágilmente entre los árboles, buscando néctar. «Las mariposas son las almas de los niños que perdimos aquí», dijo mi guía. Yo sonreí mientras pensé en el poema Nunca vi otra mariposa. Mientras nos preparábamos para entrar en el bosque, una mariposa se posó en la mejilla de mi guía.
Yo me reí de su reacción de sorpresa. «Esa mariposa te besó», murmuré.
Yo estaba completamente vacía. Había perdido toda la fe, no en Dios – sino en el hombre.
Me detuve en el quiosco que había en el estacionamiento y tomé una guía explicativa. Mientras entrábamos, leí las estadísticas: «874,000 judíos fueron asesinados en Treblinka, y prácticamente no hubieron sobrevivientes». Mi mente dio vueltas alrededor de los asombrosos números. ¿Casi un millón de judíos habían muerto en vano? Cuando llegamos a la línea de piedras que simbolizaba el alambrado, me detuve.
Me quedé paralizada ante la belleza que enmascaraba los horrores que habían ocurrido en aquel lugar, y caí al piso. Me acurruqué al lado de la piedra más cercana. Estaba completamente vacía. Había perdido toda la fe, no en Dios – sino en el hombre.
¿Cómo pudieron hacernos esto? ¿Cómo pudo pasar esto en un mundo aparentemente civilizado? ¿Cómo pueden haber habido “espectadores inocentes” presenciando el asesinato sistemático y a sangre fría de casi 900.000 personas sin hacer ni decir nada? ¿Dónde estaba la humanidad cuando esto pasó? ¿En dónde estoy yo cuando otros sufren?
Estas preguntas me daban vueltas en la cabeza, sin que fuese capaz de llegar a ninguna respuesta. Pero mi abuela me había entregado un legado adicional, al cual me aferré cuando mi mantra falló. Saqué una lapicera y un papel, y comencé a escribir. Me volví parte del paisaje mientras estaba ahí, sentada, absolutamente inmóvil, con la sola excepción de mi lapicera que se movía a medida que esbozaba frases en aquella hoja. Mi corazón sangraba en el papel como una herida abierta. ¿Superaría alguna vez esos sentimientos de desesperanza?
Mi lapicera se detuvo a medida que mi confundida mente comenzaba a sentirse exhausta. Levanté la vista, y quedé maravillada por la delicada forma de una mariposa que abría y cerraba lentamente sus alas sobre mi rodilla. Las palabras de mi guía volvieron a mí: «Las mariposas son las almas de los niños que perdimos aquí». Sí, es verdad que perdimos a este niño, pero por otro lado, muchos otros niños han venido al mundo desde entonces. ¿No somos acaso mi hermana, mis primos y yo prueba de que los nazis fallaron?
Un nuevo sentimiento, incluso más abrumador que el anterior, estalló en mi corazón. Mientras miraba los elegantes movimientos de la mariposa, sentí una sola cosa: esperanza.
¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena? No tengo respuesta a eso. Desde que Moshé le preguntó esto a Dios en el desierto, nos hemos preguntado el por qué. Pero la respuesta continúa siendo inasequible. Todo lo que puedo hacer es recordar que todo pasa por una razón, más allá de si la entiendo o no, y tener esperanza de que los niños del futuro aprendan las lecciones que nos dejó el pasado.
Sobreviviendo
Luego de nuestra semana en Polonia, fuimos a Israel. Todos dejamos de lado los sentimientos de lo que habíamos vivido durante una semana para celebrar. Podríamos pensar en eso cuando volviéramos a casa. Una de mis amigas no pudo soportar los intensos cambios de emociones por los que estábamos pasando en el viaje; tuvo un colapso nervioso un par de días después de llegar a Israel.
«¿Cómo pretendes que apague todos esos sentimientos?», le decía al guía que había venido a hablar con ella para que participara en las actividades. «Después de todo lo que vimos y vivimos, ¿deberíamos simplemente dar media vuelta y ser frívolos y despreocupados?».
La respuesta del guía tuvo un efecto muy profundo en mí, a pesar de que a mi amiga le fue indiferente.
«¿Los sobrevivientes sobrevivieron para que nos ahoguemos en pena o para que podamos vivir?».
Sobrevivir significa estar en paz con tu experiencia y construir una vida.
Todos mis pensamientos negativos sobre las inconsistencias que tenían las dos partes del viaje se desvanecieron. Pensé en las fotos de mi abuela de después de la guerra, cuando volvió a Holanda y descubrió que era la única que había sobrevivido. Ella aparecía sonriendo en todas las fotografías.
¿Fue fácil para ella volver? Estoy segura que no. Incluso después de la guerra había dificultades que superar. Pero ser un sobreviviente era mucho más que tener el corazón latiendo cuando los aliados llegaron a liberarlos. Significaba estar en paz con tu experiencia y construir una vida.
Ya no cuento los seis millones de judíos que perdimos en el Holocausto, sino que cuento a mis seis millones de vecinos judíos que viven en Israel. Ya no vivo en lo que pasó en Europa, sino que vivo en lo que es Israel hoy en día. Mi esposo y yo, ambos nietos de sobrevivientes del Holocausto, conmemoramos las vidas que fueron perdidas en el pasado construyendo nuestras vidas y las vidas del futuro, nuestros hijos. Sólo rezo que podamos inculcar en ellos la misma fe que mi abuela inculcó en mí.
Sara Mayer© Fuente: http://www.aishlatino.com/e/oe/162505556.html
“Él”, Juan Zapato
Tuvo un sueño,
ideales libertarios
por abolir desigualdades,
quizá el mismo
que parte del inconsciente colectivo
conserva en letargo.Yerro de los hombres
que persiguen una esperanza,
abandonado a su suerte
por el afán de ser libre y ser libres.Errando por la selva,
en su error fatal.
Solo y solos,
traicionado
y al final,
asesinado.Disiente,
rotúlame,
que también me equivoco y pienso.Juan Zapato©
“Aquí cae mi pueblo”, Gonzalo Rojas
Aquí cae mi pueblo. A esta olla podrida de la fosa
común. Aquí es salitre el rostro de mi pueblo.
Aquí es carbón el pelo de las mujeres de mi pueblo,
que tenían cien hijos, y que nunca abortaban como las meretrices
de los salones refinados, en que se compra la belleza.Aquí duermen los ángeles de las mujeres que parían
todos los años. Aquí late el corazón de mis hermanos.
Mi madre duerme aquí, besada por mi padre.
Aquí duerme el origen de nuestra dignidad:
lo real, lo concreto, la libertad, la justicia.Gonzalo Rojas©
“La primera muerte de Günter Grass”, Bernard-Henri Lévy
Al premio Nobel de Literatura no se le ocurre nada mejor que publicar un «poema» en el que explica que la única amenaza seria que pesa sobre nuestras cabezas procede de un minúsculo país, uno de los más pequeños y vulnerables del mundo, que es también una democracia: el Estado de Israel
Está Corea del Norte y su tirano autista, que cuenta con un arsenal nuclear ampliamente operativo.
Está Pakistán, del que nadie sabe ni el número de ojivas que posee ni la exacta localización de estas ni las garantías que tenemos de que, el día menos pensado, no terminen en manos de los grupos vinculados a Al Qaeda.
Está la Rusia de Putin, que, en dos guerras, ha logrado la hazaña de exterminar a una cuarta parte de la población chechena.
Ese viento de mal agüero que sopla Europa hinche las velas de lo que cabe sino llamar «neoantisemitismo»
Está el carnicero de Damasco, que ya va por los diez mil muertos, cuyo empecinamiento criminal amenaza la paz de la región.
Está Irán, por supuesto, cuyos dirigentes han hecho saber que, cuando dispongan de ellas, sus armas nucleares servirán para golpear a uno de sus vecinos.
Grass, ese pez gordo de las letras, ese rodaballo congelado por 70 años de pose y mentira, empieza a descomponerse
En resumen: vivimos en un planeta en el que abundan los Estados oficialmente pirómanos que apuntan abiertamente a sus civiles y a los pueblos circundantes, y amenazan al mundo con conflagraciones o desastres sin precedentes en las últimas décadas.
Y he aquí que a un escritor europeo, uno de los más grandes y eminentes, pues se trata del premio Nobel de Literatura Günter Grass, no se le ocurre nada mejor que publicar un “poema” en el que explica que la única amenaza seria que pesa sobre nuestras cabezas procede de un minúsculo país, uno de los más pequeños y vulnerables del mundo, que, dicho sea de paso, es también una democracia: el Estado de Israel.
Esta declaración ha colmado de satisfacción a los fanáticos que gobiernan en Teherán, que, a través de su ministro de Cultura, Javad Shamaghdari, se han apresurado a aplaudir la “humanidad” y el “espíritu de responsabilidad” del autor de El tambor de hojalata.
También ha sido objeto de los comentarios extasiados, en Alemania y el resto del mundo, de todos los cretinos paulovizados que confunden el rechazo a lo políticamente correcto con el derecho a despacharse a gusto y a liberar, de paso, los hedores del más pestilente de los pensamientos.
Finalmente, ha dado lugar al habitual y fastidioso debate sobre el “misterio del gran escritor que, además, puede ser un cobarde o un canalla” (Céline, Aragon) o, lo que es peor, sobre la “indignidad moral, o la mentira, que nunca deben ser argumentos literarios” (con lo que toda una plétora de “seudocélines” y “aragones de poca monta” podrían regodearse libremente en la abyección).
Pero al observador con un poco de sentido común este caso le inspirará sobre todo tres simples anotaciones.
La decadencia característica, a veces, de la senilidad. Ese momento terrible, del que ni los más gloriosos están exentos, en el que una especie de anosognosia intelectual hace que todos los diques que habitualmente contenían los desbordamientos de la ignominia se desmoronen. “Adiós, anciano, y piensa en mí si me has leído” (Lautreamont, Los cantos de Maldoror, Canto primero).
“Izkor”, Abba Kovner
Quién gritó y cayó en su grito
La mujer abrazando a su bebé y que sus brazos se desplomaron
El bebé cuyos dedos buscan el pezón materno y este esta azul de frío
Las piernas
Las piernas que buscaron salida y ya no había
Y las manos cerrándose en puños
Y los puños que levantaron el hierro
Y el hierro que se transformó en el arma de la esperanza, de la desesperación y de la rebelión
Y ellos de corazón generoso
Y ellos con sus ojos abiertos
Son los que se arrojaron sin posibilidad de salvar
Recordemos el día, su mediodía
El sol que ascendió sobre el altar sangriento
Los cielos altos y mudos
Recordemos los montículos de cenizas debajo de los jardines florecientes
Recordara el vivo a sus muertos
Porque ellos nos enfrentan
Y sus ojos alrededor
Y no cesaremos, no cesaremos hasta que seamos dignos a su memoria.
Abba Kovner 1918 -1987
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
Líder de la resistencia judía y comandante partisano, poeta y escritor hebreo.
Nacido en Sebastopol, Rusia. Curso estudios secundarios en la escuela hebrea de Vilna, donde se incorporó al movimiento juvenil sionista socialista “Hashomer Hatzair”. Cuando Vilna fue ocupada por los nazis en 1941, resolvió que la única respuesta posible era la resistencia activa. Concentro sus esfuerzos en la creación de una fuerza judía combatiente clandestina. Ello inspiró a otros jóvenes judíos de toda Europa oriental a hacerle frente a los nazis. El 21 de enero de 1942 se creó una agrupación militar judía en Vilna.” La organización Partisana Unida (FPO). Abba Kovner fue uno de sus líderes y luego su comandante a partir de julio de 1943. Durante la deportación final en septiembre de 1943 dirigió las acciones de la FPO y la fuga a los bosques de los combatientes del guetto. Luego dirigió una unidad partisana en los bosques.
Después de la guerra participó en la creación del movimiento HaBrijá, (La Huída) el cual organizó la evacuación de centenares de sobrevivientes judíos hacia el oeste para llegar así a Palestina. Él mismo se estableció en Eretz Israel junto a su esposa Vitka Kempner y se convirtió en un escritor importante (Extraído de la Enciclopedia del Holocausto, Yad Vashem, Jerusalem, 2004)
“Si acaso”, Wislawa Szymborska
Podía ocurrir.
Tenía que ocurrir.
Ocurrió antes. Después.
Más cerca. Más lejos.
Ocurrió, no a ti.Te salvaste porque fuiste el primero.
Te salvaste porque fuiste el último.
Porque estabas solo. Porque la gente.
Porque a la izquierda. Porque a la derecha.
Porque llovía. Porque había sombra.
Porque hacía sol.Por fortuna había allí un bosque.
Por fortuna no había árboles.
Por fortuna una vía, un gancho, una viga, un freno,
un marco, una curva, un milímetro, un segundo.
Por fortuna una cuchilla nadaba en el agua.Debido a, ya que, y en cambio, a pesar de.
Qué hubiera ocurrido si la mano, el pie,
a un paso, por un pelo,
por casualidad,
¡Ah, estás! Directamente de un momento todavía entreabierto.
La red tenía un solo punto, y tú a través de ese punto.
No dejo de asombrarme, de quedarme sin habla.
Escucha
cuán rápido me late tu corazón.Wislawa Szymborska©
De «Si acaso» 1978
Versión de Abel A. Murcia
Poeta y ensayista polaca nacida en Kórnik, Poznan, en 1923.
Vivió en Cracovia desde que su familia se trasladó allí en 1931. Estudió Literatura Polaca y Sociología en la Universidad Jagiellonian, dedicándose desde entonces al ejercicio literario.
Con su primera publicación «Busco la palabra» en 1945, seguida de«Por eso vivimos» en 1952 y «Preguntas planteadas a una misma»en 1954, logró situarse en los primeros planos del panorama literario europeo. «Apelación al Yeti» en 1957, «Sal» en 1962,«En el puente» en 1986, «Fin y principio» en 1993 y «De la muerte sin exagerar» en 1996, contienen parte de su restante obra.
Fue galardonada con importantes premios, entre los que se destacan, Premio del Ministerio de Cultura Polaco 1963, Premio Goethe 1991, Premio Herder 1995 y Premio Nobel de Literatura1996. Recibió además el título de Doctor Honorífico de la Universidad Adam Mickiewicz en Poznan, 1995.
Falleció el 1° de febrero de 2012.