Uno de los poetas que más hondamente ha marcado la literatura y la cultura del siglo XX es Paul Celan. A los veintidós años, siendo estudiante de literaturas románicas en una universidad de Rumanía, fue llevado a un campo de trabajo, en tanto que sus padres, judíos de alta cultura, fueron deportados a un campo de exterminio, de donde nunca regresaron.
Sobrevivió a la guerra, pero no a la convicción de que su vida no le pertenecía, de que podía ser trasladado de un lugar a otro, obligado a dejar su vocación y trabajar como una bestia, sin ninguna retribución, o ser exterminado como una alimaña, sin motivo racional alguno, solo por ser definido como el otro, el judío, algo de lo cual él nunca estuvo consciente. Luego de dejar una obra poética magistral, Paul Celan no pudo seguir soportando la obtusa presencia del mundo y se suicidó a los cincuenta años. De entre toda su obra, tan valiosa, el poema más conocido y más frecuentemente citado es el escalofriante “Fuga de muerte” (“Todesfuge”), escrito en 1948 y publicado en el volumen Amapola y memoria, de 1952.
Me voy a permitir transcribirla completa, en traducción de Jesús Munárriz:
Leche negra del alba la bebemos al atardecer
la bebemos al mediodía y a la mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una fosa en los aires allí no hay estrechez.
En la casa vive un hombre que juega con las serpientes que
escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarete
lo escribe y sale a la puerta de casa y brillan las estrellas silba
llamando a sus perros
silba y salen sus judíos manda cavar una fosa en la tierra
nos ordena tocad ahora música de baile.
Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarete tu cabello
de ceniza Sulamita él juega con serpientes.
Grita tocad más dulcemente a la muerte la muerte es un amo de
Alemania
grita tocad más sombríamente los violines luego subiréis como
humo en el aire
luego tendréis una fosa en las nubes allí no hay estrechez.
Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía la muerte es un amo de Alemania
te bebemos al atardecer y a la mañana bebemos
y bebemos la muerte es un amo de Alemania su ojo es azul
te alcanza con bala de plomo te alcanza certero
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarete
azuza sus perros contra nosotros nos regala una fosa en el aire
acosa con las serpientes y sueña la muerte es un amo de
Alemania
tu cabello de oro Margarete
tu cabello de ceniza Sulamita1.
El poeta habla de todos los seres humanos pertenecientes a la cultura de su personaje, Sulamita, los cuales han sido atrapados y serán víctimas de un crimen inenarrable, indecible, una shoah, es decir, una catástrofe que desteje el tejido de lo que consideramos la cultura humana. Para hablar de ello, el poeta convoca al máximo representante del humanismo alemán y, quizás, de toda la cultura occidental, al menos de una cierta época: a Goethe, el autor de ese personaje femenino de cabellos de oro que da un paso y sale del Fausto, esa magnífica obra, para enfrentarla a la Sulamita de cabellos de ceniza, la cual también, con sus pasos, sale de un clásico de la cultura occidental, del Cantar de los Cantares, conocido como del rey Salomón, texto en el cual la bella y erótica muchacha, protagonista de la historia de amor que ahí se nos cuenta, no tiene los cabellos de ceniza, es una joven morena, rosa de Sarón, lirio de los valles.
La ceniza es esparcida por el viento y viene de las chimeneas de los hornos crematorios, donde Sulamita se convertirá en humo, sus cenizas se perderán en medio de las nubes, no tendrá un entierro, no tendrá una tumba, ni una urna, sus descendientes no podrán honrarla ni hacer el duelo por ella, como es norma dentro de la ley humana, de la cultura que tiene sus rituales de vida y de muerte; estos últimos ayudan a elaborar el dolor, forman parte del proceso de duelo con el que la psique humana integra dentro de sí el hecho de la muerte, intentando reparar la devastación sufrida mediante los ritos propios de su cultura.
Pero el pueblo que solo toma leche negra día y noche, leche de muerte, leche de exterminio, no tendrá derecho ni siquiera a una fosa dentro de la tierra, algo que Paul Celan expresa con la reiterada imagen de la sepultura en el aire, esas tumbas que las propias víctimas del próximo exterminio están cavando en los aires.
Quizás nunca nadie había llegado tan lejos en la poetización del horror como Celan. El poema adquiere su grandeza al asumir la forma de la fuga, en su sentido musical, composición abierta construida sobre la figura de la repetición de sus múltiples temas (o de la polifonía de sus voces), una incesante reiteración que se dispara hacia el infinito, no tiene cierre, como no tienen tumba que los encierre las víctimas de la shoah. El tema se va desplazando, hasta perderse en las fosas que se cavan en el aire, en la nada, humo y ceniza que se dispersa en el universo, fuera del mundo humano, dando cuenta del quiebre del humanismo, ahí cerca de Weimar, la ciudad de Goethe, en el campo de concentración de Buchenwald (Bosque de las hayas), aunque ahí no había hornos crematorios, lo que no obsta que pueda considerarse símbolo de ese quiebre, situado como está frente a la ciudad de Weimar, la que está sobre la colina de Ettersberg, donde se yergue el Castillo de Ettersburg, el lugar en el cual trabajó Goethe más de cien años atrás, en obras que se convirtieron en piedra fundamental del clasicismo europeo, del humanismo que se haría trizas en Auschwitz, en Buchenwald, en Mauthausen, en tantos otros campos del horror.
El contrapunto entre Margarete y Sulamita, entre los cabellos de oro de la una y los de ceniza de la otra, también corresponde a la composición de la fuga. Las repeticiones en el poema se presentan con variaciones y en distintos tonos, en el desarrollo de ese obsesivo tema que tampoco se cierra, se pierde en el infinito, en el cosmos helado e inhabitable.
“Fuga de muerte” es una de las poesías más significativas del siglo XX, capaz de formular en palabras originales, no desgastadas ni sentimentales, una situación límite, la cual, en correspondencia con lo insoportable de su decir, adquiere una forma poética a su vez insoportable en sus terribles reiteraciones, todo lo cual, articulado, da origen a un magistral poema. De la cicatriz que no se cierra, como calificó el estudioso húngaro-alemán Péter Szondi a la poesía de Celan, habla el escritor mexicano José María Pérez Gay, doctor en filosofía germanística, como de
la cicatriz de nuestro tiempo. No niegan la dignidad del miedo, ni el consuelo de la confianza. Es la suya una poesía ardiente, brotada de la vida y el diálogo del hombre con el mundo. (…) Hay amapolas y memoria, urnas y arena, tallos y lámparas. (…) Celan es un poeta que ha dejado un rastro de fuego en la lengua alemana2 .
Paul Celan escribió “Fuga de la muerte” en 1948. Veintidós años después se suicidó en París, lanzándose al Sena desde un puente. La simbolización de su inconsciente lo llevó a esa fuga de la muerte dentro de una materia que, aunque no era una fosa en el aire, era un líquido, las aguas de un río en las que tampoco cabe una fosa que se corresponda con la ley humana (tan antigua como Antígona y su historia, o más), que encierra al cuerpo muerto dentro de la solidez de la tierra. No se puede cavar en el río, el cual corre sin cesar en su fuga indetenible hasta desembocar en la vastedad del mar. Pero la realidad no es simbólica, es factual, y el cuerpo de Celan fue recuperado de las aguas días después de su muerte y enterrado en un cementerio de París.
Veinte años después del suicidio de Celan, otro sobreviviente de la shoah, el Premio Nobel húngaro Imre Kertész publica en 1990, en su idioma, su magistral libro Kaddish por el hijo no nacido, el cual a su vez se constituye en una fuga de muerte, en constante diálogo con el poema de Celan. Ya el epígrafe mismo pertenece al poema que hemos estado asediando, esta vez en otra traducción, muy sugestiva:
. . . tocad más sombríamente los violines
luego subiréis como humo en el aire
luego tendréis una fosa en las nubes
allí no hay estrechez
Paul Celan, Fuga de la muerte3.
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