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“El último día” de Mina Weil con su editor Roberto Sánchez Soria

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“El goy de Shabat”, Joe Velarde

Joe Velarde©


Susan Sontag, discurso Premio Jerusalén

Susan SontagNos inquietan las palabras a nosotros, los escritores. Las palabras significan. Las palabras apuntan. Son flechas. Flechas clavadas en el cuero tosco de la realidad. Y mientras más portentosas, mientras más generales sean las palabras, más se parecen también a cuartos o túneles. Pueden expandirse, o cavar. Pueden venir para ser llenadas con un mal olor. Puede haber sitios de los que perdimos el arte o la sabiduría de habitar. Y eventualmente aquellos volúmenes de intención mental que ya no sabemos cómo habitar, serán abandonados, bardeados, cerrados.

¿Qué queremos decir, por ejemplo, con la palabra “paz”? ¿Queremos decir una ausencia de pleito? ¿Queremos decir olvido? ¿Queremos decir perdón? ¿O queremos decir una gran lasitud, un agotamiento, un vaciarse de rencor?

Me parece que por “paz” lo que la mayoría de la gente quiere decir es victoria. La victoria de su lado. Eso es lo que la paz quiere decir para ellos, mientras que para los otros paz quiere decir derrota.

Si se establece la idea de que la paz, que en principio es algo a desear, ocasiona una renuncia inaceptable a demandas legítimas, entonces el curso más plausible será la práctica de la guerra de modo poco menos que total. Se sentirá que los llamados a la paz son, si no fraudulentos, sí ciertamente prematuros. La paz se vuelve un espacio al que la gente ya no sabe cómo habitar. La paz tiene que re-fincarse, Re-colonizarse …

¿Y qué queremos decir con “honor”?

Parece que el honor como un estándar exacto de conducta privada pertenece a un tiempo muy lejano. Pero el hábito de conferimos honores los unos a los otros —de halagarnos nosotros mismos y a los otros— sigue en pie.

Conferir un honor es afirmar un estándar al cual se cree que ambas partes responden. Aceptar un honor es creer, por un momento, que uno se lo merece. (Lo más que uno debía decir, en honor de la decencia, es que uno no es indigno de él). Rechazar un honor ofrecido parece algo grosero, nada jovial, pretencioso.

Un premio acumula honor —y la capacidad de conferir honor— por quienes ha elegido, en ocasiones anteriores, para honrar.

Mediante tal estándar, tomemos en cuenta al polémicamente llamado Premio Jerusalem que, en su historia relativamente corta, ha sido otorgado a algunos de los mejores escritores de la segunda mitad del siglo XX. Aunque para todo obvio criterio se trata de un premio literario, no se llama El Premio Jerusalem de Literatura, sino El Premio Jerusalem por la Libertad del Individuo en la Sociedad.

Todos los escritores que han ganado el premio, ¿han sido realmente campeones de la Libertad del Individuo en la Sociedad? ¿Es eso lo que ellos —ahora debo decir “nosotros”— tienen en común?

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“No es que muera de amor”, Mercedes Sosa & David Broza cantan a Jaime Sabines

No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mí, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

firma0jsJaime Sabines©


“Poemas inéditos en judeo español”, Margalit Matitiahu

Los poemas que hoy damos a luz, serán parte de un nuevo libro en preparación, que Margalit ha tenido la deferencia de hacerme conocer y honrarme, conque “La Torre de Babel” los de a difusión.  Juan Zapato.

CABALLOS  SALVAJES

                                               1

En la escuridad de la noche nació un murmuro
Llevando amor y pasión entre mis piernas,
Muestros nombres se aunaron en el esfuenio
Que arelumbro la madrugada.

La alegria dientro mi guadro el secreto
Del manante de la luz que cubrio mi alma.

                                   2

El sotano pinto de muevo muestros puerpos,
De muevo se encontraron las aguas del rió
deshando atras el miedo,

Muestras manos tocaron sudor de caballos salvajes, 
Las solombras de los años se iluminaron
Los nombres enflorecieron entre almohadas.

No preguntimos al tiempo 
Si continuara a emprestar tiempo…

separador pequeño

NOCHE  VAGABONDA
                                               

Noche vagabonda se asento entre frente y ojos
Los momentos corren sin encontrar dirección,

Preguntas enloquecidas suben y abashan
Entre me pecho y mis piernas,

En la camareta respira enverano ajeno,
La valija abre su boca en el espacio temporario…

En supito la llamada del telefono arazgo la noche,
Penetro en mí tu existencia invisible…

separador pequeño

OLVIDO 
                             

El viaje cruza mi puerpo 
Se registra en mis ojos,  
Mensajeros interiores corren en mis venas 
Entregan un amor…

Los muvimientos se espanden como un hechizo,
La escuridad se asenta en las ventanas,  
Se enrama bushcando salida…
Un aire frio me rodea, marea al selencio,

El ruido del día nace 
Djunto mis penserios piedridos,
Se van escondiendo en el olvido…

separador pequeño

YA ES HORA
                                

Ya es hora de arecojerme,
Mirar a la madrugada
Como a un milagro.

Espander las manos
A los primeros rayos de la luz,
Y como un pasharo
Agradecer a los empesijos…  

Descubrir penserios 
Que esconden secretos de luz y luvia
guadrados en los caminos invesibles.

Entre las montanias de mi corazón,  
En la cueba asolada, en mi disierto enterior,
Allí, con tu sonriza y tus ojos mavis
Vas  arelumbrando mis pasos escuros…

Ya es hora de arecojerme y dar a la luz
Converserme…

Margalit Matitiahu©

Invitación: http://www.lacronicadesalamanca.com/50-poetas-iberoamericanos-homenajearan-al-cubano-gaston-baquero/


“Espantapájaros”, Oliverio Girondo

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A unos les gusta el alpinismo. A otros les entretiene el dominó. A mí me encanta la transmigración.
   Mientras aquéllos se pasan la vida colgados de una soga o pegando puñetazos sobre una mesa, yo me lo paso transmigrando de un cuerpo a otro, yo no me canso nunca de transmigrar.
   Desde el amanecer, me instalo en algún eucalipto a respirar la brisa de la mañana. Duermo una siesta mineral, dentro de la primera piedra que hallo en mi camino, y antes de anochecer ya estoy pensando la noche y las chimeneas con un espíritu de gato.
   ¡Qué delicia la de metamorfosearse en abejorro, la de sorber el polen de las rosas! ¡Qué voluptuosidad la de ser tierra, la de sentirse penetrado de tubérculos, de raíces, de una vida latente que nos fecunda… y nos hace cosquillas!
   Para apreciar el jamón ¿no es indispensable ser chancho? Quien no logre transformarse en caballo ¿podrá saborear el gusto de los valles y darse cuenta de lo que significa “tirar el carro”?…
   Poseer una virgen es muy distinto a experimentar las sensaciones de la virgen mientras la estamos poseyendo, y una cosa es mirar el mar desde la playa, otra contemplarlo con unos ojos de cangrejo.
   Por eso a mí me gusta meterme en las vidas ajenas, vivir todas sus secreciones, todas sus esperanzas, sus buenos y sus malos humores.
   Por eso a mí me gusta rumiar la pampa y el crepúsculo personificado en una vaca, sentir la gravitación y los ramajes con un cerebro de nuez o de castaña, arrodillarme en pleno campo, para cantarle con una voz de sapo a las estrellas.
   ¡Ah, el encanto de haber sido camello, zanahoria, manzana, y la satisfacción de comprender, a fondo, la pereza de los remansos… y de los camaleones!…
   ¡Pensar que durante toda su existencia, la mayoría de los hombres no han sido ni siquiera mujer!… ¿Cómo es posible que no se aburran de sus apetitos, de sus espasmos y que no necesiten experimentar, de vez en cuando, los de las cucarachas… los de las madreselvas?
   Aunque me he puesto, muchas veces, un cerebro de imbécil, jamás he comprendido que se pueda vivir, eternamente, con un mismo esqueleto y un mismo sexo.
   Cuando la vida es demasiado humana —¡únicamente humana!— el mecanismo de pensar ¿no resulta una enfermedad más larga y más aburrida que cualquier otra?
   Yo, al menos, tengo la certidumbre que no hubiera podido soportarla sin esa aptitud de evasión, que me permite trasladarme adonde yo no estoy: ser hormiga, jirafa, poner un huevo, y lo que es más importante aún, encontrarme conmigo mismo en el momento en que me había olvidado, casi completamente, de mi propia existencia.

Oliverio Girondo©

Ilustración de Roberto Krasilovsky©


“Noé en Granville”, Jacobo Kaufmann

El día amaneció con sol opaco. El cielo borroneado esparcía sus sombras por el orbe. En torno al Monte Saint Michel no había ni mar, ni brumas. Sólo un lodazal incierto y peligroso. Las lluvias arreciaron sobre campos pasivos, de verdes intensos. Noé refunfuñaba, porque la luz de humo lo encandilaba sin revelarle de dónde venía. Las gaviotas se gritaron histéricas, las unas a las otras. En las casas de piratas otrora legendarios no había sombra, y los viejos portales temblaban en color azul. Las rocas de la costa, que quedaron descubiertas al retirarse la marea, brillaron en complicidad con las algas y los desechos de los barcos. Juntos yacían acumulados en la playa, ahuyentando a los peces.

La lluvia persistente evocaba por lo menos un diluvio. Aquel que según la promesa debía ser el último. No lo sabían, sin embargo, las ásperas orillas de la Normandía, en donde solían refugiarse corsarios aguerridos. Allí donde el ron se había mezclado con grandes regueros de pólvora, sobre aquellas murallas moldeadas y ennegrecidas por erosiones y adherencias arbitrarias de guano milenario.

Allí, de pronto, se quebraron las nubes, y el cielo encapotado recuperó la extraña luminosidad que Noé le había descubierto cuando tenía veinte años, y vestía un uniforme gris e injusto. Grandes trozos de vapor multiforme se estrellaron contra los vientos del oeste. Y en medio de semejantes melodías, un sol de bronce fantástico reinó durante media hora, hasta que el firmamento oscureció irremisiblemente, fijando pausas de luz y sombra para el día siguiente. Pero antes cantó una gaviota enorme y solitaria sobre un techo de pizarra mojada. El tiempo estaba morocho. El sol sonaba en los tejados de la fortaleza medioeval. La luz tintineaba en las cadenas y en las verjas de herrumbre crónica.

Noé alzó la vista. Allí como entonces, cuando la paloma regresó con la rama de olivo en el pico, una mano mágica trazó el arco iris más perfecto de todos los tiempos, que comunicaba las casas con toda la gama de los colores inventados, los cálidos y los fríos, los infrarrojos con los ultravioletas. En su perímetro exterior lucían los rojos y los anaranjados. En su interior, los verdes, los azules profundos, y los turquesas.

Un tul de nubes negras se había alzado sobre los peñascos. El sol los enfocó, y los pintó de rosados transparentes. Dos gaviotas pequeñas respondieron al canto del macho solitario, volando en círculos prudentes. Al pasar delante del arco iris, sus alas se iluminaron de rojo.

rainbow_fire_sqjDel otro lado del mar, muy hacia el occidente, se ponía el sol amarillento oscuro sobre las rutas de los vikingos, abriendo a su paso grietas multicolores en el firmamento. Noé percibió entonces la presencia de un segundo arco iris, paralelo al primero, pero con el orden de los colores a la inversa. Los azules formaban el perímetro exterior y los cálidos recorrieron los trayectos del interior. Noé no entendió muy bien, por qué lo afirmativo se manifestaba al mismo tiempo que lo negativo, pero lo aceptó. No quedaba otro remedio.

Cuando calmó la lluvia y sólo quedaban algunos charcos de agua sobre el muelle de madera, el sol descendió en forma perpendicular al horizonte. Sumergido detrás de esta línea, y porque la titilante y plomiza superficie del mar era curva, los rayos del astro rey mantuvieron grabados los dos arcos iris durante algunos momentos más, en innumerables gotas de agua colgadas en el viento. Después quedaron sólo rayas negras, que fueron como huellas de un dibujo sobrenatural, para que las copiara un hombre prehistórico en la roca ancestral de su caverna.

Una gruesa gota de agua celestial cayó sobre el párpado derecho de Noé, y éste por un instante temió perder la vista. Al restregarse, la gota se convirtió en miel eterna, y Granville, la ciudad de los piratas normandos, quedó en paz, consigo misma, y con el universo entero.

Jacobo Kaufmann©


“Claroscuros de Liérganes”, Juan Zapato

El tren de vía estrecha se ondula serpenteando las afueras de Santabria, rumbo al Sur. Sus vagones ya no son de madera como antes, pero la atmósfera húmeda del exterior conserva aquellas sensaciones. La viajera tampoco es la misma o tal vez sí, recorrerá aquel trayecto, hecho cuantas veces y los recuerdos serán la compañía de este nuevo, quizá el propósito final.

Su rostro se refleja sobre la ventanilla y su mirada se pierde en el paisaje, que imita a una postal, viaja más allá del recorrido, memoriza aquellas melodías escapadas de una casa, escucha esas voces inteligibles, el griterío de los niños en el patio, las escapadas a hurtadillas del colegio y las posteriores penitencias y aflora una sonrisa, cómplice de sí.

El tren ya no silba, al aproximarse a Ceceñas. Nadie desciende, tampoco ella. El guarda1 le pide su pasaje pero absorta en la añoranza no lo escucha, hasta que el hombre en un tono más alto le dice: Señora su billete2, por favor. Y busca en su cartera y revuelve y los nervios acuden al instante, hasta que por fin, aquel cartón aparece y le entrega para su control.

004Ahora el Miera entra en escena, los árboles se acercan al tren y se inclinan a su paso con cortés ademán, impulsados por el viento. El verde se hace intenso, fresco, brillante y la montaña da cobijo, quizá por el antojo de haber sido bautizadas como las Tetas de Liérganes. El final del viaje está cercano, unos edificios de poca época anuncian que ha llegado a Liérganes.

005Sin prisa y sin tomar conciencia de que llueve, camina por el andén hacia el portal, afuera el empedrado la espera. Allí, atraviesa el puente, en diagonal la confitería de siempre, refugio donde los hombres se dan cita para jugar una partida de naipes, las mujeres compartir un chocolate con churros, los padres jóvenes airear a sus hijos pequeños sin mucho lugar a donde ir y los paseantes forasteros hacer una parada y beber algo para entonarse.

Las gotas al caer sobre el asfalto, forman círculos, que el saber popular pronostica que ha de continuar por largo tiempo.

013

Se adentra por una calle sin veredas, a contramano de los automóviles que huyen del aguacero, como si hubiesen perdido la ruta y misteriosamente entraran en este pueblo y buscaran la salida donde esfumarse.

 

016

 

Los grises predominan, al punto de hacer desaparecer las sierras. Los balcones vidriados están desvestidos de aquellas flores de primavera. La luz amarillenta de una lámpara de salón, alberga la intimidad de una casa de piedra e invita a imaginar la calidez de una chimenea encendida, alguien fumando en pipa, un perro adormilado recostado sobre la alfombra, un libro reposando hasta la noche o la voz de María Callas-Tosca “Vissi d’arte, vissi d’amore”, girando sobre un viejo tocadiscos.

Es hora de regresar al presente y volver a casa.

Juan Zapato©

1 Inspector.

2 Pasaje, boleto.


“La partida”, Al Bernard. Taller de Escritores Kibutz Sa’ar

ELSA ANDRADA PUERTO DE BAIRESDesde el barco cae una lluvia de serpentinas, de adioses y pañuelos que se agitan.

Él no oye los gritos de la gente. Apoyado en una vieja grúa permanece callado, casi ausente. Dos lágrimas se asoman incrédulas a sus ojos.

El barco parte, enciende un cigarrillo, aspira el humo y lo deja mezclarse con el aire. Termina de fumar tira el pucho en el agua aceitosa y camina hacia la salida. Entre los adoquines se asoma el verdor de la gramínea, está por arribar la primavera.

Se imagina acompañándola en este viaje sin retorno. Cuantas ilusiones truncadas en un abrir y cerrar de ojos. En su memoria resuenan aquellos momentos que pasó con ella… su gran amor.

A lo lejos una sirena lastima la tarde del sábado.

Al Bernard©


“Cuentos infantiles para adultos”, Juan Zapato

La vuelta

calesita de jose neuquen 1701Ve a un hombre que pasa, se acerca a él y le saluda cortésmente, y atrevidamente su nombre le pregunta.

—Me llamo ¡Aldón Pirulero1!, ¿nunca escuchó cantar de mí?

—Sí, pero, hace ya mucho…- responde sorprendido.

-No es el único, créame. Yo ando cabalgando día tras día, montado con ancha hidalguía, disculpe mi jactancia, en este caballo brincador. -Y señala a un caballito que sube y baja sin cesar, dentro de una pequeña calesita. Descubre esa inquietud infantil, agonizando dormida en cada hombre. Lo interrumpe:

— ¿Dígame Aldón, si por ser “grande”, ya no puedo cantar y bailar y tener la aventura de enamorar a “La hija del Chocolatero”?

Necesitaría una rayuela de color verde, para poder vivir, y ahí levantar una casa amarilla y roja, con techo de estrellas y luna blanca.

Necesitaría una sonrisa auténtica, para recordar mi niñez y compartirla.

Eso sí, ahora que me encuentro desarmado, quisiera ser sordo un instante, sería suficiente, para no escuchar la voz de Mambrú, llamándome, – llevándome – a la guerra, guerra de la que nunca volveré.

No puedo ir con él, quiero jugar con cubos de madera, de tamaños diversos llenos de letras por todos sus costados, y sentarme sereno, a armar palabras que en realidad no conozco.

— ¿Dígame Aldón, qué hago?, sentado solo en una plaza desierta de gritos; sin oler el pasto, sin apreciar sus silvestres flores, quietecitas, inmóviles, aguardando el cuidado natural de una lluvia fresca. ¿Dónde están mis compañeros de juego? ¿No los has visto? ¿Y ese amor que nació aquí, hace ya muchos años?

Llévame a formar una gran ronda que recorra todos los barrios de la ciudad.

Acompáñame, Aldón Pirulero, a subir toboganes, para que una vez que estemos allá arriba, demos un salto grande, con los brazos abiertos, queriendo atrapar contra nuestros pechos, ese inmenso globo rojo que sube y desaparece tras la nubes formadas por el humo que lanza una vieja chimenea.

¡Con cuidado Aldón! Estamos llegando al suelo, ¡mira!, ha salido la luna blanca.

¿Sabes, me parece ver a muchas mujeres embarazadas, cantándole a los hijos que pronto han de nacer. ¡Escucha!, sí, y por qué no, el llanto de un niño se introduzca en nuestros oídos, para despertarnos, cuando sea necesario saltar de la realidad.

Vamos juntos Aldón, a embarrarnos en los charcos que dejó la lluvia pasada.

Bajemos las barrancas que inventamos, que el que llega primero, tendrá más tiempo para descansar, cuando nuestros corazones rompan violentamente contra nuestros agitados huesos.

Ahora sí, ahora estoy comenzando a sentirme mejor. Retomemos el juego:

“Aldón, Aldón, ¡Aldón Pirulero!;

compañé, compañé, compañero de juego;

nunca más, nunca más, nos separaremos;

porque hoy, porque hoy, nacimos de nuevo;

cara al sol, cara al sol;

sin llanto y sin miedo;

y el dolor se fugó;

porque nació el amor;

porque Usted, porque Yo;

Nosotros y Todos…

Larala, larala, larala lalála…”

—Disculpe señor, aquí termina el recorrido, ¿se quedó dormido?

— ¡Ah!, sí, gracias. Sí, ya bajo.

Baja del colectivo2 y se dirige a una plaza.

Juan Zapato©

1 Referencia al juego infantil de Al don Pirulero, también llamado Antón Pirulero. Juego en el que cada participante hace la mímica de tocar un instrumento musical.

2 Colectivo: autobús.


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“Colores”, Juan Zapato

 

sombras

Como el color del Sol

cuando abrasa al hombre pobre de pobreza,

en la intemperie plomiza de la urbe,

en su soledad de púrpuras,

en el abandono gris de la esperanza,

las canas tiñen de cenizas su cabeza,

sus zapatos cubiertos del ocre que lo embarra.

 

El neón emblanquece el pavimento,

y su sombra musgo se funde en la vereda.

Juan Zapato©


“Otoño en Holanda”, Pesaj (Lito) Skudizki

 

ana frank

«Los dos miramos el cielo azul, el castaño sin hojas con sus ramas llenas de gotitas resplandecientes, las gaviotas y demás pájaros que al volar por encima de nuestras cabezas parecían de plata, y todo esto nos conmovió y nos sobrecogió tanto que no podíamos hablar».  Diario de Ana Frank. Amsterdam, 23 de febrero de 1944.

* * *

Ese árbol se desviste ante mi mirada, deshojando de a poco, sus hojas amarillentas y secas. Semidesnudo como ninfa de noche otoñal. Brazos esqueléticos sollozan sobre tu ocre hojarasca.

Con impaciencia espero ver nacer las frescas hojas de la primavera, nutrir mis pulmones y mi alma, en tinieblas. Con eso sueño. Con eso vivo. Con esa esperanza de salir a la calle y abrazarte nuevamente. Jugar a las escondidas con mis amigas alrededor tuyo, como antes. ¡Cuánta falta me haces! Te espío a través de una rendija de la ventana de mi casa. Solitario como yo. Acompaño tu soledad golpeada por vientos, lluvia y fríos que cortan nuestra respiración, en cautiverio. Añoro la sombra debajo de tus ramas, cuando leía cuentos de hadas. ¿Cuándo se repetirá ese día? ¿Por qué estando tan cerca no podemos estar juntos? ¿Acaso vivo un sueño dantesco por el hecho de ser una niña judía?

Estoy convencida de que la naturaleza puede ayudarme a ser feliz. Por eso pienso en ti. Convivo contigo cada cambio de estación. Lloro tu desacompañamiento como el mío propio. Tú, enclavado ahí afuera y yo, adentro, aislados. Sólo mis pensamientos vuelan por la noche y una luna me ilumina tristemente. Y ese sol escondido, no lo percibo. Cuando siento llover, mis lágrimas caen como finas gotitas, deslizándose por mis mejillas. Estoy confundida. ¿Viviré una simbiosis entre tu naturaleza y mis penas e ilusiones?

Bálsamo de inspiración, ancestro y testigo de épocas de paz y felicidad. Ahora me acompañas en mi generación de guerra cruel, aniquiladora.

¿Volveremos a reencontrarnos? Imprevisible futuro. No dejo de espiarte para seguir viviendo alimentándome de tus fuerzas y energía y poder algún día abrazarte con amor, habiendo salido de esta interminable tiniebla.

Pesaj (Lito) Skudizki©


“Rostro gris”, Juan Zapato

RostroGris


“Los Muchachos”, Roberta Gold. Taller de Escritores Kibutz Saar

10518_1234525938345_1085080688_742704_4177319_n Tenía que preparar la mudanza, me faltaba vaciar el escritorio.

Hurgaba en el cajón, entre viejos papeles, cartas, recortes, cuando encontré la fotografía amarillenta pero nítida, allí estaban todos.

Una foto de hacia treinta años, entonces comencé a desgranar recuerdos y la foto se transformó en un cuadro animado.

La orquesta típica y característica “Los Muchachos”

Cacho al piano, robusto cara de luna llena. Elías al violín barbita y boina a la francesa. Julio batería remedo de hippie. Marco contrabajo medio indígena y por último el director y saxo Franco, hermosa sonrisa que nos hacía soñar, a las tímidas y no tan tímidas jovencitas asistentes a la clásica matinée bailable de los domingos en la confitería “Monte Carlo” en una ciudad de provincia.

Cuantos aprontes para estar impecable, rodete como torta de cumpleaños, pollera acampanada y zapatos de tacón bajo.

Me vi llegando la primera vez, Franco al frente de la orquesta y yo que no le podía sacar los ojos de encima, el globo de espejitos de colores comenzó a girar y por unas horas todo era magia, de pronto me encontré bailando en los brazos de Franco mientras la orquesta tocaba “Aquellos ojos verdes”.

Volví al presente, me había casado con Franco que ahora era obeso, calvo y mediocre profesor de música.

Elías primer violín de la “Camerata Bariloche”, Julio y Marcos dando vueltas por Europa y Cacho médico ginecólogo.

Cerré el cajón, guardé los recuerdos en mi memoria.

Roberta Gold©